Culto

Cuando Jon Lee Anderson viajó y desafió al mundo siendo joven: “Odiaba vivir en Estados Unidos”

En el volumen Aventuras de un Joven Vagabundo por los Muelles (Anagrama), que acaba de llegar a Chile, el notable periodista cuenta las peripecias de un viaje al África que realizó desde Inglaterra siendo un muchacho. Esos tiempos formativos están relatados con su característica pluma y fluida narración.

Cuando Jon Lee Anderson viajó y desafió al mundo siendo joven: “odiaba vivir en Estados Unidos”

Antes que Jon Lee Anderson fuera uno de los emblemas del Nuevo Periodismo y se hiciera famoso por sus perfiles de personalidades como Fidel Castro,Gabriel García Márquez,Augusto Pinochet, o el Che Guevara (de quien escribió una notable biografía), fue un adolescente que descubrió tempranamente sus ganas de viajar por el mundo. Hijo de un padre diplomático, ya en la secundaria había pasado por Taiwán, Indonesia y Liberia. Su espíritu era indómito, lo cual le había costado problemas en la escuela, en California, y sus padres no sabían qué hacer. El tema era que en sus palabras, el muchacho “odiaba vivir en Estados Unidos”.

Y esa frustración la canalizó de la peor manera posible. “Ya en el instituto, me metí en más líos, sobre todo de drogas; probé el ácido y la maría, como todos los alumnos, pero un día una chica me inyectó heroína antes de la clase de tiro con arco. Varios chicos que conocía murieron de sobredosis. Después de aquello mis padres decidieron mudarse de nuevo y empezaron a buscar un lugar más tranquilo. Mi padre adelantó su jubilación del Foreign Service con el propósito de ‘salvarme’, como a menudo diría más adelante. Pero mi madre y él también estaban intentando salvar su matrimonio, sometido a tensiones cada vez más grandes al cabo de veinte años dando vueltas por el mundo”.

Anderson recuerda esos años que lo formaron en el volumen Aventuras de un joven vagabundo por los muelles (Anagrama), que acaba de llegar a Chile. En sus páginas cuenta que terminó la secundaria viviendo en Inglaterra, adonde la familia había llegado por deseo su madre. Aunque la experiencia en la isla británica no tuvo mucho de calma para la personalidad del exuberante Jon.

Debió finalizar haciendo exámenes libres tras haber sido expulsado de la escuela por “salvaje e indisciplinado”. Una vez graduado, su padre le preguntó qué haría, probablemente pensando qué burrada le iba a decir Jon, pero él tenía su destino claro: le respondió que quería ir a ver a su hermana mayor, Michelle, quien vivía en la costa de Togo, África.

“Mi hermana Michelle nació en Haití, donde la vacunó en varias ocasiones el médico recomendado por la embajada: François Duvalier, el futuro Papa Doc -cuenta Anderson-. Adoptaron a Tina durante sus años en El Salvador y a Mei Shan en Taiwán. Scott, mi hermano pequeño, y yo, nacimos en California, entre periodos en el extranjero”. A su hermana le profesaba una gran admiración, por eso apenas se vio libre decidió conjugar el verbo viajar para siempre y quiso empezar por ir a verla, y de paso, conocer Togo.

Idolatraba a Michelle. Era guapa, valiente, aventurera; había ido a Woodstock, y ahora estaba en África, el lugar de mi infancia donde yo había sido más feliz. En sus cartas, me animaba a que fuese a verla al pueblo togolés”, así comenzó a armar su viaje. “Lo tenía todo planeado: recorrería Europa en autostop y luego cogería un barco. Mi padre me dio doscientos dólares en cheques de viaje y me dijo que los administrara bien”. Y así partió.

El viaje a Togo tuvo mucho de iniciático para él. Era 1968, The Beatles habían publicado el White album tras su propia experiencia mística en la India, y En el camino, de Jack Kerouac, era la Biblia para una nueva generación ansiosa de vivir otras experiencias.

“Los Beatniks abrieron paso a los hippies de la revuelta anti-Vietnam, y luego a los freaks... Yo pertenecía a la generación de sus hermanitos menores -contó Anderson en una entrevista con Clarín-. Tenía a los Beatniks como referentes; ellos eran interesantes, intelectualmente muy curiosos y transgresores. Buscaban conocer el mundo y estaban muy abiertos a la posibilidad de valor en otros credos y lenguajes, otros misticismos, inclusive en las drogas. Burroughs, Allen Ginsberg, todos ellos vivían y escribían en mi adolescencia, pero no me hablaban tanto como quizás los más jóvenes, más transgresores todavía. Hunter S. Thompson, Timothy Leary, autores como Leroy Eldridge Cleaver, un activista de los Panteras Negras. Todo ello me influenció mucho. Nací en California pero viví afuera hasta 1968, cuando nuestra familia regresó a los Estados Unidos. Yo tenía apenas 11 y fue ese año cuando mataron a Martin Luther King y a Bob Kennedy. Me afectó muchísimo. Esa fue mi bautismo en la problemática norteamericana, y motivó mi búsqueda de autores quizás más enojados y rebeldes más audaces".

Así, un chascón y barbón Anderson emprendió rumbo con un compañero de viaje, John Pirongs. Comenzaron el viaje “a dedo” por suelo europeo, atravesaron Inglaterra, Suiza, Francia, llegaron a Marsella donde la idea era embarcar en un autobús transahariano desde Argel a Tamanrasset, al sur de Argelia. Desde ahí enfilar a Níger, Alto Volta, y llegar a Togo. Al final, el viaje resultó ser más complejo, porque se enteraron que la carretera de Tamanrasset, estaba bloqueada por unos días por un fuerte siroco. Un impaciente Anderson se negó a esperar y junto a su amigo enfiló a España y Marruecos, donde esperaban llegar a Las Canarias. Desde las islas, el plan sería llegar “de algún modo” a Guinea Ecuatorial y una vez arribados, enfilar a Togo.

Llegaron a Las Palmas, en Las Canarias, pero no encontraban cómo seguir el viaje. La solución estuvo en un velero que ambos muchachos compraron a bajo costo porque necesitaba arreglos. Era una porquería que apenas flotaba y lloraba una reparación a fondo. Le llamaron Guanarteme II y además les sirvió de alojamiento mientras estaban en el muelle de Las Palmas. Los mozuelos tuvieron que buscar empleos precarios -y hasta ilícitos- en la ciudad para financiar los arreglos del barco sacrificando a veces su propia comodidad. “De vuelta en los muelles pasaba hambre casi todos los días. Al igual que otros náufragos, John mendigaba con frecuencia en la ciudad. Yo también lo hacía a veces, pero era humillante abordar a los lugareños”. Los días pasaban y hasta tenían problemas con el visado para entrar a Guinea Ecuatorial.

Ahí, John le dijo que estaba harto de pellejerías y volvería a casa, a Inglaterra. Jon lo comprendió y lo acompañó al consulado británico, que le dio una mano. Listo con los pasajes para volver, John le sugirió a su amigo que hiciera lo mismo en el de EE.UU. Anderson consideró la idea y se encontró que en el lugar habían llegado “docenas de telegramas y cartas que mis padres habían enviado a consulados y embajadas de la región preguntando si sabían algo de mi paradero”.

La sorpresa vino al día siguiente, cuando Anderson volvió al consulado a hacer trámites. Ahí se encontró...con Michelle. “Tenía la vaga idea de que yo iría a África, pero no se preocupó demasiado hasta que recibió una carta de nuestro padre: no sabían nada de mí desde hacía meses. ¿Podría ella buscarme?“. De causalidad, ella llegó a Las Palmas con la intención de indagar. ”Casi parecía demasiado obvio, como si hubiéramos concertado una cita".

Anderson volvió a Estados Unidos, pero su espíritu aventurero le tenía reservado otro viaje para el corto plazo. Aunque esa es otra historia.

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