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El Gran Gatsby: 100 años de la brillante tragedia americana

Escrita entre París y Roma, entre noches de alcohol y fiesta, la obra maestra de Francis Scott Fitzgerald se publicó en 1925. La novela que retrató el esplendoroso espejismo del sueño americano fue un fracaso de crítica y lectores. Con el tiempo se convirtió en un clásico y en la gran novela americana. Alcohólico y arruinado, Fitzgerald murió convencido de su fracaso a los 44 años.

El Gran Gatsby: 100 años de la brillante tragedia americana

Era la casa más encantadora y misteriosa, desde luego una de las más grandes que había conocido. La villa de la familia King en Lake Forest impresionó a Francis Scott Fitzgerald. Allí conoció de cerca el ambiente y el estilo de vida de los ricos, y en ella escuchó también una frase que le resultó inolvidable. Era el verano de 1916, se encontraba de visita en casa de Ginevra King, una de las chicas más hermosas de Chicago. Coqueta y heredera de una gran fortuna, ilusionaba a Scott. Pero al padre de ella no le impresionó el estudiante de segundo año de Princeton, que provenía del Medio Oeste, y entre coctel y coctel dijo:

Los chicos pobres no deberían pensar en casarse con las chicas ricas.

Nacido en Saint Paul, Minnesota, en 1896, en una familia de clase media, Scott conoció a Ginevra King en la fiesta de Navidad de 1915. Ella estaba de visita en la ciudad. “La coquetería sonreía desde sus grandes ojos castaño oscuro y brillaba a través de su intenso magnetismo físico”, recordó Fitzgerald. El flechazo fue inmediato. Comenzaron un romance por carta, se vieron algunas veces, pero ella se dejaba cortejar también por otros chicos. Después de la visita a la villa de Lake Forest, ese verano de 1916, Scott quedó devastado: se retiró de Princeton y se alistó en el Ejército.

No fue a la guerra: lo destinaron a bases dentro de Estados Unidos. Pero por esos días recibió una herida dolorosa: Ginevra King decidió casarse con un chico de su círculo social, William B. Mitchell, jugador de polo, aviador y tenista, heredero de Texaco.

La historia del romance imposible y la forma en que Fitzgerald se sintió desplazado por su origen de clase están en la base de su obra maestra, El gran Gatsby. En ella Ginevra se transfigura en Daisy, la chica cuya voz “estaba llena de dinero”, y Mitchell inspira la figura de su esposo, Tom Buchannan, que se llevó “una tropa de caballos de polo de Lake Forest”. Los sueños rotos de Fitzgerald se confunden con los de Jay Gatsby, el misterioso magnate que construye una mansión para enamorar a Daisy, y cuyo modelo tomó de los nuevos ricos norteamericanos.

Ginevra King y Bill Mitchell.

La maestría y el talento de Fitzgerald transformaron su historia personal en algo más grande, sugerente y brillante: un relato sobre el espejismo del sueño americano, de que todo es posible con dinero; un vivaz retrato social y una crónica de los locos y vibrantes años 20, aquella generación que vivió en fiestas, lujos y alcohol y tuvo una esplendorosa resaca.

Publicada en 1925, El gran Gatsby cumple 100 años convertida en un clásico de la literatura norteamericana. Eventualmente, es la obra que más se acerca a la definición de la gran novela americana, afirmó el crítico Harold Bloom, más incluso que los libros de Hemingway o Faulkner, ambos premiados con el Nobel.

En su breve perfección, en su estilizada prosa, en sus flamantes ambigüedades y tensiones, El gran Gatsby responde al deseo confesado por Fitzgerald a su editor, Maxwell Perkins:

“Quiero escribir algo nuevo, algo extraordinario, hermoso y simple, con una estructura intensamente artística”.

Desde todas sus esquinas, la novela es un admirable logro artístico, pero el camino no fue sencillo. Y el propio Fitzgerald no alcanzó a saborear la magnitud de su éxito.

Literatura y fiesta

Cuando aún vestía el uniforme de alférez, Fitzgerald conoció a Zelda, una bella y popular estudiante de Alabama, recién egresada de secundaria. Ya entonces se propuso ser el mejor escritor de su generación y tener “a la mejor chica”. De modo que se esforzó por conquistar a Zelda, y ella solo aceptó su propuesta cuando Fitzgerald –ya instalado en Nueva York después de la guerra– logró el contrato para su primera novela, A este lado del paraíso.

Zelda y Scott Fitzgerald.

Publicada en 1920, la novela fue un éxito inmediato, vendió más de 50 mil ejemplares y recibió el aplauso general de la crítica. En ella, Fitzgerald les dio voz a los jóvenes de la nueva generación, la alegre generación de la era del jazz. “Para mi sorpresa, me adoptaron no como un representante del Medio Oeste, ni siquiera como un observador distanciado, sino como el arquetipo de lo que quería Nueva York”, dijo.

Los Fitzgerald se volvieron la pareja de moda: una pareja que vivía en fiestas, conducía un convertible, bebía generosamente champagne y era asidua a las extravagancias. Para costear su estilo de vida, Scott escribía y vendía cuentos de vocación comercial a las revistas. “Trabajé muchísimo el invierno pasado, pero todo fue basura y casi me rompe el corazón, además de mi físico de hierro”, le escribió a un amigo. Para 1921 ya tenía dos colecciones de relatos publicados y una segunda novela, Hermosos y malditos.

Scott Fitzgerald y Zelda en 1920.

Por esa época la familia se instaló en Great Neck, un exclusivo barrio en Long Island, donde frecuentaron a magnates del cine, escritores, artistas y contrabandistas. Las fiestas de los Fitzgerald eran las más concurridas y le sirvieron a Scott de material para su tercera novela. Pero las dificultades económicas –un tema que persiguió a Fitzgerald toda su vida– los empujaron a dejar el vecindario y viajar a la Riviera francesa, donde el cambio los favorecía.

En este período, moviéndose entre París, Roma y Capri, Scott trabajó consistente y dedicadamente en el libro. Como le contó a un amigo, quería cristalizar “la pérdida de aquellas ilusiones que dan color al mundo”. Por entonces la pareja compartía con una élite de americanos ricos, artistas y escritores, entre ellos Picasso, Cole Porter, Rodolfo Valentino y Ernest Hemingway.

El alcohol ya era un problema para la pareja y a menudo tenían fuertes discusiones después de beber. Aun así, Scott trabajó con dedicación, mantuvo correspondencia frecuente con su editor; corrigió y mejoró el manuscrito:

“He trabajado lo suficiente como para saber que Gatsby será un libro distinto a mis anteriores: más estructurado, más controlado y más estilizado”, le escribió.

Uno de los grandes aciertos de la novela es el narrador, Nick Carraway: con él, el lector ingresa al mundo de Gatsby con una mezcla de distancia y admiración; asiste a las glamorosas fiestas en su mansión en el West Egg, en la ribera donde se han instalado las nuevas fortunas, en la orilla opuesta de las mansiones más elegantes. A través de sus ojos vemos también la frivolidad de Daisy, moldeada a partir de Ginevra King y también de Zelda. Cuando nació Scottie, la hija del matrimonio, Zelda había dicho: “Me alegra que sea niña. Y espero que sea una tonta. Eso es lo mejor que una niña puede ser en este mundo: una hermosa tonta”. Esas palabras fueron a dar directamente a la novela.

La familia Fitzgerald.

La inalcanzable Daisy parece no merecer la pasión que despierta en Gatsby. Magnético, poco refinado y de pasado sombrío, Gatsby es al mismo tiempo un héroe ambiguo y de una enorme pasión. Tal vez su gran virtud sea el tamaño de su ilusión. Y a su vez, como dice Nick Carraway, “te comprendía hasta donde deseabas ser comprendido, creía en ti como te gustaría creer en ti mismo y te aseguraba que se había formado de ti la mejor impresión, precisamente la que deseabas dar”.

El libro salió a la venta el 10 de abril de 1925. Fitzgerald esperaba un éxito inmediato y rotundo, “como un hachazo”. Pero no ocurrió. Las ventas despegaron lentamente. Los comentarios no fueron favorables. Scott sintió que algo en su vida se había roto.

Soledad y derrota

En principio, Fitzgerald esperaba vender unos 75 mil ejemplares de la novela, pero los lectores no lo acompañaron: la primera edición de 25 mil copias tardó años en agotarse.

The New York Times describió la novela como “una sátira ingeniosa y hábilmente escrita”, pero no un libro mayor. El crítico Gilbert Seldes la consideró “un cuento un poco frívolo de un mundo frívolo”. “Una novela solo para la temporada”, anotó The New York Herald, mientras The New York World tituló: “Lo último de Fitzgerald, un fiasco”.

Lectores literarios como Edith Wharton y T. S. Eliot sí la valoraron. En una carta, Wharton elogió la “finura en la construcción” que lo acercaba a la tradición francesa. Eliot escribió: “Me interesó y me emocionó más que cualquier novela nueva... el primer paso que ha dado la ficción estadounidense desde Henry James”.

Fitzgerald estaba desconcertado. “De todas mis obras, Gatsby ha sido la peor recibida. La gente parece no haber entendido nada”, le escribió a su amigo Edmund Wilson. Y a su editor le comentó: “De mis libros, Gatsby es el mejor. Pero nadie parece estar de acuerdo conmigo”.

La sensación de fracaso y las dudas la asediaron. “De algún modo, mi vida se ha roto en dos”, escribió. Más tarde se refirió a Gatsby como “una fina obra… que nadie leyó”.

Después de Gatsby, los problemas financieros volvieron. Su alcoholismo se agudizó. Las borracheras y las peleas con Zelda alejaron a los amigos. “El dinero y el alcohol fueron los dos grandes adversarios con los que luchó toda su vida”, dijo su hija Scottie.

Zelda fue diagnosticada con esquizofrenia en 1930; desde entonces entraba y salía de hospitales y manicomios. Durante nueve años, Fitzgerald trató de darle forma a una nueva novela que lo levantara de la derrota. Cuando apareció Suave es la noche, un libro sombrío y confesional basado en su matrimonio, la recepción no mejoró.

Poco después aceptó una oferta para trabajar como guionista en Hollywood. “En mi mejor momento, con Gatsby, tuve la oportunidad de ser recordado. Pero fracasé. Ahora solo escribo para pagar cuentas”, le escribió a su antiguo editor en 1939.

Francis Scott Fitzgerald murió en 1940, a los 44 años, producto de un infarto. Escribió cuatro novelas, 160 cuentos, numerosos artículos y una obra de teatro, así como una novela inconclusa, El último magnate. Pero murió convencido de su fracaso: “Quise ser grande y duradero. Lo que obtuve fue la etiqueta de cronista de una generación frívola”. En su obituario, The New York Times anotó: “La promesa de su brillante carrera nunca se cumplió”.

El segundo acto

“No hay segundos actos en la vida americana”, escribió Fitzgerald. Pero pocos años después, en medio de la Segunda Guerra Mundial, el Ejército norteamericano imprimió 155 mil ejemplares de El gran Gatsby en ediciones baratas para las tropas en Europa. El libro fue descubierto por nuevas generaciones de lectores. A partir de los años 50 se instaló como la gran novela americana y un auténtico clásico contemporáneo.

El libro ganó la admiración de críticos y lectores, desde Harold Bloom a Richard Yates y Toni Morrison. La crítica Marie Corrigan acaba de publicar el ensayo So We Read On: How the Great Gatsby Came to Be and Why It Endures. La novela ha sido adaptada al cine, el teatro y la televisión, con actores como Robert Redford y Leonardo di Caprio en el rol del protagonista. En Londres se estrenó hace unos meses una nueva versión que revive la tragedia de Jay Gatsby, del que Fitzgerald escribió hacia el final de su vida:

“Es lo que siempre fui; un joven pobre en una ciudad rica, un joven pobre en una escuela de ricos, un muchacho pobre en un club de estudiantes ricos en Princeton. Nunca pude perdonarles a los ricos ser ricos, lo que ha ensombrecido mi vida y todas mis obras. Todo el sentido de Gatsby es la injusticia que impide a un joven pobre casarse con una muchacha que tiene dinero. Ese tema se repite en mi obra porque yo lo viví”.

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