El peregrinaje al ferviente culto por Ricardo Arjona en Guatemala
El artista empezó en su tierra natal el tour Lo que el seco no dijo, el mismo que lo trae a Chile con ocho shows en 2026. ¿Cómo se comporta la divinidad máxima de un país cuando vuelve a su hogar? Culto fue hasta allá y obtuvo algunas respuestas.

¿Qué sucede cuando el héroe vuelve al barrio? ¿Cuando después de tantos años de ser visita le toca el único partido de local posible? Como Paul McCartney reencontrándose con sus paisanos de Liverpool, como Bruce Springsteen saludando a sus vecinos de Nueva Jersey.
Ricardo Arjona (61) no cantaba hace 20 años en la Gran Sala Efraín Recinos, el teatro principal del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, uno de los recintos más bellos de su natal Guatemala, no sólo por su arquitectura distinguida, sino que también porque sus dimensiones más moderadas permiten un aforo íntimo para un hombre habituado a la monstruosidad de las grandes arenas y los estadios de fútbol.

Es un espacio atípico para una superestrella -uno de los cantautores más exitosos y singulares de la escena hispanohablante en los últimos 40 años-, con capacidad para sólo 2048 personas y con ubicaciones de plateas y balcones muy cercanas al escenario, lo que hace que sus fanáticas y fanáticos se comporten como barrabravas estallando en un clásico futbolero.
En este caso, vale la pena la inclusión: a diferencia de lo que podría suceder en una capital como Santiago, el público en Ciudad de Guatemala involucra a muchas mujeres, pero también numerosos hombres que no sienten pudor alguno en interpretar a todo pulmón canciones que hablan sobre señoras de las cuatro décadas o sobre ese mapa invertido en que el norte sería el sur.
Ellas y ellos sienten una suerte de orgullo patrio por Arjona. Lo veneran, lo idolatran desde hace años, visten poleras con su nombre o calzan sus cintillos con alguna frase de sus últimas composiciones. Es viernes 31 de octubre y los militantes del universo Arjona se confunden en las calles aledañas con los entusiastas que se disfrazan fantasmagóricos a la usanza de Halloween. Pero en el teatro no hay terror alguno. ¿Dulce o Arjona? La respuesta está clara.

El artista es una bisagra al mundo para un país de tamaño medio (18 millones de habitantes) y cuyo turismo se ve algo opacado de manera injusta por otros vecinos gigantes como México; Guatemala oferta paisajes coloniales encantadores en Antigua, una travesía a la civilización maya en el parque nacional Tikal y un lago imponente rodeado de colinas verdes como Atitlán.
El hombre de Mujeres les obsequia a todos esos fans la posibilidad de partir su gira global Lo que el seco no dijo en Ciudad de Guatemala, la primera de una residencia de 23 fechas en el lugar que se agotaron en un chasquido de dedos y que tendrán su capítulo chileno en junio de 2026 con ocho recitales en el Movistar Arena.
Ropa y ron
Para entrar el contexto, en las afueras del reducto hay una estructura que replica una habitual casa de Antigua donde se venden tragos típicos -por supuesto con el ron como toque esencial-, un stand de merchandising con un taxi que recuerda una de las historias más célebres narradas por el cantante, y un puesto que simula ser callejero con tostadas de crudo y tacos de pepián de pollo, la especialidad del país.
En un salón contiguo al teatro aparece un telar que en tiempo real diseña productos relativos a Arjona, mientras que una vitrina exhibe los distintos looks ocupados en cada una de sus giras a partir de los años 90: si The Beatles intentó sintetizar sus fases creativas a través de vestuarios distintivos, el hombre de Dime que no propone lo mismo con su propio curso del calendario. Ahí están las botas café en punta y los jeans rasgados de Historias de taxi (1994), a la par con las sandalias y el colorido hippie de Fuiste tú (2011).

Pero hoy Arjona es otro. No más chalas ni trajes floridos. Pasada las 20.30 horas, el intérprete aparece sobre el Teatro Nacional con traje negro abierto en la parte de arriba, sombrero de igual color y zapatillas blancas. Es la estampa que identifica a Seco, su último álbum de 2025, bautizado con el apodo que se le conocía desde niño debido a su altura y delgadez.
Eso sí, antes de que Arjona salte bajo los focos, el espectáculo deja en claro que él no será el único protagonista de la noche. Como siempre en sus tours, la escenografía juega un rol categórico y espectacular. Y, también como siempre, con un guiño citadino, como un creador que se ve a sí mismo como un juglar que transita por los rincones de la gran urbe a la caza de inspiración.
Arjona se siente como un animal que palpita la calle, sin importar la época o el período en el que esté. Ya lo dijo hace mucho en una entrevista: tras vivir el terremoto del 27 de febrero de 2010 en Santiago -luego de su recordado show en el Festival de Viña del Mar-, se dedicó junto a su equipo a recorrer algunos tramos de la capital chilena aún sacudida.

Esta vez en Guatemala el montaje simula un gran cabaret parisino de la primera mitad del siglo XX, rodeado de un vecindario que observa cómo la noche hace surgir otra clase de trama. En ese espacio, emergen personajes virtuales que cobran vida a través de efectos y pantallas, desde una bailarina a una mujer de edad avanzada que sale a recoger el periódico.
Ya con Arjona en escena, aparece su numerosa banda, con 12 dotados instrumentistas -incluyendo una guitarrista chilena- que van desde la trompeta al violín, además de dos coristas, acorazado que enfatiza que, pese a la intimidad del espectáculo, el sustrato musical no será austero y diseñará arreglos disímiles para canciones nuevas y otras más clásicas reconocidas por varias generaciones de latinoamericanos.
Un discurso infranqueable
En el despegue pasan Gritas, de su último título, y el acento rockero de Ella, de Circo soledad (2017), donde bastaría con cerrar los ojos y sólo escuchar su letra para intuir rápidamente que estamos ante Arjona rindiendo al 100%: “Ella quiere besos en la esquina/ sexo en la cocina/ gimnasia en el sillón/ Treparse como Jane de las cortinas/ desnudarse en la oficina/ bailar en el colchón”.
Pero la audiencia está con los ojos bien abiertos. El problema, la tercera de la cita, revive los hits aclamados sin compasión, mientras gritos, vítores y aplausos caen desde todas partes del teatro. En la vorágine se escucha un bramido conocido en el sur del mundo: “¡Mijito rico!”. Al observar de cerca, dos banderas chilenas cuelgan desde la parte superior. Se trata de cinco integrantes del club de fans chileno Poquita ropa, quienes llegaron hasta la primera fecha de la gira desembolsando más de un millón 200 mil pesos en pasajes y entradas, y con el anhelo de conocer varios puntos de Guatemala, o “tierra santa”, como le llaman ellas, el lugar donde nació ese Mesías personal llamado Ricardo Arjona.

Él mismo que sigue caminando sobre los mortales y ahora hace una pausa para ejercitar otro de sus grandes placeres: hablar. Y donde efectivamente demuestra que es un mortal. Un hombre de óptica propia infranqueable. En los últimos años, el guatemalteco se ha mostrado refractario a los nuevos tiempos, deslizando reparos, por ejemplo, al lenguaje inclusivo. Esta vez no es la excepción.
“En mis tiempos los papás les decían a los muchachos cómo se aprendía a vivir. Hoy no. Hoy los papás les preguntan a los muchachos ‘¿dónde va a querer ir de vacaciones?’ Es una criatura, ¡enséñele a vivir, para eso lo trajo al mundo! A nosotros nunca nos preguntaron absolutamente nada. Entonces, voy a decir varias cosas, pero en serio, no se las tomen tan a pecho”, parte a modo de introducción para alertar que puede venir una que otra máxima incorrecta.
Como esta: “Yo vengo de un lugar donde el bullying era el arte de aprender a sobrevivir. El que era bruto, era bruto. Sin psicólogos ni pastillas. El bruto se las arreglaba para demostrarles a todos los demás, encontrando en los recovecos de la vida las instancias justas para demostrarles a todos que era bruto. Algunos éramos los brutos en matemáticas y véanme a mí que me hice cantante. Otros no se esmeraron tanto y se volvieron presidentes, miren Latinoamérica. El que era gordo, ¿saben cómo le decían en mi escuela? ‘Gordo’, ¿cómo le van a decir? Pero el gordo se las arreglaba para ser el más simpático de la clase, o el que les pegaba a todos, o el líder de la clase. Era su manera de sobrevivir. Nos costaba tanto todo. Era todo difícil”.

En cada uno de los pasajes, la audiencia lo aplaude a rabiar. Luego sigue: “Pero llegó la pedagogía moderna, llegó la psicología moderna, la inclusión (…) y empezó a joderse todo de a poquito. Hasta ahora en que el mundo se volvió un cabaret”. Arjona es claramente producto de una época. Un artista aferrado a principios que pueden colisionar con los actuales vientos de cambio, pero que su público no tiene problemas en celebrar y abrazar. La gran mayoría en el teatro se siente identificados con sus tesis.
Por lo mismo, vuelve a tomar el micrófono y no sólo para cantar. Se embarca en un largo parlamento donde reclama que los periodistas siempre le han preguntado por el país donde las mujeres más lo quieren, pero sólo uno se atrevió a hacerle la consulta contraria: ¿en qué país las mujeres te han rechazado? Arjona da la respuesta en su show: “Guatemala”.
Ante el enojo de sus compatriotas presentes, pide una chance para explicar: “En pocos países deja de existir el fenómeno de dime dónde vives y te diré quién eres. Y en Guatemala con este abismo de clases”. Ahí cuenta que él viene de la zona 18 de la ciudad, una de las más empobrecidas y peligrosas, por lo que las mujeres más acomodadas siempre lo rechazaron. “Venía la pregunta fatal: ‘¿y dónde vivís?’ Les juro que nunca mentí. Y cuando decía en la zona 18, parece que había aventado una cápsula de ántrax”.
Sin querer, el intérprete alude a una realidad común en todo el continente: el clasismo y la relevancia de las diferencias sociales. Para ello, obviamente, compuso una canción. “Esto podría ser la venganza del compositor y del muchacho que rechazaban”, dice para presentar El que olvida, donde despunta furia contra su conquista: “Cada cual su vida/ Yo quise la verdad/ Tú la mentira/ Lujo y pesadilla quien tiene dignidad/ no se arrodilla”.

Luego siguen Acompáñame a estar solo, Apnea y Si el norte fuera el sur con una derivación política: la cita original del tema que dice “Viva Wall Street/ y qué viva Donald Trump” es cambiado por “¡al carajo Donald Trump!”. El respetable ovaciona. Arjona puede parecer a momentos un resultado de otro tiempo, pero también demuestra sensibilidad con algunas coyunturas, al menos con pequeños guiños.
Las canciones más “viejitas”, como él las bautiza, continúan con un popurrí donde hilvana Dime que no, Cuando, Duele, Te conozco e Historia de taxi, con un auto en pleno escenario y una bailarina que personifica a la protagonista de la historia, mientras la banda avanza paulatinamente hacia lenguajes más salseros y caribeños, la rúbrica de la última parte de la velada. De hecho, otro clásico, Te enamoraste de ti, se transfigura en una versión bailable que le quita algo de su dramatismo original.
Después viene Todo termina, con él en guitarra sobre el escenario, mientras en la pantalla trasera aparece una imagen en movimiento del mismo Arjona envejeciendo, de la niñez a la adultez, incluso proyectándolo en los días en que llegará a los 70 u 80 años. El paso inexorable del tiempo si se quiere, tal como cae elocuente en un tema como Señora de las cuatro décadas y Fuiste tú, ambas muy coreadas.
En el bis hay paso para la muy apropiada Mi país, dedicada a su Guatemala y con secuencias de su tierra proyectada en el escenario; y el hit mayor, Mujeres. Esa suerte de himno con que el mundo lo conoció hace más de 30 años. Cuando Arjona despegaba en un trayecto imbatible en la escena latinoamericana. El mismo camino donde hoy giró de vuelta para regresar al nido donde todo partió.
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