Culto

Héctor Abad, escritor: “Había una lucha en mí entre las ganas de olvidar la tragedia y la responsabilidad de escribir este libro”

El autor colombiano sobrevivió a un ataque de misiles rusos en Ucrania en 2023, donde murieron 13 personas, entre ellas la escritora Victoria Amélina. “La sordera me salvó la vida”, dice. Ahora y en la hora, su nuevo libro, relata el viaje, reflexiona en torno a la violencia y la muerte, y recrea la historia de la novelista y poeta que preparaba un libro sobre mujeres en la guerra.

Para despedir el viaje fueron a una pizzería. El martes 27 de junio de 2023, Héctor Abad Faciolince y un grupo de amigos se encontraban en la terraza de Ria Pizza, en Kramatorsk, Ucrania. Habían visitado la región del Donbás, a solo kilómetros de la línea de fuego con Rusia, guiados por la escritora Victoria Amélina. El local era una pizzería popular en la ciudad y a esa hora había un ambiente distendido y familiar. Hasta que a las 19.23 el cielo se partió en pedazos, todo se derrumbó alrededor y el escritor colombiano sintió que el infierno brotaba desde el fondo de la tierra. Un misil ruso con 600 kilos de explosivos cayó sobre sus cabezas.

“¡Nos morimos!”, sintió o pensó Héctor Abad.

Una explosión de esas dimensiones suele alterar la percepción de los sentidos. El tiempo pareció detenerse. Aturdido, el escritor se paró, se cayó, volvió a pararse. Abría la boca, pero no podía hablar. Todo parecía en cámara lenta. Entre el polvo y los gritos, pudo ver que Victoria Amélina estaba con la cabeza inclinada, muy pálida. Abría y cerraba los ojos. No respondía a los gritos de su nombre. Una esquirla le había atravesado el cráneo a través del hueso occipital.

Poeta y escritora, Victoria Amélina abandonó la ficción después del inicio de los ataques de Rusia a Ucrania. Envió a su hijo a Polonia con una tía abuela y ella decidió quedarse en el país. Escribía un diario titulado Mirando a las mujeres que miran la guerra.

“No tengo que sobreponerme al miedo; simplemente ya no le tengo miedo a la muerte. Incluso, me imagino de qué manera todas las mujeres sobre las que he escrito se reúnen finalmente en mi funeral”, escribió allí. También anotó:

“Ahora esta debería ser también la historia de cómo he ido aprendiendo a ser una madre para mi hijo de 11 años. Pero voy a dejar que sea él quien cuente esto, con la esperanza de que nuestros hijos y nuestros seres queridos sepan entender, respetar y perdonar lo que hemos resuelto hacer”.

Victoria Amélina murió en el hospital de Kramatorsk días después. Tenía 37 años. Fueron dos los misiles disparados por el Ejército ruso que dejaron 13 personas muertas, entre ellas dos gemelas de 14 años. Su padre las invitó a comer pizza para celebrar sus notas en el colegio. El padre sobrevivió, así como Héctor Abad y sus amigos colombianos, Sergio Jaramillo, de la organización ¡Resiste Ucrania!; la periodista Catalina Gómez y el chofer del jeep que los transportaba, Dima Kovalchuk. Otras 60 personas resultaron heridas.

-La sordera me salvó la vida. Yo aún no usaba este audífono -cuenta el escritor desde su casa a través de Zoom.

Minutos antes de la explosión, Héctor Abad (Medellín, 1958) se paró del sillón blanco donde estaba sentado para escuchar mejor a su amigo Sergio. Tomó una silla a su lado, al otro lado de la mesa, mientras Victoria Amélina se movió al sillón blanco donde estaba Abad, en el cual resultó herida de muerte.

¿Por qué unos tienen la extraña suerte de salvarse y otros son arrasados por la historia?, se pregunta el escritor en su nuevo libro Ahora y en la hora. Recién publicado por Alfaguara, el relato es la crónica de ese viaje a Ucrania en 2023, así como una relación de los últimos días y la historia de Victoria Amélina. Con referencias históricas y literarias, de Vassily Grossmann a Primo Levi, el libro es también un ensayo personal en torno a la violencia y el horror, así como una memoria reflexiva atravesada de amor familiar.

“Las historias deben salvarse como sea, saltar de un cuerpo casi muerto a otro cuerpo vivo. Es su última oportunidad”, escribió Victoria Amélina en su novela Un hogar para Dom. Y esas palabras son parte ahora del epígrafe del nuevo libro del autor de El olvido que seremos.

Precisamente, aquella novela autobiográfica en torno al asesinato de su padre, el médico Héctor Abad Gómez, está en el origen del viaje a Ucrania. Poco antes de la pandemia, dos jóvenes editoras publicaron El olvido… en ese país. En 2023 invitaron al autor a la Feria del Libro de Kyiv. Contra la opinión de su esposa y la mayoría de sus hijos, y tras superar una operación a corazón abierto de 2021, Abad Faciolince aceptó viajar.

En la feria firmó su libro y participó también en la presentación de ¡Aguanta Ucrania!, un movimiento de solidaridad formado por Sergio Jaramillo. Allí conoció a Victoria Amélina. Al día siguiente debían tomar un tren a Polonia para regresar a casa, pero Jaramillo propuso visitar la región del Donbás. No estaba en el itinerario original y la idea no entusiasmó al escritor, que por entonces tenía la misma edad de su padre al morir, pero finalmente accedió. A última hora Victoria Amélina decidió acompañarlos.

Viajaron hacia el este de Ucrania. Visitaron pueblos destruidos, fueron a la casa del escritor y activista Volodimir Vakulenko, asesinado por las tropas rusas; conocieron a una bibliotecaria que mantiene viva la lectura en medio de la guerra. Vieron iglesias en ruinas, puentes derrumbados, tanques explotados y un campo de entrenamiento de jóvenes reclutas, liderado por un soldado pacifista.

Cada libro es un desafío, dice Héctor Abad, pero este fue aún más difícil. No solo por la distancia cultural con Ucrania y por la cercanía temporal con los hechos. Sobre todo, por el efecto traumático de la experiencia.

-Yo siempre prefería dejar que pasara el tiempo, que el olvido mismo hiciera su tarea, pero el hecho de ser más viejo hace que para la escritura de un libro nos precipitemos un poco más, porque no sabemos ya bien cuánto tiempo tenemos por delante. Y también sabía que en esta situación mental el olvido haría su tarea con mucha más fuerza. El deseo mismo de dejar atrás una situación tan dolorosa es una tentación muy grande. Algo en mí se negaba a escribir este libro. Un tiempo estuve muy mal, tomaba antidepresivos y los antidepresivos no me dejaban revivir bien el horror. Para escribir sobre algo trágico hay que volverlo a vivir en la memoria de un modo muy intenso. Había una lucha en mí entre las ganas de olvidar la tragedia, de no pensar en lo horrible, y el deseo, la responsabilidad de escribir este libro.

Usted no estaba de acuerdo con extender el viaje, sin embargo decidió ir. ¿Por qué?

¿Por qué acepté ir más cerca de la muerte? No lo entiendo. Tal vez para aprender, y ya creo que lo aprendí, que tratar de vivir heroicamente como vivió mi padre al final de su vida, aunque sea bonito, es una insensatez que uno cuando tiene familia no se puede permitir. Una de las cosas que más me dolieron del ataque a la pizzería Ria fue la muerte de esas gemelas. Ahora tengo unos nietos mellizos que nacieron en diciembre del año pasado, cuando yo tenía que entregar el libro. Es como si todo me mandara mensajes de que aún en la vejez uno debe cuidarse, uno debe pensar no en los achaques, no en esta sordera que me salvó, no en las operaciones de corazón abierto, sino en que realmente cuando uno tiene un círculo amoroso, la vida es un tesoro que hay que proteger siempre, porque si no, haces padecer a la gente que está a tu alrededor algo muy grave.

La experiencia en Ucrania le hizo pensar también en la historia con su padre: “Cuando volví, mis hijos me decían, pero es que no te das cuenta de que te hubieran matado a la misma edad del abuelo y nos hubieras dejado a nosotros en una situación similar a la tuya y a la de las tías, de una pena, de un pesar que dura toda la vida. Yo respeto mucho a la gente que tiene una vida heroica, quiero y respeto mucho, por supuesto, a mi padre, pero al mismo tiempo me doy cuenta de la injusticia de que en el mundo haya situaciones en las que algunas personas se sientan obligadas a ser heroicas. Yo entiendo que los ucranianos quieran dar la vida por su país. Entiendo que Victoria, a diferencia de muchas otras mujeres ucranianas, no se fuera con su hijo para protegerse, sino que volviera al país y arriesgara su vida”.

Es muy conmovedor lo que ella escribió en su diario.

Sí, pero no es mi caso. Es decir, yo estoy absolutamente convencido de que lo que hace Putin son crímenes de guerra, pero no siento ni sentía la responsabilidad de ser una de las personas que tenían que sacrificarse por esta causa. Yo no fui ahí como un activista. Y quiero desmentir cualquier confusión de que yo fui ahí heroicamente, haciendo reporterismo de guerra como un periodista valiente. No, no fue eso. Y si me mataban, a lo mejor yo hubiera quedado ante algunas personas como alguien heroico. Pero en realidad, cuando pienso que me salvé, creo que yo hubiera caído como un idiota.

Usted le regaló una copia de la traducción de El olvido que seremos a Victoria. Y, a su vez, ella le pidió al editor en España que le hiciera llegar su novela a su casa. Y justamente minutos después de la explosión usted recibió un mensaje del editor en España contándole que el libro lo estaba esperando.

Sí, me dice: acabo de dejar el libro con tu vecino. En ese libro de Victoria encontré la frase que es el epígrafe de Ahora y en la hora. De algún modo, pienso que si mi sordera no me hubiera llevado a cambiar de puesto en esa mesa, si yo hubiera sido el muerto, o el herido de muerte, creo que Victoria hubiera cumplido lo que dice en su libro. Es decir, que la historia de ese crimen de guerra ruso, uno más, debía salvarse como sea y saltar de un cuerpo casi muerto, que habría sido el mío, a un cuerpo joven que lo pueda contar y que era su última oportunidad. Y Victoria lo habría hecho. Ella ya había hablado en nombre del poeta y cuentista infantil Volodymyr Vakulenko en un acto. Yo cito un discurso de ella: “Estoy hablando en nombre de Volodymyr Vakulenko, que ya no puede estar aquí para recibir este premio, porque fue asesinado, torturado y rematado por los rusos”. Yo siento que ella lo hubiera hecho y estaría a lo mejor aquí hablando contigo.

A Victoria la conoció en la feria del libro y luego hicieron el viaje donde murió. Pero en ese minuto no se conocían. ¿Quién era ella?

En realidad, yo no era su amigo. Yo no le decía Vika, como le decían sus amigos. Yo me he vuelto amigo de Victoria después de su muerte. Yo no la había leído y ella no había leído nada mío. Eso entre los escritores crea cierta sensación de incomodidad. Y después de esta experiencia, me dediqué a leer fervorosamente todo lo que pude que había publicado Victoria, sus conferencias, sus poemas, los libros traducidos al inglés o al español o artículos al francés, y siento que ahora la conozco.

Esos pocos días que estuvimos juntos me interesa contarlos, porque fueron las últimas horas y los últimos minutos de su vida. Y ella era una mujer, ahora lo sé, tremendamente valiente, una mujer que se dedicaba a documentar los crímenes de guerra, que había abandonado la ficción, que solo de vez en cuando escribía algún poema. Victoria era una mujer muy comprometida con su país, que defendía la cultura ucraniana, que no quería que esta cultura fuera aniquilada una vez más, como tantas otras veces en los últimos siglos, generalmente por los rusos, pero también por los nazis. Era una mujer dedicada a esto con un valor increíble, porque tenía un niño y lo había dejado en Polonia al cuidado de una tía abuela. Ella nos quiso acompañar, y no estaba en sus planes, para mostrarnos los sitios de crímenes de guerra y también para despedirse de amigos suyos, porque ella se iba un año a París a escribir el libro que estaba terminando. Ella fue para acompañarnos, pero también como un acto de cariño con sus amigos, porque pensaba que podían morir.

En el libro habla de la culpa de sobrevivir. ¿Quedó con culpa?

Vasily Grossman, al que cito muchas veces en el libro, decía que en estas situaciones extremas no hay inocentes entre los vivos, él que vivió las persecuciones del estalinismo, que tuvo que cometer algunos actos indignos de firmar ciertos comunicados en los que colegas suyos quedaban mal, se daba cuenta de que sobrevivir en la Unión Soviética de Stalin era a veces un acto de traición, de cobardía. Lo mismo sentían Primo Levi o los judíos que sobrevivieron al holocausto. Sentían mucha culpa. Yo escribí este libro para tratar de entender la culpa que sentía, para tratar de explicarla y tratar de olvidarla.

Siento culpa con mi mujer, con Alexandra, siento culpa con mis hijos. Yo creo que no me arrepiento por el simple hecho de no haber quedado herido, tetrapléjico, sin un ojo, sin un brazo o sin una pierna. Así es fácil no arrepentirse. Pero en el fondo yo creo que sí hay arrepentimiento de cometer un acto que no fue ni siquiera heroico, sino estúpido, yo fui allí arrastrado por personas más heroicas. Pero ese no soy ni he sido yo en Colombia, yo no he luchado como mi padre por causas justas en mi propio país, yo no soy nada heroico. A lo único a lo que me dedico es a escribir y no quisiera que me pasaran este tipo de cosas horribles para poder escribir libros. Yo preferiría escribir libros más malos y más inocentes sin experiencias horribles, pero es como si la vida me condujera por estos caminos y lo único que puedo hacer con ellas es escribir de esas experiencias para superarlas. Pero ahora ya no estoy más volcado hacia el pasado de estas gemelas que mataron, sino hacia el futuro de estos mellizos que le nacieron a mi hija.

¿Qué le ha parecido la reacción de los gobiernos latinoamericanos ante la guerra?

Ha habido unas personas muy indiferentes, como AMLO en México, Petro en Colombia, como el mismo Lula, que no sé por qué piensan que Rusia es la heredera de la Unión Soviética y de ideales socialistas. En el caso de Chile, Boric, probablemente por sus orígenes esteuropeos, comprende más lo que es tener de vecino a un país invasor como Rusia. Lo ha tenido mucho más claro y es algo que le reconozco y agradezco. Y ha sido una excepción, sobre todo en la izquierda latinoamericana.

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