Culto

Illapu Sinfónico, un efectivo abrazo de dos mundos para seguir viviendo

Una colaboración en toda regla. Fue la clave que marcó la primera experiencia sinfónica del histórico conjunto chileno, con la Orquesta Nacional Juvenil. A ratos tocaron juntos, en otros, el ensamble orquestal tomó el protagonismo e incluso interpretó en solitario un tema instrumental. Un abrazo entre quenas y violines, zampoñas y bronces, logrado con criterio y que repasó clásicos como Primer sueño de amor, Para seguir viviendo, Morena esperanza, entre otras.

Illapu Sinfónico Foto: Pedro Rodríguez/La Tercera

Los asientos del Movistar Arena ocupados casi en su totalidad, a casi 20 minutos del show, y el sonoro aplauso a los músicos de la Orquesta Nacional Juvenil, apenas comenzaron a ubicarse en sus posiciones, delataban la expectativa que abrió el show sinfónico de Illapu. Un hito que estaba en los planes del grupo hace años, y por fin lograba concretar.

Para un conjunto que llevó la exploración de la Nueva Canción Chilena a un alcance masivo y popular, se trata de un ejercicio muy particular.

A diferencia de otros encuentros entre música popular y clásica, lo de Illapu y la Sinfónica Juvenil, la noche del domingo 27 de julio, fue una colaboración en toda regla. Por ello, fue el ensamble en solitario, dirigido por la batuta de Juan Pablo Aguayo, el que abrió el show. Una introducción de ambientación ensoñadora, sostenida en referencias a melodías de Illapu, engarzadas entre sí, introdujo la tónica de la noche. Algo así como una panorámica de lo que ocurriría.

Illapu Sinfónico Foto: Pedro Rodríguez/La Tercera

Y funcionó. El respetable rompió en aplausos para la orquesta, los que al mismo tiempo sirvieron de bienvenida a Illapu. De inmediato, suena Háganos un pacto. Coreada por el público en su mayoría adulto y mayor, la canción suena más amplia y gana en textura, marcando su carácter épico.

“Son ya 54 años -dice Roberto Márquez-, y aquí seguimos”.

Luego, la orquesta se extiende en una obertura que en algunas frases, adelanta a Lejos del amor. Y de inmediato, suena la conocida frase de quena, tocada por José Miguel Márquez, sobre el arpegio tocado en el charango de Roberto. La orquesta se hace notar más en el estribillo y explota en la línea “leeejos del amoor”. El público corea a rabiar. La fórmula se repetirá en otros momentos, por ejemplo en Un poco de mi vida (ambas del disco En estos días, 1993).

La orquesta pasa al protagonismo en otros momentos. La idea de Juan Pablo Aguayo es que no sea solo acompañamiento y los arreglos logren un desarrollo. Al hacer Arrurrurú la faena, Illapu solo acompaña en las voces, quena y quenacho. Mientras, el arreglo de cuerdas sostiene la canción y subraya el dramatismo de la letra. “La faena te llama, mamita obrera”.

Queda claro que Illapu ha sumado al repertorio parte de su material más añoso. Acompañando solo con las guitarras, congas y güiro hacen Puerto Rico, Puerto pobre, de los primeros años ochenta, que el acompañamiento orquestal potencia en el estribillo.

Por las características de los ritmos andinos, el acople entre los dos universos se pone a prueba en el ritmo de trote de Primer sueño de amor, una de las favoritas del público. La orquesta acompaña de forma eficiente con contramelodías, en un tema que ya es rico en arreglos. El ejercicio se repite en Tu propia primavera, que permite a la orquesta trabajar capas de sonido.

Llega el habitual momento de tributo a la música mapuche. Con una interesante mezcla entre trutrucas y quena, los músicos de Illapu introducen Bio bio sueño azul, que en su rítmica más repetitiva le entrega espacio para el lucimiento de la orquesta. La canción suena sorprendentemente épica, con los bronces casi emulando las trutrucas y los versos de Elicura Chihuailaf, sumado como invitado en escena, redondea un momento emotivo.

Illapu Sinfónico Foto: Pedro Rodríguez/La Tercera

No seŕá el único invitado. También subió al escenario la actriz Francisca Gavilán, haciendo parte del relato de El grito de la Raza (1978). Básicamente, tal como lo ha hecho en la gira en que el grupo ha vuelto a montar su histórica cantata. La Canción del nuevo amanecer, se presta en todo su espesor para una lectura sinfónica. Nada raro, pues en el álbum original ya se había sumado un cello.

En otros momentos, Illapu solo agrega a un solista al sonido de la Orquesta. Así sucede en Mamá Aida (original de Morena Esperanza, 1998), el tributo a la madre, que un emocionado Roberto Márquez cantó junto a las cuerdas. Una imagen propia de un crooner de otro tiempo, hoy reinterpretada en uno de los momentos novedosos de la noche.

Similar ejercicio sucede con Para seguir viviendo, la canción escrita en memoria del asesinado fotógrafo Rodrigo Rojas DeNegri. La guitarra de Roberto y la quena de José Miguel se suman al entramado armónico del ensamble. La línea final, la de “tu voz seguirá viviendo”, desata un respetuoso aplauso del público.

Luego, una sorpresa. Los músicos de Illapu se sientan y la orquesta interpreta, en solitario, la instrumental Población La Victoria. Una lectura para un clásico de los días del exilio, en que las melodías se entretejen desde los bronces y el acompañamiento armónico enfatiza su origen como un canto popular. El público escucha con respeto y regala le felicitación del aplauso.

Tras un respiro, Illapu devuelve la gentileza haciendo Despedida del pueblo, esta vez con los jóvenes músicos de la Orquesta solo dando discretas palmadas.

Illapu Sinfónico Foto: Pedro Rodríguez/La Tercera

El tono se mantiene en Aunque los pasos toquen, el sentido homenaje del grupo a las víctimas de las violaciones a los derechos humanos. El arreglo, rico en pizzicatos y detalles de las cuerdas, potencia el texto, tomado de uno de los poemas del Canto General de Neruda, y musicalizado por José Miguel Márquez, quien las oficia de solista y canta la canción, alternando con Roberto. Las clásicas armonías vocales de Illapu se elevan sobre el acompañamiento orquestal. El verso final, sólo a capella, resonó en la noche iluminada por los teléfonos móviles.

En el tramo final, pasan temas más reconocidos. El respetable se levanta de los asientos cuando suena la siempre animada Morena Esperanza. Sigue de pie para corear Vuelvo para vivir, que la orquesta acompaña con un arreglo vibrante que se suma como un colchón armónico que enfatiza las frases principales.

“Lo hemos disfrutado a concho”, dice Roberto Márquez, antes de dedicar Sobreviviendo al pueblo de Palestina. Tras un breve adiós, regresan a escena al trote del clásico trémolo de charango que abre el Candombe para José, cantada por el público igual que cuando se volvió un impensado hit folclórico a mediados de los 70. Fue el cierre para un show histórico, bien pensado y equilibrado con criterio entre dos universos musicales divergentes, pero unidos en su vocación popular. Para que la musica siga brotando.

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