Por Claudio VergaraLa compañía italiana que “se enamoró” de Pedro Lemebel y que trae su obra a Chile: “Marcó una inflexión en nuestra vida”
El histórico Piccolo Teatro di Milano presentará en la próxima versión de Teatro a Mil su adaptación de Tengo Miedo Torero. En conversación con Culto, hablan de la singular forma en cómo descubrieron al chileno y de por qué decidieron llevarlo a escena.

Pedro Lemebel es una figura que cubre épocas, disciplinas y formatos.
Al regreso a las librerías en agosto de su obra, luego del fin de una cruenta disputa familiar, se suma ahora su salto a las tablas en la versión 2026 del festival Teatro a Mil: a la cita llegará Tengo miedo torero según la lectura del histórico Piccolo Teatro di Milano, entidad italiana que revive en escena el texto publicado en 2001, la única novela del autor, situada en los días de dictadura y que cuenta la historia de amor entre un homosexual adulto de pocos recursos y un guerrillero de izquierda perteneciente al Frente Patriótico Manuel Rodríguez que después participará del atentado contra Augusto Pinochet.
“En uno de los momentos más críticos de la historia de Chile, Tengo miedo torero encarna la inevitable parábola del deseo con precisión, a través de la pasión y la política”, dice un comunicado de Teatro a Mil.
A cargo del montaje está Claudio Longhi, catedrático de Historia y Teoría de la Dirección en la Universidad de Bolonia que dirige su primera obra para la compañía. Por su lado, Piccolo Teatro di Milano fue fundado en 1947 por Paolo Grassi y Giorgio Strehler, como el primer teatro de servicio público de Italia y con un repertorio estable. Hoy es una de las instituciones más importantes de su tipo en Europa y su programa abarca teatro, danza y música, presentando obras interdisciplinarias y con enfoque internacional en tres sedes de Milán.

En el elenco están Daniele Cavone Felicioni, Francesco Centorame (Carlos), Michele Dell’Utri, Lino Guanciale (La reina de la esquina), Diana Manea, Mario Pirrello (Augusto Pinochet), Sara Putignano (Lucia Hiriart), Giulia Trivero.
En entrevista con Culto, Longhi y el destacado actor Lino Guanciale entregan su mirada en detalle de cómo fue trabajaron un título de Lemebel y cómo conocieron al escritor nacional.
-¿Cómo surgió la idea de llevar este libro chileno al teatro?
Lino Guanciale: Claudio Longhi y yo buscábamos una obra que nos permitiera abordar ciertos temas que, en nuestra opinión, el teatro debe abordar con urgencia. Claudio y yo llevamos 22 años trabajando juntos, y hace 22 años nos conocimos en torno a una convicción íntima —que, en última instancia, proviene de la enseñanza de Brecht—: que la realidad es algo transformable, que el mundo se puede cambiar y que, a través del teatro en particular, y de las artes en general, las personas no pueden cambiar sus creencias, pero sí pueden cuestionarlas, abrir nuevas brechas que, con el tiempo, podrían posibilitar la evolución. En resumen, creemos que el teatro es un instrumento crucial para la crítica de la realidad, y eso, sin duda, implica creer en su valor político.
“De hecho, hacía mucho tiempo, desde La classe operaia va in Paradiso (La clase obrera va al cielo) en 2018, que Claudio y yo no nos encontrábamos creando una nueva producción, a pesar de que nuestra colaboración nunca había cesado del todo a lo largo de los años. Ambos sentíamos que esta vasta historia de amor y revolución nos hablaba directamente a nosotros, sobre nosotros; que nos ayudaría a comprender algo más sobre el mundo que habitamos. Es un texto que abre puertas: puertas dentro de nosotros mismos y puertas hacia la realidad"
-¿Cómo descubrieron este libro?
LG: Descubrí el libro de una forma bastante divertida. Aunque Lemebel es apreciado en Italia por un círculo de lectores fieles, aunque bastante reducido —aquellos atraídos por la literatura sudamericana o con un interés particular en la escritura queer—, debo admitir que no lo conocía.
“Sin embargo, soy un gran amante de la narrativa latinoamericana, y mi esposa, queriendo sorprenderme con un regalo, fue a nuestra librería favorita, aquella en la que confiamos para la mayoría de nuestras compras. Había planeado traerme a casa un Bolaño que aún no había leído, pero nuestro librero de confianza le sugirió que eligiera Tengo miedo torero. ‘Le encantará’, dijo. Y así fue; no solo me encantó, sino que puedo decir honestamente que leer a Lemebel marcó un punto de inflexión tanto en mi vida como en mi trayectoria artística. Me enamoré de su escritura”.

“En ese momento, Claudio y yo buscábamos una obra en la que centrar nuestras energías para un nuevo proyecto, dudando entre un texto y otro, o la idea de volver a Brecht, nuestro mentor teatral. Conociendo su pasión por la literatura sudamericana, lo animé a leer el libro, que no se parecía a nada que yo hubiera leído antes. Él también se enamoró: primero por su extraordinario lenguaje, bellamente transmitido incluso en la traducción italiana, y luego por su historia y sus personajes”.
-¿Cuál fue el principal reto y dificultad para llevarla a escena?
Claudio Longhi: Probablemente, el mayor reto residió en encontrar una forma escénica que transmitiera el lenguaje de Lemebel. Su extraordinaria riqueza —y me refiero, por supuesto, a la traducción italiana que, según me han dicho, dado que no tengo un conocimiento directo del español, es excelente— parece poseer una naturaleza inherentemente literaria. Sin embargo, mi percepción es que esta literatura está imbuida de una vitalidad oral, una especie de vivacidad que la impulsa naturalmente hacia la escena. El reto se volvió aún más radical considerando que, en el proceso de transposición teatral, no hubo reescritura, sino simplemente una deconstrucción de la página novelesca, redistribuida entre los diversos personajes. El segundo gran reto fue encontrar la manera de representar a Santiago.
“Mi percepción, de hecho, es que el verdadero protagonista no es tanto la Reina, ni Carlos, ni Pinochet, ni su esposa, ni Lemebel disfrazado de Reina, sino Santiago mismo, en un extraordinario acto de amor y entrega que el autor dedica a su ciudad. Aunque Tengo miedo torero tiene la dimensión de una novela casi de cámara, ya que toda la trama gira en torno a dos parejas —Pinochet y su esposa, la Reina y Carlos— con una procesión de personajes secundarios a su alrededor, es una falsa novela de cámara, porque esa cámara se abre por completo y se transforma en una ciudad. Y, de nuevo, dentro de esta exploración urbana imaginada por Lemebel, hay una especie de extraña seducción, un filtro teatral. A menudo, de hecho, la ciudad en la novela se ve a través de una ventana: la ventana de la casa de la esquina de la Reina, la ventana del coche de Carlos, la ventana del autobús. Siempre hay una especie de encuadre, un proscenio a través del cual se observa la ciudad. Ahora bien, volver a traer al horizonte escénico, y en una duración razonablemente contenida, algo que tiene la dimensión de una ciudad de millones de habitantes, que se extiende con el aliento de una metrópoli, no es una operación sencilla”.

“Un tercer desafío, probablemente, fue intentar dar vida teatral, en Italia, a un material tan profundamente chileno. Una amiga chilena, a quien le pregunté qué opinaba sobre la posibilidad de poner en escena Tengo miedo torero, respondió: ‘Es imposible; solo un chileno puede comprender realmente de qué estamos hablando’. No se refería, por supuesto, al conocimiento del acontecimiento histórico, sino a un temperamento o naturaleza íntima que Lemebel logró captar a la perfección. Por otro lado, incluso en este caso, el desafío se vio facilitado por la propia intuición artística de Lemebel, ya que al imaginar, relatar y dar forma a un material tan profundamente chileno, también crea una poderosa metáfora de la dialéctica eros-política, que, de hecho, cobra vida en todas las latitudes”.
“Quizás como acotación a lo dicho, añadiría: No oculto que, al enfrentarnos al reto de llevar este material a la escena, fue inevitable abordar la cuestión de la apropiación identitaria, prestando atención tanto a la dimensión queer de la obra como a la identidad mapuche. Nos cuestionamos, a través de un proceso de diálogo con la comunidad LGBTQ+ y con la comunidad chilena, sobre la legitimidad de tal esfuerzo, y la respuesta tranquilizadora que recibimos —que nos animó a asumir el reto, conscientes de los riesgos que conllevaba— fue que la riqueza de la escritura de Lemebel reside precisamente en ser una metáfora extraordinaria: algo capturado en su increíble e irrepetible especificidad, y a la vez dotado de una energía extraordinaria que le permite constantemente devenir algo distinto de sí mismo, hablar de algo distinto de sí mismo”.
-¿Cómo pueden la realidad y la trama del libro aplicarse a otras realidades del mundo, y en particular a la de Italia?
Claudio Longhi: Se trata de un material que está exquisita y genuinamente ligado a una ciudad, un país y un momento histórico. Cabe hacer tres consideraciones. La primera es que existe una profunda conexión entre ese momento histórico —y me refiero más a la época del golpe de Estado que al atentado contra Pinochet— y la historia italiana de la década de 1970. Cuando presentamos la obra en Italia, en diálogo con las instituciones culturales con las que colaboramos y con grupos de espectadores, quedó claro que compartíamos la percepción de que también era un fragmento de nuestra propia historia”.
“En segundo lugar, como mencioné antes, siendo el extraordinario autor que es, Lemebel logra crear una poderosa metáfora, de modo que un objeto tan claramente definido en el tiempo y el espacio, como esa novela, se convierte inmediatamente en un espejo a través del cual mirar más allá de ese tiempo y ese espacio. En tercer lugar, creo que hay una profunda verdad en la intuición de Brecht de que hay que mirar las cosas desde la distancia para verlas más claramente; a veces, la extrañeza de un objeto en relación con nuestro propio horizonte perceptivo revela capas inesperadas de significado, haciendo que ese objeto sea más fascinante, más estimulante, más intrigante que lo que habitualmente percibimos en nuestra experiencia diaria”.

-¿Es una gran responsabilidad presentar esta obra ante el público chileno?
Lino Guanciale: Sí, traer Tengo miedo torero a Santiago es, sin duda, una enorme responsabilidad, o al menos así lo sentimos. En primer lugar, porque sabemos lo que Lemebel significa para el público chileno, lo que representó y representa para los chilenos de hoy, y sentimos el peso de llevar sus palabras, su lenguaje, al escenario. Si bien actuaremos en italiano con subtítulos en español, nos sentimos responsables de llevar el ritmo y la textura verbal particulares de este autor a su tierra natal, a través de la mirada de artistas que provienen de otro mundo lingüístico y cultural. También sentimos la responsabilidad de presentar una historia tan querida en Chile a quienes la perciben como algo profundamente personal. En esta historia, más allá de sus grandes temas universales —el amor y la revolución—, yace un legado histórico cuyos ecos siguen vivos en la vida de todos nosotros.
“También sentimos que estamos dando testimonio del papel perdurable del teatro como medio para reflexionar sobre el pasado. Italia ha seguido la historia de Chile durante los últimos sesenta años con gran atención y pasión, y lo que ocurrió en el país durante y después del golpe de Estado chileno, a lo largo de la era de Pinochet, es algo que el público italiano ha seguido con profundo interés y empatía”.
“Tenemos una profunda curiosidad por ver qué sucederá cuando nosotros, como italianos, traigamos esta historia chilena a casa. Creemos que generará un intercambio profundo y una oportunidad para el diálogo entre dos países y dos historias: Italia y Chile”.

-Según ustedes, ¿cuál es la idea principal que se desprende del estilo de Pedro Lemebel?
Claudio Longhi: En la escenografía de la obra, recreamos algunos murales basados en obras reales documentadas en libros de arte. Hay uno en particular: un retrato de Lemebel con una frase suya: ‘No somos iguales, somos únicas e irrepetibles’. Creo que esta máxima encapsula de forma impactante ese extraordinario canto a la diferencia que percibo en el corazón del pensamiento de Lemebel: a la vez una orgullosa afirmación de la identidad y un conmovedor reconocimiento del derecho a la existencia de las diferentes identidades, una celebración de la diversidad, la multiplicidad, lo irreductible y de la belleza de lo efímero, cuando la singularidad implica la ausencia de eternidad y el reconocimiento de la naturaleza de la vida. Y precisamente en esta singularidad reside la exaltación de la belleza de la vida, en su fluir incesante, en su capacidad de cambiar conservando un rastro de singularidad deslumbrante”.
Lino Guanciale: Es difícil identificar una sola idea o mensaje central en la obra de Lemebel, ya que su obra, como toda gran literatura, es multifacética. Opera en múltiples niveles: el lingüístico, el histórico-político, la dimensión civil y de derechos humanos, y, sobre todo, la inmensa humanidad con la que su mirada se posa en las figuras más diversas: verdaderos retratos de tipos humanos, extraídos también de sus otros escritos, que inspiraron nuestra puesta en escena de Tengo miedo torero. La mirada de Lemebel es profundamente humana. Mantiene unida la valoración histórica y política de quienes retrata —cuando, por ejemplo, son hombres y mujeres cómplices del régimen de Pinochet— y una compasión inquebrantable que le permite revelar la fragilidad junto a la mezquindad, y los destellos de heroísmo propios de los seres humanos. Esta extraordinaria capacidad para retratar la humanidad, con despiadada y ternura a la vez, tanto en sus luces como en sus sombras, lo convierte en un testigo verdaderamente grande y universal de nuestro tiempo.
*La obra Tengo miedo torero se exhibirá los días 22, 23 y 24 de enero de 2026, a las 19.00 horas, en el Teatro Nacional Chileno (Morandé 25). Entradas en Ticketplus.
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