
La trilogía de los colores de Krzysztof Kieślowski: el regreso de un neoclásico
Azul (1993), Blanco (1994) y Rojo (1994), las clásicas películas del cineasta polaco basadas en los ideales de la Revolución Francesa, acaban de llegar a la plataforma Mubi. Acá revisamos cómo fueron concebidas por su creador y cómo se ven hoy, bajo la mirada de un especialista chileno.

Hacia 1993, Krzysztof Kieślowski había logrado el aplauso y la benevolencia de la crítica. Títulos como No amarás (1998) o La doble vida de Verónica (1993) le habían dado el pasaje a la inmortalidad dentro de la cinematografía de autor. Pero faltaba algo más para coronar una carrera brillante.
Y esa joya fue una trilogía de películas, una serie basada en ideas. Así, tomando como referencia los ideales de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad, Kieślowski realizó los filmes con los nombres de los tres colores de la bandera de Francia: Azul (1993), Blanco (1994) y Rojo (1994). Hoy, están nuevamente disponibles en el streaming, en la plataforma Mubi.

En entrevista de junio de 1994 con Sight and Sound, Kieślowski reconoció que desde un inicio siempre pensó en realizar una trilogía. “Lo hace todo más interesante. Los diferentes puntos de vista son inherentemente más interesantes que un solo punto de vista. Como no tengo respuestas, pero sí sé cómo plantear preguntas, me conviene dejar la puerta abierta a diversas posibilidades. Me di cuenta de esto hace algunos años. No quiero parecer relativista, porque no lo soy, pero debo admitir que hay un elemento de relativismo en juego”.
Si hay algo común en los tres filmes es que en todos los personajes principales quieren dejar algo atrás y empezar de nuevo. En Azul, Julie Vignon-de Courcy (una soberbia Juliette Binoche) sobrevive a un accidente de tránsito en el que pierde a su esposo -un reputado compositor- y a su hijo. No sabe cómo seguir adelante, y peor aún, descubre que este le había sido infiel, pero hay un enamorado cerca que tendrá algo que decir; en Blanco, vemos la historia de Karol (Zbigniew Zamachowski), un inmigrante polaco en Paris quien sufre el divorcio de su esposa francesa Dominique Vidal (Julie Delpy). Esta lo humilla hasta el hartazgo. Karol vuelve a Polonia, inicia una nueva vida donde se enriquece, pero sigue enamorado de ella y elabora una venganza; y en Rojo, vemos cómo una joven modelo, Valentine Dussaut (Irène Jacob) arranca de un noviazgo tóxico y conoce a un particular nuevo amigo, Joseph, un juez maduro y gruñón (Jean-Louis Trintignant) con el que crea un vínculo muy especial y afectivo.

Rodadas con co-producción francesa y polaca, los filmes se ambientan en Francia, Polonia y Suiza, respectivamente. Eso se debe, según Kieślowski a un deseo de conversar las temáticas con todo el continente. “Los temas que plantean estas películas están profundamente arraigados en las tradiciones europeas, así que fue natural difundirlos por toda Europa. La productora nos ayudó a decidir dónde rodar, pero nadie nos obligó”.
Además, para el director, la idea era que las ideas subyacentes quedaran en una capa subterránea del filme, no necesariamente tan a la vista. De modo tal que fuese el espectador el que descubriese los vínculos entre los colores, los conceptos y las películas. “Bueno, partimos de ideas, de guiones, y como la idea original era la que era, eso incluía tres películas. Así que tuvimos que responder a tres preguntas porque obviamente había tres problemas. Decidimos bastante pronto hacer las tres películas por separado, que, por supuesto, tienen ciertos elementos comunes. Pero estos son vínculos cuidadosamente camuflados, que representan mi experimentación con juegos para el espectador que también disfruta de ellos. Si al espectador no le gustan estos juegos, entonces verá tres historias completamente diferentes. Si al espectador le gustan, entonces las películas se convierten en algo más”, dijo en una entrevista de 1993.

Ese mismo año con The Guardian, comentó la importancia de las ideales de la Revolución Francesa en aquellos tres filmes, aunque aseguró que solo son el punto de partida. “Estos conceptos nos conciernen a todos, no solo a Francia. Si les preguntas a los guerreros de Arafat por qué luchan, te dirán exactamente lo mismo: libertad, igualdad, fraternidad. Pregúntales a los bosnios o a los serbios, te dirán lo mismo. Los conceptos en sí mismos son solo pretextos para hacer películas”.
“Son imposibles de alcanzar desde el punto de vista individual. Políticamente, quizás, salvo la igualdad, claro. Puedes decir: ‘Quiero ser libre’, pero ¿cómo te liberas de tus propios sentimientos, recuerdos y deseos? Quizás no podamos funcionar sin ellos, lo que automáticamente significa que no somos libres, somos prisioneros de nuestras propias emociones".

Cómo plantear preguntas
Para el crítico de cine de Culto, Rodrigo González, la importancia de esta trilogía tiene que ver con cómo dialogó con la producción cinematográfica de su época. “La llamada trilogía de los colores de Krzysztof Kieślowski fue uno de aquellos remansos que muchos encontramos en los años 90 frente al sustantivo aumento del cine de superproducciones de Hollywood en las salas de cine. Ya casi nadie habla de cineastas europeos favoritos como en la época en Fellini, Bergman o Kurosawa tenían tanto sex appeal como la última de Hitchcock o la nueva de Billy Wilder. En ese sentido, Kieślowski fue uno de los últimos cineastas fuera del radio de Estados Unidos que produjo real impacto en nuestro país".
“Era una especie de sucesor espiritual del ruso Andrei Tarkovsky, pero más occidentalizado y con el glamour de contar con estrellas francesas en sus repartos. Su religiosidad era humanista, por decirlo de alguna manera, y eso ya se ve en su serie del Decálogo (1989), que consistió en diez películas sobre los respectivos diez mandamientos. En Azul, Blanco y Rojo lo que hace es plantear las preguntas de siempre sobre la condición humana en tres formatos de drama, comedia y romance (o según el crítico estadounidense Roger Ebert, anti-drama, anti-comedia y anti-romance). La infidelidad, la muerte, la separación afectiva, el amor no correspondido, los dolores de ayer y de hoy son consumados a través de una puesta en escena hipnótica y con las impecables actuaciones de Juliette Binoche, Julie Delpy e Irene Jacob".

González destaca el resultado de los filmes, producto de un apoyo fundamental que tuvo el director. “Kieślowski siempre contó con un gran compositor de bandas sonoras como su compatriota Zbigniew Preisner, capaz de responder como un alma gemela a las demandas artísiticas y emocionales de Kieślowski. La serie es también el recuerdo de una época en que Europa parecía más unida que nunca (un personaje de Blue compone un himno de la Unión Europea) y ya sabemos que esa realidad hoy tambalea más que nunca".
Rojo fue la última película de Kieślowski pues falleció en Varsovia, el 13 de marzo de 1996, producto de un ataque cardíaco. Al momento de su deceso, estaba trabajando en el guión de una versión de La Divina Comedia de Dante, aunque en una entrevista de 1993 reconoció que coqueteaba con la idea del retiro. “Ya no tengo suficiente paciencia. No me había dado cuenta, pero de repente me di cuenta: se me ha acabado la paciencia. Y la paciencia es fundamental en este trabajo”.
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