
“Le tenía miedo a la muerte”: las enfermedades y los excesos que acosaron a Ozzy Osbourne hasta el final de su vida
Hacia sus décadas finales, Ozzy Osbourne decidió redirigir su vida. Fue diagnosticado con un síndrome parkinsoniano, lo cual lo obligó a tomarse su salud en serio. Dejó las drogas, el alcohol, los cigarrillos y hasta hizo terapia. Todo lo contó en su autobiografía, donde además reveló qué le gustaría que pasara con su cuerpo post mortem.

Pocas veces alguien le habló tan claro a Ozzy Osbourne. Hacia 2003, ya era una figura de culto en el mundo del rock y una celebridad de reality show para los imberbes que veían The Osbournes en MTV. Pero una enfermedad lo acosaba sin descanso, lo molestaba sin darle tregua y lo peor es que se hacía indisimulable: unos fuertes temblores.
“Temblaba tanto que ya no podía ni andar. No podía sostener nada, ni comunicarme -cuenta él mismo en su autobiografía Soy Ozzy (Es Pop Ediciones, 2018)-. La cosa llegó a tal extremo que Sharon [su esposa] empezó a cabrearse con los médicos. Los medicamentos que me recetaban parecían empeorar mi estado, no mejorarlo".

A inicios de los 90, Ozzy creyó que esos temblores -que ya aparecían- eran una especie de esclerosis múltiple, sin embargo, ese diagnóstico fue desechado. Así, buscando una solución, los Osbournes llegaron a la consulta del doctor Allan Ropper, una eminencia en su especialidad quien atendía en el hospital de Boston y por entonces trataba del parkinson al célebre actor Michael J. Fox. El galeno ingresó a Ozzy por cinco días en el centro asistencial para hacerle una serie de exámenes. ¿El diagnóstico? un síndrome parkinsoniano.
“Básicamente, señor Osbourne, padece usted una condición muy, muy poco común, causada por el hecho de que tanto su padre como su madre tenían un mismo cromosoma defectuoso en su ADN. Y cuando digo que es poco común, me refiero a un caso entre mil millones”. Esa era la enfermedad que le estaba causando los temblores.
En ese momento apareció una sombra: la de los excesos. La de los años en la carretera haciendo una vida de estrella del rock and roll y que ahora estaban pasando una buena (y costosa) factura. Ozzy lanzó la pregunta obvia: “¿Es hereditario?, ¿no tiene nada que ver con el alcohol o las drogas?“.

El médico le indicó tajante: “El alcohol y algunas de las drogas que ha estado consumiendo sin duda han empeorado los síntomas. Pero no eran la causa principal”. Ozzy preguntó de vuelta si existía un tratamiento y ahí el especialista fue claro: “Si sigue bebiendo y abusando de las drogas, tendrá que buscarse otro médico porque no le querré como paciente. Soy un hombre ocupado y tengo una lista de espera muy larga, así que no me puedo permitir que malgasten mi tiempo”.
La amenaza surgió efecto y Ozzy debió, efectivamente, esforzarse y tomar en serio el tratamiento. “Los temblores desaparecieron casi de la noche a la mañana. Pude volver a andar. El tartamudeo remitió en gran medida. Incluso pude volver al estudio y grabar una nueva versión de Changes con Kelly [su hija]”.

En esa misma autobiografía Ozzy pasó revista a todo aquello aquello que se había metido al cuerpo, o al menos esos elementos que estuvo dispuesto a reconocer. Fue en 2009, comenta, cuando tomó una decisión. “Llevaba casi cuarenta años pasándome con el alcohol y las pirulas, de modo que pensé que sería una buena idea evaluar los daños”.
Así, reconoció haber consumido marihuana, el speed, “alguna que otra rayita de falopa”, heroína, el alcohol (“botellas de Hennessy”), habanos (“treinta y pico diarios..los cigarrillos no los cuento”). Ante tan desolador panorama, agregó una serie de accidentes que le habían ocurrido: “Una vez me atropelló un avión; bueno, casi. Y me rompí el cuello montando en quad. Durante el coma me declararon clínicamente muerto en dos ocasiones. También he tenido SIDA durante veinticuatro horas. Y he creído tener esclerosis múltiple, pero resultó ser un temblor parkinsoniano. Una vez me partí la ‘chasca’. Ah, y he tenido la gonorrea unas cuentas veces. también un par de convulsiones, como aquella vez que tomé codeína en Nueva York o cuando me inmovilicé yo solo con Rohypnol en Alemania. Y eso es todo, en serio, a menos que quiera incluir el abuso de medicamentos con receta".
Ahí el médico le lanzó la pregunta: “¿Por qué usted sigue vivo?“. Resultaba sorprendente que a esas alturas de su vida, con 60 años, y considerando la ajetreada vida que había tenido aún se mantuviera al menos en pie. Sin embargo, reconoce, no es que haya quedado del todo saludable.
“Mi memoria a corto plazo no ha vuelto a ser gran cosa desde el accidente con el quad (tengo una terapeuta que me ayuda con ese problema) y todavía conservo un ligero tartamudeo, pero tengo el corazón en perfecto estado y el hígado parece nuevecito. Después de un millón y medio de pruebas, lo peor que pudo encontrar el médico fue ‘un poco de colesterol’, algo nada raro en un hombre de sesenta años criado a base de bocadillos de manteca y patatas fritas”.

Desde ese entonces, reconoce en su autobiografía, en sus años de vejez comenzó a dejar los cigarrillos, el alcohol y las drogas. Tal como otros músicos de su edad, como Mick Jagger, optó por un estilo de vida saludable. “Había tocado fondo. Me había costado cuatro décadas llegar hasta ahí, pero al fin había llegado. No me gustaba nada a mí mismo. Me aterrorizaba vivir, pero le tenía miedo a la muerte”.
“Con el tiempo también he acabado dejando las drogas. Si exceptuamos las pastillas que tomo para mis temblores y los antidepresivos, estoy limpio. Cuando ahora voy a ver al médico, lo primero que le digo es: ‘Mire, soy un adicto, soy alcohólico, así que no se crea nada de lo que le cuente’”.
Además, comentó que se había sometido a terapia para tratar su salud mental. “Me ha ayudado mucho”, aseguró. “Al principio no la entendía. Cometí el mismo error que con la rehabilitación; pensaba que me curaría. Pero es sólo una manera de aliviar un problema hablando de él. Resulta útil, porque si no hablas de algo se te queda en la cabeza y antes o después acaba por amargarte la existencia”.
Eso sí, no eludió una reflexión sobre la muerte y comentó qué le gustaría que ocurriese con su cuerpo. “Se lo tengo dicho a Sharon: ‘Hagas lo que hagas, no quiero que me incineren’. Quiero que me entierren en un bonito jardín, no importa dónde, y que planten un árbol encima de mi cabeza. Preferentemente un manzano”. Habrá que ver si se cumplen sus deseos.
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