
Los secretos de Cristóbal Colón: converso, mesiánico y sí supo que había descubierto nuevas tierras
Colón. El converso que cambió el mundo (Crítica), del historiador español Esteban Mira Caballos, se llama una biografía que en base a material documental revisa la vida del trascendental personaje histórico. Confirma su lugar de nacimiento en Génova, terminando con las especulaciones; revela que tenía origen judío converso, y sobre todo, a diferencia de lo que se dice, plantea que siempre tuvo claro que había hecho un descubrimiento. Acá analizamos el volumen junto a su autor.

A Cristóbal Colón se le apareció Dios. Así al menos lo contó él mismo en una carta que mandó a los reyes Católicos el 3 de febrero de 1500 desde la isla La Española (las actuales Haití y República Dominicana). En la Navidad del año anterior, durante su tercer viaje, el almirante de la mar océano había pasado por momentos difíciles. En su calidad de Gobernador general del Virreinato de Indias, se enfrentaba a las insurrecciones de los aborígenes y de los mismos españoles, quienes desilusionados por riquezas que no encontraban lo acusaron a la corte por mala administración. Aprovechando la noche buena, Colón pensó en tomar una carabela y huir.
Pero algo pasó. Tuvo una visión, una epifanía. En sus palabras, Dios le dijo: “Hombre de poca fe, no tengas miedo, yo soy”. Luego continuó su relato: “Y dispersó a mis enemigos y me mostró cómo él podía cumplir mi carta, triste de mí, pecador, el cual me estorbaba en esperanza del mundo”.

Ese espíritu mesiánico y profundamente devoto eran rasgos muy marcados del personaje. Así lo señala una nueva y reveladora biografía sobre el descubridor de América. Colón. El converso que cambió el mundo (Crítica), ya disponible en Chile y cuyo autor es el historiador español Esteban Mira Caballos (59), especialista en el descubrimiento y conquista de América. Doctor en Historia por la Universidad de Sevilla, académico numerario electo de la Real Academia de las Letras y las Artes de Extremadura (la tierra de Pedro de Valdivia), entre otros libros, ha publicado biografías de Francisco Pizarro y Hernán Cortés. Ahora es el turno del hombre que lo inició todo, y que, como señala a Culto desde España, tenía una personalidad compleja.
“Colón fue un personaje a medio camino entre el medioevo y el renacimiento. Su filosofía, misticismo, profetismo, son elementos netamente medievales y le impidieron darse cuenta de cosas que como gran observador hubiera notado. Después tiene muchos aspectos modernos: su curiosidad, su ánimo por investigar, su afán por conocer más allá, su espíritu de aventura. Por lo tanto, ya digo que fusiona dos mundos. Y me sorprende especialmente su faceta mística, empieza siendo sobre todo un comerciante pero con el paso del tiempo, a medida que va recibiendo reveses, se refugia más en un papel de profeta. Él siempre se consideró un elegido”.
-¿Cómo así?
-Ten en cuenta que es un personaje que escucha voces del más allá, que se siente él -y algunos de los que le rodean- como un elegido por Dios. Él se llega a comparar con los apóstoles, decía que Jesús siempre se fijaba en los más humildes y por eso lo ha elegido a él. El padre Bartolomé de las Casas, el obispo Alessandro Geraldini y Santa Teresa de Jesús -mucho después- lo consideraron un elegido por la Providencia. Incluso tuvo el privilegio de que se le presentara Dios en persona, así lo dijo él. Pues ese es Colón, un personaje que tiene curiosidad científica y cuando va en su primer viaje rumbo a abrir esa ruta comercial con Asia, interpreta que detrás está la mano de la providencia. Todo lo ve mitad científico, mitad obra de Dios.

Uno de los aspectos fundamentales de esta biografía es que aclara de una vez cuál fue el verdadero lugar de origen de Colón. Esto, a contrapelo de muchas tesis que lo dan nacido en un variopinto de sitios. Pero tal como Roma invadió Cartago y Napoleón venció en Austerlitz, para Mira Caballos la verdad es una sola: Colón nació en la República de Génova y su nombre era Cristóforo Colombo, luego se castellanizó a Cristóbal Colón. Y no hablaba el italiano moderno, sino el dialecto genovés (aunque también el castellano, el portugués y el latín). “Yo lo tengo muy claro. Es que esto de los nacionalismos no son nuevos. Ya en documentación del siglo XVI, en los pleitos colombinos, hubo un intento de atribuirle el descubrimiento a Martín Alonso Pinzón, porque a la corona no le parecía que fuese un italiano el que puso las bases de lo que fue el Imperio Hispánico. O sea, que esto viene de lejos. Ha habido una ideología nacionalista española que ha pretendido hacerlo español. O, en caso de no hacerlo español, buscar una alternativa como un predescubridor español, como Alonso Sánchez de Huelva, por ejemplo. Y dentro de España hay rivalidades tremendas”. Así, a Colón se le ha atribuido haber sido gallego, catalán, extremeño, incluso francés, griego o suizo. Pero como buen historiador, Mira Caballos defiende la tesis genovesa en base a documentación.
“Hay una prueba que yo siempre la cito porque es muy objetiva. En 1470, Cristóforo Colombo, junto a su padre Doménico, fueron al notario en Génova y contrajeron una deuda con Girólamo del Porto. Pues bien, el 19 de mayo de 1506, un día antes de morir Cristóbal Colón, en su codicilo, dice que se le termine de pagar lo que se le sigue debiendo a Girólamo del Porto. O sea, el Cristóbal Colón que se estaba muriendo en Valladolid es el mismo Cristóforo Colombo que en 1470 había contraído una deuda con su padre”.

Otro aspecto que trata la biografía es una idea que siempre ha rondado en el universo colombino: que él habría sido un judío converso. Mira Caballos aclara que en rigor, Colón era un ferviente católico pero la familia de su madre, los Fontanarossa, eran judíos conversos, y que de ellos habría heredado su pensamiento. “No hay ninguna duda ¿Cómo lo sé? Por una sencilla razón, porque Colón cogía los libros, los subrayaba y los anotaba. Dejó más de 2.500 anotaciones en sus libros que están en la biblioteca colombina de Sevilla, que yo he podido consultar. Por las ideas que expresa se le nota que tenía un hondo pensamiento de origen judeoconverso. Por tanto, hay que decir muy claro: de judío, nada. Colón era un católico practicante y muy devoto, porque en la España de los Reyes Católicos no se podía ser otra cosa, pero escondía un hondo pensamiento de raigambre judío conversa. Lo que no sabemos es si era un falso o un verdadero converso, porque no estamos en su mente para saberlo con exactitud. Pero él, en esas apostillas y en su Libro de las profecías, manifiesta ideas que no eran propias de un cristiano. Por ejemplo, reconstruir el Templo de Jerusalén, recuperar los santos lugares -que se lo propone a los Reyes Católicos dos o tres veces-, encontrar a las 12 tribus perdidas de Israel al otro lado del océano. O sea, son ideas que para un judío están muy bien, pero para un católico no tienen sentido”.

Un encuentro y un descubrimiento
Otro punto medular de esta biografía es que Mira Caballos rebate una tesis habitual a la hora de hablar de Colón. Esta afirma que al momento de su muerte, en 1506, nunca supo que había hecho un descubrimiento y que siempre pensó que había llegado a Asia. El historiador afirma que Colón sí sabía que había llegado a nuevas tierras. El detalle está en que el genovés creía que esas islas y tierra firme a la que llegó formaban parte del continente asiático, a pesar de que la evidencia que tenía a la mano le decía otra cosa.
“Yo lo tengo claro. Él siempre cree, desde un primer momento, que ha llegado a tierras nuevas. De hecho, cuando llega a Guanahani -la actual isla de Watling, en las Bahamas- lo primero que hace es tomar posesión de la isla y la llama San Salvador. O sea, él sabía que no eran exactamente territorios del Gran Khan, ni del Catai (China), ni de Tartaria. Él sabe que son territorios que no son de nadie, entre comillas, y por eso toma posesión. Cuando va a la tierra que él llama ‘de allá’, que son las Antillas y todo eso, él piensa que son territorios que están en la antesala de Asia, pero que no son exactamente de ningún gran soberano. Cuando en el tercer viaje toca la tierra que él llama ‘de acá’, que es la península de Paria (Venezuela), ahí se da cuenta que aquello es un mundo nuevo, lo pone él”.
“En el cuarto viaje recorre la costa atlántica de Centroamérica para averiguar si ese mundo nuevo, que es la tierra ‘de acá’, está unido a la tierra ‘de allá’ o no. Como no encuentra el estrecho, muere pensando que ese mundo al que ha llegado está pegado a la tierra ‘de allá’ y por tanto, en la antesala de Asia. En teoría, lo que él reconoce es que ha llegado a tierras nuevas, pero que están muy cerca o pegadas al continente asiático”.

-¿Cólón discutió con alguien esa tesis?
-Desde 1502 Américo Vespucio sabe que tanto la tierra ‘de acá’ como la ‘de allá’, no están cerca de Asia ni tienen nada que ver con Asia, que son un continente nuevo. ¿Cómo lo supo? Porque cuando llega a Cabo Branco, en Brasil, en vez de tirar al norte, tira al sur y nota que ha cambiado de hemisferio por la posición de las estrellas. Todos los marinos de la época sabían -desde el tiempo de Marco Polo- que Asia estaba en el hemisferio norte, Colón también lo sabía. Lo que pasa es que Colón nunca cambió de hemisferio. Entonces, Américo sabe que aquello es un continente nuevo. La cuestión es: ¿Colón llegó a saber que aquello era un continente nuevo que no tiene nada que ver con Asia? Bueno, él era muy observador, tuvo pruebas más que evidentes, pero se empeñó por esa promesa que le había hecho a los Reyes Católicos de que iba a descubrir la nueva ruta con Asia. Él nunca se movió de su posición. Ahora, seguramente en el fondo lo intuyó. Y por otro lado, me cuesta creer que no sacaran el tema conversando con Américo. Él era amigo personal de Cristóbal Colón, fue a verlo muchas veces en su lecho de muerte, en Valladolid. O sea, dos marinos, uno de Florencia, otro de Génova, hablando en la intimidad seguramente lo discutieron y seguramente Colón murió creyendo que había encontrado un continente nuevo, lo que pasa que nunca lo llegó a manifestar públicamente.
-En la historiografía americana se está hablando del encuentro de América, no del descubrimiento, que es el término que usted usa en el libro. ¿Se debe hablar de encuentro en lugar de descubrimiento?
Siempre estamos revisando la terminología, eso nos pasa en todos los sentidos. No ignoro el concepto de encuentro. Pero yo para esto sigo utilizando el término clásico de descubrimiento. América existía, ya sé que existía, pero para Europa fue un descubrimiento porque no se sabía que había un continente nuevo. Además, para los propios americanos también hubo un descubrimiento, porque no se tenía conciencia de las dimensiones del continente. Por tanto, sí que hubo un descubrimiento de ellos mismos y de ellos con respecto a Europa. Ten en cuenta que los primeros americanos llegaron a España varios meses después. El 20 de abril de 1493 se bautizaron en Barcelona los primeros indígenas. Además, yo defiendo un descubrimiento mutuo de Europa hacia América y de América hacia Europa. Desde un primer momento las relaciones fueron totalmente bidireccionales. Estamos acostumbrados a pensar un descubrimiento y una conquista unidireccional cuando todo fue bidireccional. En las primeras décadas del siglo XVI llegaron varios miles de indígenas, mestizos y posteriormente criollos a la península ibérica. Esto hizo que tanto América como España fueran diferentes después del descubrimiento, por las interrelaciones mutuas que hubo de animales, plantas, mercancías, ideas y personas.

-¿Debe España pedir perdón por la conquista como lo solicitaron el expresidente de México Andrés Manuel López Obrador y la actual mandataria Claudia Sheinbaum?
- Yo creo que eso no contribuye a nada. La historia no está para pedir perdón, está quizás para aprender del pasado y tratar de no cometer esos errores en el futuro. Yo llevo más de 30 años como historiador tratando de aprender del pasado para construir un presente y un futuro mejor. Al final, lo que nos enseña la historia, es que nunca aprendemos nada de la historia. Pero bueno, la historia fue la que fue y es absurdo que empecemos a pedirnos perdones unos a otros por cosas que no tienen ningún sentido. La historia hay que tratar de contextualizarla y no se trata de que empecemos a pedirnos perdones unos a otros. Que los tunecinos nos pidan perdón a los españoles por la invasión cartaginesa de la península ibérica, que acabó con los pueblos tartesios; o que los italianos nos pidan perdón a los españoles por la invasión romana; o los franceses a los españoles por la invasión napoleónica; o viceversa, los españoles a los franceses por haberlos derrotado en la batalla de Pavía. Yo creo que esa es una dinámica de perdones que sería absurda, ¿no? Y si España le pide perdón a México, entonces los Tlaxcaltecas le piden perdón a los mexicas, de Ciudad de México, y los de Ciudad de México a los de Michoacán por haberlos sometido. Son cosas que son anacrónicas, no aportan nada.
-¿Y qué piensa sobre los excesos de la conquista?
-Yo no niego las atrocidades y los horrores. Soy especialista en la conquista, he publicado mucho, y a veces me dicen: ¿ocurrieron horrores? Pues sí, hubo horrores. Siempre que hay un cambio de ciclo, y el 12 de octubre lo fue, hay cadáveres que quedan en el camino. Por supuesto que yo no hablo de genocidio, porque genocidio no se debe a la cantidad si no a una intencionalidad, y en este caso no hubo intencionalidad, porque es absurdo que un conquistador o un descubridor busque exterminar a la población que quiere utilizar para que trabaje a su servicio, con lo cual no hubo genocidio, pero sí que hubo excesos, matanzas. Yo no lo niego. Por cierto, yo trato de presentar al Colón de carne y hueso, con luces y sombras, y no oculto los horrores que pasaron durante su virreinato ni su pasado esclavista. Pues claro, Colón fue esclavista, como la mayor parte de las personas que podían serlo en su tiempo. Lo sorprendente no es que Colón fuera esclavista y que tratase de mandar 4.000 esclavos indígenas a la península. Lo sorprendente fue la actitud de Isabel la Católica, que en 1500 dijo: “Qué poder tiene mío el Almirante para dar a nadie mis vasallos” y le prohibió terminantemente esclavizar a indígenas, evitando que La Española se convirtiese en un gran mercado de esclavos con destino a la península. Yo no niego los excesos, no niego las sombras. Simplemente, constato la historia. Ocurrió como tenía que ocurrir y Colón se comportó como todo el mundo esperaba que se debía comportar un personaje como él. Al final, con lo que nos tenemos que quedar es con lo que nos une, hay 600 millones de hispanohablantes, yo nada más hablo castellano, y me encanta pasearme por Hispanoamérica entendiéndome con todo el mundo. Quedémonos con lo que nos une: una lengua en común, una historia en común, costumbres en común.

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