Culto

María Sonora, el regreso del grupo chileno inconcluso que divisó el futuro: “En Chile ser de vanguardia no es un halago”

Dueños de un disco lleno de figuras de la música chilena que sólo circuló de modo informal a fines de los 80, y de una fórmula que maridó hip hop, cumbia y reggae y que profetizó la fusión del decenio siguiente, el dúo integrado por dos hermanos nunca pudo asentarse de forma oficial en el circuito. Ahora, vuelven con un show y la reedición en vinilo de un trabajo recóndito.

María Sonora, el regreso del grupo chileno inconcluso que divisó el futuro: “En Chile ser de vanguardia no es un halago” FOTO: Gonzalo Donoso

Un viaje a Brasil te podía cambiar la vida. Sobre todo cuando vivías en el Chile de fines de los 80, aún aislado del mundo en el epílogo de la dictadura, con estímulos culturales que caían a cuentagotas. “Ir a Sao Paulo era viajar a la Nueva York de Sudamérica”, califica el baterista Sebastián “Tan” Levine al rememorar su propia travesía.

En 1987 ya contaba tres años militando en Pinochet Boys, banda esencial del punk chileno y una de las expresiones más fecundas del underground capitalino de esos días. Antes había integrado otras agrupaciones significativas de la escena, como La Banda del Gnomo y Primeros Auxilios. Pero esa temporada, un boleto con destino a Sao Paulo cambiaría su existencia, al menos la artística: “Hice ese viaje con Pinochet Boys, tocamos junto a muchas bandas grandes, y ahí conocí una tremenda mezcla musical de estilos. Sao Paulo estaba un poco más avanzado que en Chile; Chile estaba bastante cerrado en términos musicales, recibíamos casi solo la influencia de Estados Unidos. Todavía no había entrado ni el hip hop ni el reggae, y yo lo descubrí allá en Brasil. Entonces, yo ya venía con toda esa gama de sonidos y al volver a Chile necesitaba un medio donde expresarlos, un proyecto donde darles cabida”.

Pinochet Boys

Cuando retornó al país hacia 1989, Levine se hizo cargo de la percusión y las secuencias de Electrodomésticos, pero aún masticaba la cadencia de los ritmos negros y caribeños. “Y no iba a hacer un tema reggae con Electrodomésticos, eso hubiera sonado raro, ellos ya tenían su línea clara y establecida”, justifica.

Por lo mismo, contactó a su hermana, María José Levine -parte en esos años de Primeros Auxilios, Upa y Las Cleopatras- para inaugurar el dúo María Sonora, una agrupación donde no sólo materializarían su experiencia nómade, sino que también comulgarían con lenguajes de escaso vuelo hasta ese minuto en el cancionero nacional, como el hip hop, el reggae, el calypso y la cumbia bajo filtro electrónico. Es, de alguna forma, uno de los grandes proyectos de culto de la música chilena. El grupo estrella que nunca fue, el conjunto de baile y fusión de vida inconclusa, el eslabón perdido en la cadena que entrado los 90 iba a asentar el expansivo amor de los músicos nacionales por el rap, el funk o el reggae.

“María Sonora era una mezcla totalmente libre de estilos, inclasificable en esos tiempos que estábamos viviendo en Chile, entonces eso quizás nos jugó en contra, porque cuando tuvimos nuestro primer disco para editarlo, me acuerdo que la respuesta de EMI fue: ‘aquí hay diez álbumes, no hay uno solo’. Fue quizás la semillita de otros estilos, música que empezaron a salir el año 95, con Los Tetas, Chancho en Piedra o La Floripondio. Algo de eso había en nosotros. Si hubiéramos partido el 94, quizás todo sería distinto”, observa “Tan” Levine en retrospectiva.

FOTO: Gonzalo Donoso

María José asiente y, por supuesto, coincide: “Claro que (nuestro estilo) nos jugó en contra. Fue un arma de doble filo, eso de ser inclasificables nos llevó a ser incomprendidos también. Así ha sido nuestro destino. Siempre hemos sido catalogados como vanguardia, pero en Chile tú sabes que ser vanguardia no es un halago, es como que no saben qué hacer contigo. Eres como un bicho raro, eres vanguardia porque eres incómodo, un plato difícil de digerir. Los auditores en Chile son bien clásicos. No les gusta salirse mucho de los parámetros, la experimentación es muy difícil acá. Por eso nuestro disco fue difícil”.

Un disco aparte

Su mención apunta al trabajo que apareció hace 1989, con Carlos Cabezas en su primer álbum como productor y con una pléyade de colaboradores que en los años inmediatos inscribirían su propia huella en el catálogo del país, como Ángel Parra, Roberto “Titae” Lindl, Cuti Aste y Silvio Paredes. Además, se masterizó en Tokio, Japón, en los estudios de la legendaria compañía discográfica King Records, por lo que su sonido siempre despuntó excelso, según el testimonio de quienes lo escucharon.

En rigor, los pocos que lo escucharon: el título tuvo un tiraje limitado de casetes que circuló de manera informal y sólo llegó a oídos de algunos entendidos. Después, nunca más se volvió a editar. María José Levine sigue: “Conectamos mucho con el sello japonés King Records. A ellos les encantó la idea de nuestra música y sólo habían escuchado demos, ideas sueltas. Fue una respuesta totalmente distinta a la que te daban los sellos en esa época en Chile. En Japón lo que querían era que nosotros experimentáramos. Les encantó que fuera un estilo totalmente irreconocible”.

Pero la escena musical ofrece revanchas. La experimentación del ayer puede ser el pop del hoy. O al menos, un disco que merece una segunda vida: eso sucederá con el debut de María Sonora, el que se reeditará en formato vinilo bajo el sello Hueso Records, propiedad del reconocido artista visual Iván Navarro y que desde hace más de una década se ha dedicado a rescatar piezas pretéritas del patrimonio sonoro del país, como Cleopatras, Banda Pequeño Vicio, los mismos Pinochet Boys o algunos de los capítulos más experimentales de Jorge González o Electrodomésticos.

El reestreno vendrá acompañado del primer show en 31 años de María Sonora, el viernes 24 de octubre, a las 20.30 horas, como parte del ciclo Interferencias 3 que se realiza en el Centro cultural GAM (entradas aquí).

“El ‘Tan’ volvió hace diez años de Alemania y siempre nos daba vuelta ese bichito de cuándo íbamos a reeditar el disco. Era como una pregunta recurrente: ‘¿cuándo vamos a hacer el disco?’ Hasta que apareció Iván Navarro hace unos dos años, lo fuimos conversando más en serio y lo fuimos concretando de a poco”, describe María José.

“Tan”, que volvió a Chile hace una década desde Hamburgo, Alemania, complementa: “El tema del lanzamiento del disco es bastante especial para todos los que participamos en él, porque fue un momento histórico y participó mucha gente importante. Tenerlo en vinilo ahora le da un peso importante, una consistencia de coleccionista. Y con respecto al show, habrá músicos que estuvieron en el álbum, como Cuti Aste, pero también otros nuevos, por lo que vamos a presentar material de ese disco, pero no será sólo eso. Creo que será mitad y mitad”.

El retrato de los 80

Como fuere, lo que se escuchará de María Sonora tanto en el vinilo como en la presentación en vivo ilustra un trayecto en reversa hacia esos años 80 de la exploración artística y del desprejuicio en el circuito más alternativo del país. “En un momento yo llegué a estar en cinco bandas”, ejemplifica Sebastián Levine en torno a la promiscuidad creativa de esos días: músicos que aparecían en un conjunto, luego podían militar en otro, mientras que proyectos que parecían despuntar para quedarse, prontamente se desvanecían para abrir la puerta hacia otros distintos.

Levine sigue: “Que en el disco de María Sonora haya confluido tanta gente estelar tiene que ver con que yo trabajaba en el estudio de Electrodomésticos y por ahí por ejemplo pasaba el Cuti Aste a ensayar. Yo mismo había tocado en una banda llamada Aceite Humano con los hermanos Ángel y Javiera Parra, con Silvio Paredes también, por lo que era natural que después se unieran a nosotros. Otra banda que también nos ayudó fue Primeros Auxilios, donde estaban Sebastián Piga o Michel Durot. Éramos todo un lote súper movido e interesante”.

Y si los estímulos no eran internos, también había que buscar incentivos externos. De pura casualidad incluso.

A fines de los 80, Sebastián Levine profesaba el credo new wave, pero desde niño con su hermana se había criado escuchando cumbias –“a mí Macondo me voló la cabeza”, admite María José-, tangos e incluso asistiendo al Festival de Viña del Mar. Hasta que una vez pasó con su moto por fuera de una habitual quinta de recreo de Avenida Matta y escuchó un anzuelo tropical que capturó su atención. “Entré y era la Sonora Casino. Increíbles. Era bailar en plena parrillada. Empecé a invitar a todos mis amigos, porque me pareció que el carrete era increíble. Eran días en que vivíamos todos juntos con los Pinochet Boys, tipo año 84, y yo descubrí la radio Colo Colo. Ahí empecé a escuchar cumbia como loco y me bautizaron ‘Tan AM’. Era el único del grupo que escuchaba radio AM”.

En esa extensa muesca de personajes, géneros, sonidos y escenas del Chile de los 80, también asoma una coordenada ineludible: el líder de Los Prisioneros Jorge González. Con él, Sebastián Levine levantó el fugaz grupo punk La Goma de Pegar.

Foto: Gonzalo Donoso

Según relata el libro Ya viene la fuerza. Los Prisioneros 1980-1986, del periodista Alejandro Tapia, el debut del proyecto tuvo lugar en la Parroquia Universitaria de Pedro de Valdivia, “uno de los lugares de encuentro del creciente movimiento contra la dictadura” y donde también llegaban “jóvenes de izquierda de sectores más acomodados”. Fue en agosto de 1984. Los invitados centrales eran Los Prisioneros, pero González decidió que los teloneros serían La Goma de Pegar, agrupación encabezada por los hermanos Aldo y Luis Ávila, y el mismo Levine.

Así lo recuerda este último: “Eso fue muy lindo, porque con Jorge fuimos muy amigos desde chicos, desde cuando él trabajaba como vendedor en la disquería Fusión. Yo llegaba del colegio buscando discos, era una de las tres disquerías que había en todo Santiago. Conversábamos mucho y desarrollamos una linda amistad”.

“Yo lo pasaba a buscar después del colegio para que fuera para mi casa y él iba con su bajo. Como en mi casa no había nadie a esa hora, yo montaba mi batería que tenía recién ahí comprada, con la que tocaba en La Banda del Gnomo. Almorzábamos algo rápido, ponía mi batería y de ahí tocábamos los dos solamente”.

“Él por ejemplo traía temas como La voz de los 80, que recién estaban en proceso de composición y me decía ‘aquí tengo una línea de bajo que suena así y esta batería me la imagino sonando así’. Ya tenía todo en su cabeza, tocaba la batería y me mostraba cómo quería que sonara. Alucinaba. Miguel Tapia no tenía una batería todavía, ellos todavía no tenían instrumentos, así que quizás el primer baterista que tocó La voz de los 80 fui yo. Quién sabe”.

“Entonces, cuando van a tocar a la Parroquia Universitaria, Jorge me dice que tiene un nuevo grupo para que abra el show, junto a unos hermanos, y que necesita un baterista. Me sumaron. Ensayamos cerca de un mes, hicimos como ocho canciones y el show resultó un muy buen teloneo. Ahí Jorge tocó disfrazado, quizás para que su mánager Carlos Fonseca no se enterara de que tocaba en otra banda, eso estaba prohibido en ese entonces. Estaba disfrazado de inspector, con una chaqueta larga, lentes oscuros y pasando muy de incógnito. Fuimos un éxito, pero Fonseca lo pilló y se dio cuenta”.

“Una semana después, Jorge me llama muy triste y me dice ‘sabes, no voy a poder seguir con el proyecto, porque Fonseca me lo prohibió’ y hasta ahí llegó todo. Fue una pena. Pero bueno, yo posteriormente toqué con Jorge para la época de su primer disco solista, así que todo quedó arreglado”.

Sobre el final, una de las mitades de los hermanos Levine arroja otra muestra del espíritu colectivo de la música nacional en esos días. Pero claro, esa ya es otra historia.

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