
Norah Jones en Chile: simpleza con mayúsculas
Tal como lo demostró este miércoles en el Movistar Arena de Santiago, Norah Jones ha hecho de la simpleza el sustento de un éxito que parece inmutable. Todo fluye sin grandes ornamentaciones ni estridencias.

Hace casi un cuarto de siglo, en el amanecer del nuevo milenio, un pelotón de artistas levantó el espejo retrovisor y pareció rescatar con apetito arqueológico distintos lapsos de la música popular más pretérita: ahí The Strokes o The White Stripes parecieron cavar en ese período de ruido que fue entre The Who y The Stooges para concebir una obra tan estridente como estilosa. Norah Jones se lanzó en un ejercicio parecido, pero bajo sus normas; lo suyo parecía estar enclavado mucho más atrás, en el jazz y el pop vocal de mediados del siglo XX, en la música de clubes y salones donde se privilegiaba la elegancia por sobre la desmesura.
También hace un cuarto de siglo las embajadoras del pop femenino parecían arrojadas hacia un exceso hormonal telúrico y explícito, con Britney Spears o Jennifer Lopez como encarnaciones de una narrativa sugerente e insurrecta. Norah Jones nuevamente actuó bajo su propia naturaleza: a contramano de sus contemporáneas, lo suyo se vestía de tradición, estaba alejado de cualquier clase de provocación y hasta semejaba un remanso en la mitad de la vorágine. Con millones de copias vendidas de su debut Come away with me (2002), se convirtió en una estrella atípica e inesperada. Quizás lo que requería la industria para contrapesar a sus crías más sublevadas.

Dos décadas más tarde, ese espíritu se mantiene increíblemente fiel e intacto en la cantante de 46 años. Pareciera que poco y nada hubiera cambiado de los días en que su figura menuda atestada de premios Grammy sorprendió a parte del planeta.
Esa misma imagen se asomó la noche de este miércoles 4 de junio en el Movistar Arena de Santiago, cuando a las 21.17 horas apareció con un sencillo vestido veraniego para materializar su quinta vez en Santiago, en su retorno desde 2019.
De inmediato se sentó frente a su piano de cola blanco, flanqueada en la escenografía por una serie de telas estilo arcoíris, sin pantallas gigantes, casi en penumbra y con el recinto del Parque O’Higgins ocupado en la mitad de su capacidad, desprendiendo un indudable ambiente de pequeño teatro, ideal para una música que se mueve serena y sin urgencias.

Así fue en el despegue con What am I to you, de uno de sus primeros títulos -Feels like home, de 2004-, ensamblado con una banda tan simple como competente, también idónea para el espectáculo: el bajista Josh Lattanzi, el baterista Brian Blade, la guitarrista y segunda voz Sasha Dobson, y la tecladista y también corista Sami Stevens.
La música siempre se sintió plácida, sin adornos, sin grandes ornamentaciones ni arreglos sobrecargados, con el piano y la voz desnuda de Jones sobrevolando una base tenue y elegante, tal como desfilaron en la primera parte piezas como Paradise, Running o Sunrise. After the fall demostró también que la voz de la artista nunca ha sido acrobática ni a la caza de grandes lucimientos, sino que parece marchar contando historias con acento preciso y sutil.
En I’m awake saltó al piano eléctrico y el sonido adquirió más matices, con una textura más áspera y algo fantasmagórica, recordando que Norah Jones también ha trazado colaboraciones con artistas que vienen de otros universos, como Foo Fighters, Belle and Sebastian, Mike Patton, Danger Mouse o Billie Joe Armstrong. A veces, por minutos, la intérprete también puede ser una diva de contornos un poco más siniestros.

Visions, de su último disco del mismo nombre publicado el año pasado y con raíces que la vinculan al soul y al pop, siguen timbrando esa versatilidad y la llevan en escena a la guitarra, esta vez quedando sólo con sus integrantes femeninas, otorgándole un carácter folk y evocativo a la composición.
Little broken hearts la devolvió al formato grupo, con un rasgueo en guitarra que resuena a eco misterioso, mientras que en Staring at the wall y Queen of the sea hay riffs más espesos que rasguñan el blues y el country, de alguna forma los registros que también ha abrazado en su trayectoria.
Sobre el tramo final de su show, retorna al piano para empalmar Turn me on, Long way home y Don’t know why, en una noche sin necesidad de anzuelos externos o decorados efectistas para brillar. Norah Jones ha hecho de la simpleza el sustento de un éxito que parece inmutable. A pesar de estar a años luz de la sobrecarga eléctrica y sudorosa de AC/DC, en algo se emparenta con el conjunto australiano: ambos cuentan décadas remitidos a una fe inalterable en sus principios y en su sonido, el que no ha variado un ápice y disfruta de un cosmos totalmente propio.
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