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¿Por qué estaban aislados los 77 jóvenes de La Concepción? La sorprendente razón detrás de una masacre

La 4.ª Compañía del regimiento "Chacabuco", al mando del teniente Ignacio Carrera Pinto formaba parte de la expedición del coronel Estanislao del Canto que se encontraba en la Sierra peruana cumpliendo una misión. Sin embargo, un cambio de escenario y una serie de decisiones dejaron aislados y sin posibilidad de ayuda a los 77 soldados en el pueblo de Concepción.

¿Por qué estaban aislados los 77 jóvenes de La Concepción? la sorprendente razón detrás de una masacre

“¿Por qué no ha llegado el coronel Del Canto?, ¿qué habrá ocurrido?“. Esa era la pregunta que seguro masticaba el teniente Ignacio Carrera Pinto, a cargo de la 4.ª Compañía del Batallón 6.º de Línea “Chacabuco". Las noticias que tenía es que su fuerza saldría del poblado de Concepción, donde se encontraba, en las primeras horas del domingo 9 de julio de 1882, y junto al grueso del Ejército comandado por Del Canto volverían a la ciudad de Lima.

Sin embargo, hacia la tarde aún no llegaba nadie, y su compañía se encontraba inquietantemente sola y aislada, a merced de un ataque inminente del que había sido advertido. Y ello ocurrió a contar de las 14.30 del 9 de julio de 1882. Una fuerza peruana de 300 soldados y 1.500 guerrilleros comandada por el coronel Juan Gastó llegó como un huracán al lugar, dispuesta a masacrar a la compañía chilena. Fue el combate de Concepción, en que el total de la fuerza chilena resultó muerta tras resistir casi dos días en condiciones muy inferiores en número. El resultado quizás habría sido diferente si Del Canto hubiese llegado, como estaba planificado.

Combate de La Concepción

¿Por qué esos 77 jóvenes de Concepción estaban aislados y no recibieron ayuda en un pueblo perdido en la Sierra del Perú? Resulta que eran parte de la segunda expedición chilena a la Sierra, al mando del mencionado coronel Estanislao Del Canto (un oficial que años más tarde lucharía por el bando congresista en la Guerra Civil de 1891). A diferencia de la primera, la tristemente célebre expedición Letelier, esta no cometió tropelías ni abusos contra la población local -mayoritariamente indígena-, sino que su objetivo era esencialmente militar.

“Específicamente el valle del río Mantaro, para desocuparlo de las montoneras del general Andrés Avelino Cáceres y mantener el bloqueo en esa zona”, señala a Culto el historiador Rafael Mellafe, especialista en historia militar.

Andrés Avelino Cáceres

El río Mantaro está ubicado en Los Andes centrales peruanos, y en su valle se encuentran una serie de pequeños poblados, siendo el más importante Huancayo. El ejército chileno se encontraba disperso a lo largo de todo el valle del Mantaro -de norte a sur-, de modo de poder cubrirlo completamente. Así, los chilenos instalaron pequeñas guarniciones de soldados en los poblados de Jauja, Tarma, Huancayo, Marcavalle, entre otros. De este modo sostenían la ocupación.

El problema para Del Canto, es que el clima de la zona comenzó a jugar en contra de la fuerza chilena. Rafael Mellafe explica que habían problemas de abastecimiento, pues, increíblemente, en las alturas de la sierra, la tropa estaba aislada y no contaba con lo mínimo: ropa, botas, municiones, medicinas, entre otros elementos.

“El calzado y el uniforme estaban en pésimas condiciones -relata el subteniente Arturo Benavides Santos en sus memorias Seis años de vacaciones (Legatum editores, 2014)-. Se dijo que habían mandado botas desde Lima y como no llegaban se había corrido el rumor, no sé con qué fundamento, de que el enemigo las había tomado”.

Concepción, Perú, en 1876. Se aprecia la iglesia y a un costado, la casa parroquial que sirvió de cuartel a la 4ª compañía del "Chacabuco".

A esto se sumaba un enemigo invisible y letal: la enfermedad. Esto debido a las condiciones del clima con que se encontraron. “El soldado chileno venía del centro sur del país, donde las condiciones medio ambientales son muy distintas a las de la sierra peruana”, explica Mellafe.

Las enfermedades que estaban haciendo estragos en la expedición comandada por Del Canto eran el tifus -de hecho en Concepción había soldados contagiados-, la terciana (o malaria), “y en menor medida la ‘verruga’ –indica Mellafe–, que es un bicho que se introduce debajo de la piel y pone sus huevos. El problema es que cuando maduran salen rompiendo la piel y carne”. Como si fuera poco, hubo otro factor que tenía a mal traer a la fuerza chilena: el mal de altura, o la “puna”.

Por ello, Del Canto comenzó a hacer las gestiones para el retorno de su fuerza a Lima. Tras algunas aprensiones iniciales, finalmente la comandancia de ocupación chilena en Lima, al mando de Patricio Lynch, autorizó la operación.

El problema, es que la operación llegó a los oídos y ojos del general peruano Andrés Avelino Cáceres, “El Brujo de Los Andes”, el líder de la resistencia en la cordillera. Según explica el historiador Gonzalo Bulnes en su clásico volumen La guerra del Pacífico, esto se debió a que el telegrama con la orden estaba “en lenguaje corriente, que luego se divulgó”. No estaba encriptado, como suelen entregarse los mensajes en código militar.

Por eso, es que mientras los chilenos se preparaban para dejar el valle y volver a Lima, Cáceres también daba sus órdenes sabiendo que tenía poco tiempo para caer sobre el disperso Ejército chileno. Así, le escribió al coronel Gastó: “Como los enemigos emprenden la retirada, debe Ud. de aprovechar de todos los accidentes del camino que conduce de Huancayo a Jauja para emboscar su gente y darles golpes repetidos por sorpresa. Ellos trasladan sus enfermos, parque y demás cargamentos en las noches y van custodiados por poca gente. Por consiguiente ve Ud. que es muy fácil sorprenderlos contando con las fuerzas de su mando y las guerrillas que se le unirán”.

Por ello, Cáceres ordenó ataques a las guarniciones chilenas de Pucará y Marcavalle. Un tercer grupo, a cargo del coronel Juan Gastó fue enviado hacia los desfiladeros de Apata, en plena sierra, pero al pasar por un poblado para descansar, los habitantes le informaron que en el pueblo de Concepción había un destacamento chileno de solo 77 soldados, aislado, sin artillería, ni caballería. Era un blanco muy fácil.

Ignacio Carrera Pinto

Por ello, la fuerza de Carrera Pinto -quien había sido ascendido a capitán, pero nunca llegó a saberlo- formaba parte del retiro chileno del valle del Mantaro. Ese 9 de julio, la 4ta compañía del Regimiento “Chacabuco” iba a comenzar su retiro autorizado de la zona con el fin de volver a Lima, tras permanecer cuatro días en el pueblo. Carrera Pinto y sus hombres habían llegado “para relevar en el mando a la compañía del capitán Pedro Latapiat que se dirigió a Jauja”, cuenta Mellafe.

En esa jornada esperaban el arribo del coronel Del Canto para marchar junto al resto de la división. Pero el ataque de Cáceres en Marcavalle y Pucará, le obligó a retrasarse y por ello, éste no apareció por Concepción según lo planeado. Intrigado, Carrera Pinto sospechó que algo le había ocurrido. Y tenía razón. Su compañía quedó aislada, sin ayuda, a merced de la fuerza de Gastó.

El coronel peruano Juan Gastó.

Finalmente, el grueso del coronel Del Canto llegó al día siguiente, 10 de julio, al poblado de Concepción para recoger a la compañía de Carrera Pinto. Sin embargo, lo que vio fue un panorama desolador: los 77 soldados muertos y despedazados. “Los cadáveres de todos los chilenos fueron despojados de sus ropas y mutilados por los indios, dejados botados sin orejas”, cuenta Gonzalo Bulnes. Además, los aborígenes les dejaron el pecho abierto a los muertos.

Acaso como un postrero homenaje, Del Canto ordenó a los cirujanos del ejército extraer los corazones de los cuatro oficiales: Carrera Pinto, Montt, Pérez Canto y Cruz Martínez, y guardarlos en un frasco con alcohol, con el fin de conservarlos y tener un recuerdo de ellos. Prestos, los galenos cumplieron rápidamente con el encargo.

Luego, Del Canto ordenó que trasladaran los cadáveres de sus compañeros a la Iglesia contigua al cuartel. Cumplida esa tarea, mandó prenderle fuego, para que las llamas de alguna forma les dieran el descanso a los restos mortales de los efectivos chilenos. Posteriormente, el coronel dio la orden de incendiar el pueblo. El aislamiento les había jugado una mala pasada a los soldados del regimiento “Chacabuco”.

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