
Superman: Nada Personal, Sólo Negocios
Con la misión de recaudar miles de millones de dólares para ser rentable, la nueva Superman es un producto artístico y una arma de marketing. Su director James Gunn, que al mismo tiempo es co-presidente de DC Comics, hace un buen trabajo hasta que entra en juego la fórmula superheroica que todo lo banaliza.

Esta es la película de un cineasta y de un hombre de negocios. Hay una rara mezcla de originalidad y de fórmula que hace que todo parezca casi logrado, casi sublime, casi bueno y casi malo. Podría haber sido un regreso a los buenos viejos tiempos del Superman (1978) del director Richard Donner y el actor Christopher Reeve, pero no. Siempre hay algún escollo, cierta ironía ridícula, un efecto especial de más, palabras pomposas de regalo y, sobre todo, mucho monstruo y villano con códigos de cartón y goma.
Por otro lado, hay aciertos. El Lex Luthor de Nicholas Hoult es un buen payaso tecnocrático y la periodista Lois Lane es agresiva y creíble. Superman, encarnado por David Corenswet, se parece mucho al exgranjero de Kansas simple y bueno que tan bien representaba Reeve en los 70. Tiene apecto de mormón, no dice malas palabras y cree tanto en el bien como Luthor en el mal. El problema, de nuevo, es la doble posición del realizado James Gunn, quien es el director de la película, pero al mismo co-presidente y co-director ejecutivo de DC Studios, la refundada compañía de Warner Bros. encargada de hacer dinero con los superhéroes de la editorial DC Comics.

Dentro de este marco artístico-financiero, este nuevo Superman cumple y es mejor que el promedio de las últimas cintas de superhéroes, género a la baja desde hace unos buenos años. Gunn, que además es el guionista, evita el prólogo del planeta Krypton y presenta a Clark Kent ya grande, con traje, sus habituales anteojos de marco negro y en una relación con la reportera Lois Lane.
Ambos son reporteros del Daily Planet, un periódico que heroicamente busca algo así como la verdad en medio de las noticias falsas y la mitomanía de las redes sociales. En el otro lado del ring, Lex Luthor es un joven villano con cerebro y cálculo de sobra, el anti-Ironman, epítome del buen empresario-inventor. Luthor no. Vende armas al mejor postor, se alía con dictadores del segundo y tercer mundo, esparce mentiras sobre Superman. También le gana unas cuántas veces en su propia cancha, lo que convierte a nuestro héroe en el Clark Kent más aporreado y apaleado de la historia filmográfica.

Gracias a una combinación de efectos digitales y de auténticos caninos, la película cuenta con la participación especial de Krypto, el super-perro de Kent que tantas veces se ha visto en otros formatos, pero no en una película de estas proporciones. La criatura es agradable, no es de ninguna raza en particular, pero tiene la suficiente energía y lealtad para cambiar el amenazado destino de su amo en más de una ocasión. Es uno de los varios descansos cómicos de la película, aunque según Superman su perro no es demasiado inteligente. Eso lo hace aún más atractivo como “comic relief” y se podría decir que es un acierto del James Gunn en calidad de creador: Krypto está inspirado en su propio perro.
Pero a final de cuentas esta película debe ganar dinero (más de mil millones de dólares, para ser rentable), así es que todo deja de ser original en cierto momento y se transforma en un parque de diversiones. Desde ahí no hay nada personal, sólo negocios.

Para hacer una analogía con un personaje de la misma compañía Warner (en rigor, de J.R.R. Tolkien), James Gunn, como Gollum en modo doble personalidad, se pelea consigo mismo. Quiere ir por un lado, pero al mismo tiene que obedecer al jefe que lleva dentro. Satisfacer a los fans, repetir lo que funcionó con sus Guardianes de la Galaxia para Marvel y saturar con efectos digitales. Hacia el final tal vez gane el gerente. De lo contrario, la junta directiva de Warner se desharía de él. Por lo bien que le ha ido en sus primeros días, tal vez eso no sucederá. Es una noticia en desarrollo.
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