El mal manejo del gobierno en la nominación de Bachelet a la ONU
La expresidenta cuenta con todas las calificaciones para dirigir la ONU, pero la impericia del gobierno en el manejo de su candidatura, tanto por no haberla sensibilizado con la oposición, como por las constantes descalificaciones del Presidente Boric a Trump, complican innecesariamente sus posibilidades.

En el marco de su viaje a la asamblea general de la ONU, el Presidente Gabriel Boric oficializó el nombre de la expresidenta Michelle Bachelet como candidata de Chile para competir por la Secretaría General de Naciones Unidas, cargo que deberá renovarse a partir de 2027, una vez que concluya el período de su actual titular, el portugués António Guterres. El gobierno ha resaltado las cualidades de la exmandataria para este importante cargo en la esfera internacional; la vocera, de hecho, formuló un llamado para que “tras esta candidatura (…) tengamos el respaldo en unidad”, pues -agregó- es un orgullo para el país contar con una mujer chilena con capacidades para presidir un organismo de la talla de Naciones Unidas.
Sin embargo, la recepción en el mundo político ha estado lejos de haber congregado el espíritu unitario que el gobierno esperaba. Así, mientras el oficialismo ha cerrado filas con la exmandataria, en cambio en sectores de la oposición el anuncio ha sido recibido con distancia, y en algunos casos con abiertas críticas. Si bien ciertas figuras de Chile Vamos han comprometido el respaldo a Bachelet, varios parlamentarios criticaron al Mandatario por darse “gustos personales” y por no haber sensibilizado el nombre de Bachelet con la oposición, considerando que la campaña para la Secretaría General de la ONU en buena medida la deberá llevar la próxima administración. Las principales candidaturas de oposición también han evitado pronunciarse en estos momentos, dejando esta decisión para más adelante.
Sin duda es lamentable que la postulación de la expresidenta Bachelet esté generando fuertes divisiones en la política interna, porque no cabe duda de que su nombre reúne todas las calificaciones para detentar este alto cargo -dos veces Presidenta de Chile, además de los significativos roles que ha jugado en Naciones Unidas, primero a cargo de ONU Mujeres y luego como Alta Comisionada para los Derechos Humanos-, por lo que resulta perfectamente razonable que el país promueva su nombre como candidata, más aún cuando Bachelet está dispuesta a arriesgar todo su capital político y prestigio aspirando a un cargo internacional que será extremadamente demandante.
Pero si en vez de generar amplio consenso la candidatura de Bachelet está provocando un clima de división se debe en buena medida a la deficiente forma en que el gobierno ha manejado esta postulación en el plano interno, un error que se suma a la incomprensible decisión del Mandatario de insistir con sus críticas al Presidente Donald Trump, en circunstancias que Estados Unidos es uno de los países que cuenta con poder de veto dentro de la ONU. Son aspectos lamentables, que denotan una vez más la impericia que ha caracterizado la gestión de gobierno, y que en este caso tienen el efecto práctico de complicar innecesariamente las posibilidades de la candidatura de la expresidenta, lo cual naturalmente es un total contrasentido respecto del objetivo de asegurar que Bachelet logre llegar al cargo.
El mayor problema no parece estar en el momento elegido por el Presidente para oficializar la postulación de Bachelet, ya que es un hecho que otras candidaturas de la región a la Secretaría General de la ONU llevan tiempo desplegándose, y esta era la última oportunidad que el Presidente Boric tendría para dirigirse al plenario de la ONU y socializar con representantes de distintos gobiernos, proporcionando una vitrina inmejorable para formalizar una candidatura.
En cambio, es la forma como se ha gestionado esta campaña lo que deja mucho que desear. Es cierto que este momento justo coincide con un período de campaña electoral, lo que de por sí complejiza el escenario, pero por lo mismo se debió haber tenido el cuidado de minimizar el riesgo de que la nominación de Bachelet terminara politizándose. La forma de haberlo atenuado habría sido llevando a cabo un sigiloso trabajo de sensibilización con la oposición, algo que si bien no era una garantía de que se obtendría un respaldo cerrado, mejoraba las chances de que el nombre de la expresidenta saliera ampliamente respaldado desde un inicio.
Aun cuando la vocera ha señalado que se tomó contacto con algunos representantes de oposición -sin decir con quiénes-, varios dirigentes del sector han señalado que no fueron informados -por lo visto tampoco las principales candidaturas-, o bien fueron alertados en la antesala del anuncio, de modo que cuando menos parece evidente que hubo una deficiente gestión política en este plano, dando pie para que un sector se sienta sorprendido con esta decisión e impelido a tener que pronunciarse bajo presión.
Las rencillas internas son complejas, pero a la larga no serán determinantes para el futuro de Bachelet en la ONU, como sí lo podría ser la animadversión con gobiernos que serán fundamentales para esta elección. El Presidente Boric, en el marco de su participación en la Cumbre de la Democracia, en Nueva York, cuestionó los dichos de Trump sobre el cambio climático -también deslizó críticas al Presidente de Argentina, Javier Milei-, y aunque luego intentó matizar, resulta evidente que esta pulsión del Mandatario por criticar constantemente a Trump puede terminar costando caro no solo para las pretensiones de la expresidenta, sino también afectar los intereses estratégicos del país. Para la política exterior de Chile definitivamente no es saludable que el manejo profesional que puede brindar la Cancillería aparezca permanentemente subordinado a las visiones e intereses personales del Presidente Boric, por muy legítimos que estos puedan ser.
Ahora que el gobierno ha oficializado la carta de la expresidenta Bachelet, no solo cabe esperar que se enmienden los errores cometidos hasta ahora, sino también es fundamental que a partir de este momento la exmandataria deje de tener cualquier figuración en la política doméstica, y sus intervenciones públicas apunten a los temas que pretende desplegar en su eventual mandato en la ONU. De lo contrario, su nombre perderá toda chance de generar un consenso interno, y ello sin duda no sería una buena carta de presentación ante el resto del mundo.
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