Por Martín CifuentesUn día en Qatar: descubriendo el laberíntico mercado de Souq Waqif
Este barrio histórico es esencial para comprender la ciudad, donde conviven el primer local regentado por una mujer, una escultura de un dedo gigante en la calle o un hospital especializado en halcones. Además, aquí están los mejores puestos para regatear.
Son cerca de las siete de la mañana en Doha y, aunque unas semanas atrás las temperaturas alcanzaron los 45°, el calor sigue sin dar tregua. La capital de Qatar despierta bañada por el sol, con el Souq Waqif, el gran mercadillo de la ciudad, listo para ser visitado.
La ciudad ha recibido diversas actividades durante este año en el marco del proyecto “Years of Culture 2025″, que han tenido a Chile y Argentina como sus protagonistas. Desde exhibiciones, hasta muestras de arte callejero o instancias deportivas, todo como parte de un intercambio cultural que proyecta continuar durante los próximos años. Y adentrarse en parte del corazón histórico de la capital es fundamental en este recorrido.
El mercado, uno de los principales puntos de comercio de Doha, nació en el siglo XIX, cuando se consolidó como uno de los centros de intercambio más importantes para los beduinos.
El Souq está ubicado en el centro de la ciudad, a unos cinco kilómetros del hotel Sheraton Grand Doha; algo así como 20 minutos en automóvil. En Doha, utilizar Uber resulta conveniente por sus bajos precios: este tramo, que no es corto, puede costar entre 2.500 y 4.200 pesos chilenos, dependiendo del horario.
El trayecto avanza por Al Corniche hasta llegar a la calle Abdullah Bin Jassim, por donde se ingresa a la parte posterior del antiguo mercadillo. Durante el recorrido, el paisaje incluye el National Day Deck —una gradería similar a las del Parque O’Higgins, donde se realiza la parada oficial durante el día nacional—, el Parque Al Bidda, el Amiri Diwan —actual palacio de gobierno donde el Emir tiene su oficina—, y el Camel Pen, donde se pueden ver de cerca a unos cincuenta camellos, alimentarlos y conocer más sobre su relevancia cultural.

Al descender del automóvil y llegar al Souq Waqif, el calor invade el ambiente, aunque se disipa gracias a las rendijas de aire acondicionado instaladas en las calles. El destino está justo ahí. A un minuto de la calle Abdullah Bin Jassim, a mano derecha, se encuentra Shay Al Shoomos, uno de los locales más reconocidos y apreciados de la capital qatarí.
El restaurante, ubicado en un edificio tradicional de la zona, fue fundado por Shams Al-Qassabi, quien lo dirige hasta hoy. Parece ser conocida por todos los habitantes de la capital y es considerada la primera mujer local en abrir una tienda y dirigir un restaurante en el Souq. Un espacio que conocía desde niña, cuando acompañaba a su padre en su puesto de especias.

“A pesar de las presiones psicológicas, me he mantenido durante 25 años en este rubro”, nos dice Al-Qassabi. La empresaria destaca ser la primera innovadora de productos alimenticios en Qatar y afirma haber inventado “480 tipos de especias, sin que nadie me enseñara nada”.
Proveniente de una familia conservadora, su camino fue difícil. Al iniciar su local en el Souq, los primeros años fueron cuesta arriba. “No había quién tomara los pedidos, quién ayudara a llevarlos a la mesa… hasta se me olvidaba de quién era cada plato. Fue una gran presión psicológica”, confiesa.

Además, Al-Qassabi se define como la creadora del regag qatarí, una de las variedades de pan más conocidas del país. El interior de su local refleja su éxito internacional con fotografías de figuras como la actriz Tilda Swinton, David Beckham, Ricardo “Kaká” Izecson y personalidades de la realeza como Sheikha Moza bint Nasser y Su Alteza el Padre Amir Sheikh Hamad bin Khalifa Al Thani, entre muchos otros.
Al-Qassabi, quien nos tenía reservada una mesa, es también quien comienza a traer los platos desde la cocina. Para beber, ofrece vimto —una bebida dulce y rojiza, muy popular durante el Ramadán— y karak, té con leche y cardamomo. Para comer, llegan chapati —un pan plano y suave—; regag, un pan crujiente similar a un barquillo, con cardamomo y especias en su interior; y una especie de pizza dulce, preferida por los niños.

A eso se suman otros piqueos: habas, garbanzos, porotos con salsa de tomate, carne molida con arvejas y shakshuka —huevo con tomate y especias—. Todo en porciones abundantes que, por menos de $20 mil pesos chilenos, pueden alimentar cómodamente a seis personas.
Regateo necesario
Mediante avanza el reloj, el Souq va cobrando vida. Los peatones se toman las calles, las cortinas de los otros locales se abren y el murmullo pasa a ser políglota. Si se trata de ambiente, mientras más cerca de la tarde sea, habrá más público: por la temperatura, la vida comienza cerca de las 17 o 18 horas.
En Souq Waqif se puede encontrar de todo y las cercanías también son un panorama. Cerca de las ocho de la mañana y las cuatro de la tarde, la guardia de camellos del Emiri Diwan sale a las afueras para realizar la rotación de equipo. El cambio sucede en dos momentos del día y se instalan frente al palacio de Gobierno, por lo que se puede observar desde ahí mismo.
También hay otras curiosidades, y todo el sector es muy grande, por lo que el recorrido puede tardar horas. En las cercanías se pueden divisar lugares como el Hospital de Halcones; la tienda de perlas The Old Pearl Diver; el monumento Le Pouce, del francés César Baldaccini; pero el corazón del Souq late en el constante juego del regateo.
Si bien muchos precios son fijos, la esencia del mercado resurge en las miles de tiendas. Un simple “No, gracias” comienza un diálogo que puede reducir el precio inicial a la mitad, o mucho más. Es también un juego de roles con sonrisas e indignación, que requiere de paciencia y algo de humor. De hecho, algunos comerciantes oriundos de países como Yemen, Irán o Pakistán, gozan con el intercambio y disfrutan cuando uno sabe regatear.
Para una de las compras más importantes, me propongo encontrar un atuendo qatarí completo. Esto incluye la ghutra —el pañuelo masculino para la cabeza—, la ghafiya —un gorro de croché que se lleva bajo la ghutra—, el thobe —la túnica que cubre desde el cuello hasta el tobillo— y el agal —la soga que sujeta la ghutra—. Pero la experiencia es mucho más rica si se cuenta con alguien que hable árabe.

Cuando una de las guías del grupo se une a la misión, comienza el tira y afloja. No es la imagen común, pero las mujeres de la región tienen un carácter fuerte, y los vendedores se doblegan ante ella.
“Puedo sentir con mis manos si la tela es buena o no, así que es bueno venir con alguien que realmente sepa”, dice ella, mientras recorremos un sinnúmero de tiendas. En más de una ocasión, los comerciantes abren productos para que pueda tocarlos. Pero su gesto es simple: un alto con la mano es suficiente para que digan valores un tercio menor del original.
No es solo cosa de precios, sino de calidad, recalca mi compañera. “Si quieres un recuerdo, está bien… pero si quieres algo realmente qatarí, te va a costar”, insiste. En el recorrido, detiene a un niño con una reluciente ghutra. “Si buscan algo así, acá no lo van a encontrar”, le responde él.

Tras visitar más de 20 locales y su declarada “expertise con el tacto”, encontramos nuestro destino final. Al vernos, el vendedor dijo que sabía bien de Chile, pero fue ella quien tomó la posta para bajar el precio desde unos 175 riyales, a unos 145 (cerca de $37 mil pesos chilenos). La rebaja no es gigante, pero sí es un buen valor para un conjunto completo de “calidad” para un turista.
El ambiente se transforma a medida que uno se adentra en los callejones, con azafrán en el aire, que se mezcla con el oud que invade los pasillos de los perfumes, impregnándose en la ropa de quien pase por ahí. Se pueden ver sedas brillantes, puestos de frutos secos así como dátiles y tiendas de joyerías.

Antes de dejar el laberinto, el monumento Le Pouce, sirve como el punto de encuentro para turistas y locales, con un último recuerdo fotográfico antes de que el sol se ponga en el Souq, que se prepara para el ajetreo nocturno y el alto flujo de turistas.
En las proximidades del pulgar gigante se encuentra el Hotel Bismillah, quizás un punto turístico olvidado y que queda perdido en el ajetreo de los visitantes. El que podría ser visto como una construcción más, es el primer hotel de Doha y de todo Qatar, posicionándose en una ubicación estratégica desde 1950, justo cuando el país se abría a la prosperidad del petróleo.
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