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Guillermo Pérez: “Hay que dejar de etiquetar todos los juicios que se hacen a los migrantes como racismo y xenofobia”

La política y la academia no supieron leer la rabia que se estaba incubando contra la migración en Chile, cree el investigador del IES Guillermo Pérez. Por lo mismo, dice, cometieron el error de desacreditar cualquier molestia como ignorancia, evitando hacerse las preguntas que importaban. Por ejemplo, qué debiésemos exigirles a quienes llegan a vivir entre nosotros.

El abogado e investigador del IES Guillermo Pérez es un migrante latino en Estados Unidos. Allá, como estudiante de doctorado en Ciencia Política de la Universidad de Texas-Austin, ha podido ver las tensiones que provoca la llegada de extraños a un país y, sobre todo, un estado donde la migración tensiona y, a veces, produce reacciones violentas. En Texas, donde se especializa en política comparada y derecho público, Pérez ha escrito textos y columnas sobre el fenómeno de la inmigración y el crimen organizado. Ese también es el foco de su tesis doctoral.

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-El 15 de junio, Yaidy Gárnica murió en Cerro Navia baleada por un vecino enojado porque ella estaba celebrando el Día del Padre con música muy fuerte la noche de ese domingo. ¿Cuál fue el primer indicio de que estábamos incubando esta rabia contra los migrantes?

Para mí, lo que ocurrió en Iquique en 2021, con la marcha antiinmigración, fue decidor: como un primer estallido. Fue lo que permitió ver que en Chile estaba ocurriendo algo en contra de los inmigrantes y que dio el primer paso hacia discursos más radicales en contra de la inmigración que, hoy día, están más instalados.

Después de esa marcha, que terminó con manifestantes quemando carpas y pertenencias de venezolanos, todo el mundo criticó el acto y lo calificó de xenófobo. ¿Cómo transitamos hacia lo que vemos hoy?

Además de lo de Iquique, la Convención Constitucional, que tenía muchas cosas pro-migración que finalmente no fueron aprobadas en el texto, pero sí fueron bastante discutidas, ayudaron bastante a esa agenda, porque tenían esta idea de que es un derecho humano migrar. La derrota de ese texto constitucional abrió la puerta para que todos esos discursos antiinmigración se ampliaran un poquito y que todo ese discurso identitario se vaciara. Ahí, incluso más que en Iquique, se reventó la burbuja.

¿Era previsible llegar a situaciones como la de este homicidio en Cerro Navia?

La verdad es que fue una noticia bastante lamentable, pero también uno empieza a pensar que son hechos que, en cierta medida, son esperables que ocurran con todo lo que ha venido pasando en los últimos ocho años, de élites políticas que han estado ciegas a todo lo que ha venido pasando con la migración y con el encuentro entre migrantes y chilenos. Se ha dado un encuentro entre migrantes venezolanos, colombianos, haitianos y chilenos que prácticamente ha estado ciego al Estado, que no ha intervenido en los conflictos entre inmigrantes y chilenos. Es lamentable, porque sabemos de estos conflictos hace años.

¿Cómo debería intervenir el Estado?

Más que una intervención directa, lo que llama la atención, por lo menos para mí, es que por lo menos desde el 2018 la encuesta de Bicentenario muestra que hay una especie de conflictividad entre inmigrantes y chilenos de la que nadie se estaba haciendo cargo. La encuesta de Espacio Público de ese año también muestra que las tensiones entre los inmigrantes y los chilenos se vivían en los sectores más vulnerables. Generalmente la élite política, la academia también, tendía un poco a despreciar lo que sentían los sectores más vulnerables sobre la migración.

¿En qué sentido?

En decir no, esto es racismo, esto es xenofobia, esto es que las personas se dejan arrastrar por lo que dice la televisión y primaban los discursos en las élites de ‘todos somos migrantes’, ‘nadie es ilegal’, principalmente en las élites progresistas de la izquierda. Y nadie les tomaba mucha importancia a estas percepciones que se vienen incubando desde hace mucho tiempo. Nadie se preocupó de lo que estaba pasando ahí y, entonces, cualquier conflicto que ocurría, por menor que fuera, se calificaba de racismo y xenofobia. Nuestro deber, seamos políticos, cientistas sociales o activistas, es ir más allá de etiquetas y ver por qué los chilenos perciben lo que perciben. Hay que dejar de etiquetar todos los juicios que se hacen a los migrantes como racismo y xenofobia, eso ha sido uno de los grandes problemas de nuestra discusión migratoria.

¿Qué no están viendo estas élites políticas y académicas que sí están viendo vecinos en sectores como Cerro Navia?

Que es muy fácil gritar ‘nadie es ilegal’ desde Vitacura, o decir ‘todos somos migrantes’ desde un café de la Plaza Ñuñoa, pero es muy difícil hacerlo cuando te toca convivir con un migrante que tiene diferente cultura, diferentes formas de vivir. Lo que muestran muchos estudios es que los inmigrantes se van a vivir a los lugares más pobres. Entonces conviven con las personas más vulnerables. Y yo, o tú, o las personas que tenemos más privilegios, no nos toca convivir con las tensiones de la migración.

¿Por qué hay tanta rabia contra el migrante venezolano?

Yo creo que tiene que ver, primero, con la forma en que se vinculan con lo público, la forma en que usan el espacio público, con el volumen. Creo, también, con la forma en que se vinculan con la institucionalidad. El chileno se vincula con la institucionalidad de un modo en el cual la institucionalidad, la relación con la institucionalidad es recíproca, por así decirlo. Hay textos que hablan de esto: de cómo las personas hacen colas a cambio de recibir algo del Estado, como una relación recíproca. Pero acá como que el ciudadano venezolano quiere una relación unilateral, donde el Estado simplemente le da y no hay una reciprocidad. También vinculada con el Tren de Aragua. Es muy difícil de desconectar esa rabia del crimen organizado.

También se ve una molestia de ellos hacia nosotros. Por la forma en que celebramos ciertas festividades, cómo entendemos el espacio público y nuestra burocracia. ¿El migrante que llega tiene que adaptarse a la sociedad que lo recibe?

David Miller, en su libro Extraños entre nosotros, habla mucho de eso. Es muy importante plantear la migración como un fenómeno político, porque esta es una pregunta que deberíamos haber resuelto mucho antes, en el Parlamento, porque es fundamental. Nosotros deberíamos exigir, de algún modo, que los ciudadanos que llegan al país se asimilen a la cultura a la que llegan. No completamente, porque uno no puede esperar que las personas que llegan se vuelvan chilenos como nosotros, porque es imposible. Y obviamente uno también tiene que esperar que las personas demanden, legítimamente, que nosotros les demos espacio a su cultura. Pero sí uno puede esperar que haya un mínimo de asimilación cultural. Pero nosotros tenemos que ser capaces de fijar ese mínimo: ¿Qué les exigimos nosotros a ellos y qué pueden pedirnos ellos a nosotros?

Y quién se lleva el peso de convivir con ellos.

Sí. Esas cargas y beneficios se tienen que repartir entre los inmigrantes y las personas nativas, por así decirlo, pero también entre la élite y los ciudadanos. Acá están mal repartidas entre la élite y los ciudadanos. O sea, la élite recibe todos los beneficios de la migración y los ciudadanos más pobres reciben todas las cargas.

Quizás por eso la élite progresista ha perdido votos en sectores más pobres.

Totalmente. Te pongo un ejemplo: en un debate en la radio, en 2021, el director de extranjería, Luis Thayer, me dijo que ningún país del mundo había entrado en crisis por la migración. Es bastante sorprendente que lo haya dicho la persona que está hoy día a cargo de la migración. Y Gabriel Boric, cuando era diputado, propuso garantizar a los migrantes el acceso a vivienda y establecer un proceso de regularización de la situación, independiente de la forma en que habían entrado al país. Cuando uno lo recuerda, el proyecto político del Frente Amplio era, en su principio, crear un Estado de bienestar, ¿no?

Sí. A la europea.

Y, por el otro lado, proponían fronteras abiertas. Y esas dos cosas son incompatibles. O sea, uno no puede crear un Estado de bienestar fuerte, que provea derechos sociales para todos, y al mismo tiempo dejar entrar a todo el mundo. Porque uno tiene que priorizar en un Estado de bienestar.

¿La derecha lo ha hecho mejor?

La derecha económica, estilo Hernán Büchi, también ha sido culpable de este problema. Esa derecha promovía la inmigración, pero con otros argumentos: que iba a servir para reactivar la economía y traer mano de obra barata, que tenía beneficios demográficos porque revitalizaba las tasas de natalidad. Hasta 2017, 2018, uno puede leer varias columnas de esta derecha. La otra derecha, como la de JAK, tiene el gran problema de que es una reacción negativa a la izquierda identitaria, donde si ellos ofrecen frontera abierta, yo ofrezco muro. Si ellos ofrecen vivienda, yo ofrezco botarles las viviendas.

Es un juego de suma cero.

Sí. Entonces la pregunta es si JAK llega a la Presidencia de la República, y le toca enfrentarse a la migración tal cual como está ahora, ¿qué va a hacer? ¿Los va a deportar? ¿Va a regularizarlos? Porque no los puede deportar a todos, pero tampoco, de acuerdo al discurso que tiene hoy, puede regularizar su situación. Entonces va a quedar en una situación más o menos imposible y ese es el problema de los discursos extremos.

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