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La Sociedad del Cansancio: a 15 años del bestseller de Byung-Chul Han

Cambió Corea del Sur por Alemania, los metales por las ideas, y con un breve ensayo sobre la libertad ilusoria y el agotamiento que provoca la sociedad del rendimiento, se convirtió en un bestseller filosófico. La Sociedad del Cansancio se publicó en 2010 en Berlín, se tradujo a una docena de idiomas y transformó a su autor en uno de los pensadores más influyentes de la actualidad.

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Comienza el día sentado al piano. Byung-Chul Han tiene un piano de cola en su estudio. Cada mañana interpreta el aria de las Variaciones Goldberg de Bach; ya la sabe de memoria. Toca, lee poesía, cuida las plantas de su jardín y escribe. “Pienso y escribo a través de la música”, dice. Hay quienes afirman que se repite, pero él aclara que su pensamiento funciona como la obra de Bach:

“Mis libros se guían por las Variaciones Goldberg”, dijo en una conferencia. “Si considero mi libro La sociedad del cansancio como el aria de todo el ciclo, entonces a este libro le deberían seguir 32 variaciones”.

Nacido en Seúl, Corea del Sur, en 1959, Han estudió metalurgia en su país y filosofía en Alemania. La sociedad del cansancio es la estrella a partir de la cual se expandió su pensamiento. El libro se publicó en 2010 por la editorial Matthes & Setz de Berlín, un sello independiente especializado en filosofía y poesía. El ensayo de tres mil palabras, escrito en un estilo sobrio y contenido, rápidamente encontró una creciente comunidad de lectores. La crítica, a su vez, reconoció la frescura de voz y la estilizada belleza de su escritura.

Ciertamente, Han tuvo la intuición de reconocer un malestar compartido. Su tesis es sencilla: en sus palabras, pasamos de la sociedad del control de Foucault a la sociedad del rendimiento. El neoliberalismo, argumenta, no impone desde afuera, sino que seduce desde adentro.

El sujeto del siglo XXI ya no es obediente, sino “proactivo”; no se siente obligado, sino libre. Pero esa libertad es ilusoria y al menos paradójica: “Estos sujetos son emprendedores de sí mismos”, escribe, y en este sentido, viven sometidos a la autoexplotación.

Esta dinámica ha conducido a un colapso de enfermedades de origen neuronal: ansiedad, estrés, depresión, agotamiento.

El diagnóstico de Han logró una asombrosa recepción. La sociedad del cansancio se transformó en un inusitado bestseller. Traducido a una docena de idiomas, encontró lectores en España y América Latina, en Italia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Ha sido leído, citado y discutido ampliamente: indudablemente, se convirtió en el libro de filosofía más influyente de los últimos 15 años. Una entrevista realizada por el diario El País en 2021, una de las pocas que ha concedido, recibió medio millón de visitantes únicos el mismo día en que fue publicada.

Elusivo y enigmático, suele vestir chaqueta negra, lleva el pelo tomado en una cola y pañuelo al cuello. Lector de Hölderlin y de Rilke, amante de las flores, prefiere cultivar el bajo perfil. Es crítico de la era digital, los smartphones y la sociedad de la transparencia, mientras sus frases se viralizan en redes sociales. The New Yorker lo llamó “El nuevo filósofo favorito de internet”.

En mayo pasado le fue otorgado el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, por su interpretación de “los retos de la sociedad tecnológica” y su “capacidad extraordinaria para comunicar de forma precisa y directa nuevas ideas en las que se recogen tradiciones filosóficas de Oriente y Occidente”.

Han dice que el éxito no lo conmueve: “No me interesa el éxito. Me interesa el silencio. Lo que mis libros provocan no es ruido, sino reflexión. Si han sido leídos, es porque el malestar que describen es real”, ha dicho.

“Yes, we can”

Hijo de un ingeniero coreano, Byung-Chul Han llegó a Alemania con 22 años para continuar sus estudios en metalurgia, pero cambió los metales por las ideas. Estudió Teología en la Universidad de Munich y se doctoró en Filosofía en la Universidad de Friburgo. Según ha dicho, aprendió alemán leyendo a Hegel y Heidegger, dos autores que hace dialogar con Walter Benjamin, Foucault, Nietszche y Peter Handke. En su escritura metafórica y aforística puede reconocerse también la influencia de la poesía oriental.

En La sociedad del cansancio plantea que el régimen neoliberal no es opresivo, “explota la libertad en lugar de suprimirla. Nos explotamos voluntaria y apasionadamente creyendo que nos realizamos”.

La sociedad del rendimiento se basa en el verbo positivo poder, en un exceso de positividad: “Yes, we can”, es el mantra. El sujeto de rendimiento pasa de la obligación a la autoexigencia, que resulta ser peor: “La autoexplotación es más eficiente que la explotación ajena, porque va de la mano con un sentimiento de libertad. Kafka expresó esta paradójica libertad del sirviente con gran acierto en un aforismo: ‘El animal arrebata el látigo a su amo y se azota a sí mismo para convertirse en amo’”, dice.

En la presión de la autoexigencia está el origen de las enfermedades características de nuestra época: la depresión, la ansiedad y el agotamiento.

“Al nuevo tipo de hombre, indefenso y desprotegido frente al exceso de positividad, le falta toda soberanía. El hombre depresivo es aquel animal laborans que se explota a sí mismo, a saber: voluntariamente, sin coacción externa. Él es, al mismo tiempo, verdugo y víctima”, escribe.

Y esta figura, argumenta Han, da lugar a una sociedad hiperactiva, hiperinformada y, paradójicamente, exhausta. La época de la positividad no tolera la negatividad del descanso, de la contemplación, del fracaso. Todo debe ser productivo: incluso el ocio. La vida queda colonizada por la lógica del rendimiento y se vuelve efímera. No hay espacio para la trascendencia.

La sociedad del rendimiento produce un agotamiento y un cansancio excesivo, a solas, aque aísla y divide. Por contra, siguiendo a Handke, Han propone recuperar un cansancio de reconciliación con el mundo, un cansancio que inspira.

La sociedad de la transparencia

A partir de La sociedad del cansancio la obra de Han ha crecido con variaciones que giran en torno a los mismos temas. “Ningún otro lema domina hoy tanto el discurso público como la transparencia”, escribe en La sociedad de la transparencia.

El imperativo de mostrarlo todo elimina la singularidad, dice. El exceso de exposición acaba con el misterio. En un mundo donde todo debe ser evidente, el lenguaje pierde su espesor y se convierte en mera información. La transparencia es “el infierno de lo igual” y se revela como una forma de control: Google y las redes sociales son, ante todo, panópticos donde las personas entregan su libertad voluntariamente. “La sociedad de la transparencia sigue exactamente la lógica de la sociedad del rendimiento”, escribe.

La transparencia, o univocidad, serían el final del Eros”, dice Han. En un entorno saturado de imágenes, de iguales que se reproducen infinitamente en redes sociales y plataformas, el otro se transforma en un reflejo narcisista, escribe en La agonía del Eros. Así, amar se vuelve una rareza. “El Eros muere cuando el otro desaparece”.

Según Han, los smartphones amplifican nuestro ego: “Sometemos el mundo a nuestras necesidades con solo deslizar el dedo. El mundo se nos presenta bajo la luz digital de la completa disponibilidad. La indisponibilidad es precisamente lo que hace al otro diferente, y por eso desaparece. Despojado de su alteridad, ahora es meramente consumible”.

Durante la pandemia de Covid-19, Han protagonizó una controversia con el filósofo esloveno Slavoj Žižek. Marxista y provocador, este dijo que la pandemia sería un golpe mortal para el capitalismo, al estilo Kill Bill. “Žižek se equivoca. Nada de eso sucederá”, afirmó Han. “Y tras la pandemia, el capitalismo continuará aún con más pujanza”.

Las ideas del filósofo surcoreano han logrado gran resonancia. No obstante, su obra ha sido discutida y ha recibido críticas. Sus detractores dicen que se repite, que su originalidad es relativa. También se le acusa de ser catastrofista.

En uno de sus últimos ensayos, habla de la esperanza en un mudo dominado por el miedo. “Donde hay miedo es imposible la libertad”, dice. “Quien tiene esperanza obra con audacia y no se deja confundir por los rigores y las crudezas de la vida. Al mismo tiempo, la esperanza tiene algo de contemplativo. Se estira hacia adelante y aguza el oído. Tiene la ternura de la receptividad, que le da belleza y encanto”.

“Filosofía de Instagram”, le han dicho por sus frases como aforismos y por la brevedad de sus ensayos. Él responde: “¿Para qué escribir un libro de mil páginas si puedes iluminar el mundo en pocas palabras? Un libro de mil páginas, que debe explicar la esencia del mundo, quizá no pueda expresar tanto como un solo haiku: «La primera nieve, las hojas de los narcisos apenas se inclinan» (Basho). En mis escritos, de hecho, utilizo este efecto haiku”.

“Un periodista escribió una vez que mis libros son cada vez más delgados y que, en algún momento, desaparecerán por completo. Yo añadiría que mis pensamientos entonces impregnarán el aire. Todos podrán respirarlos”.

Antes de que ello ocurra, tres filósofos chilenos dimensionan la obra de Byung-Chul Han (ver columnas).

Carlos Peña*:

Los días perfectos de Byung-Chul Han

La obra de Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio, es parte de un largo esfuerzo reflexivo acerca de la sociedad contemporánea a partir del concepto de estado de ánimo o temple de ánimo que se encuentra en la obra de Heidegger ¿A qué alude, cabe preguntarse, ese concepto? Averiguarlo puede ayudar a comprender el sentido de la obra de este autor que está muy lejos de ser de autoayuda o de sociología liviana.

Veamos.

En la comunicación cotidiana, cuando decimos que estamos con mal ánimo, o con el ánimo bajo, o decaído, aludimos a nuestra disposición a hacer o no hacer algo. Por ejemplo, nos referimos así a nuestras ganas de ir o no ir a una fiesta, de estar o no de ánimo de hacerlo. En ese caso se trata del estado de ánimo en sentido psicológico. Byung-Chul Han, en cambio, no emplea el concepto en ese sentido. Siguiendo a Martin Heidegger él piensa que lo propio del ser humano es poseer una cierta actitud hacia su propia existencia a la que llama “cuidado” o “cura”. Emplea esta palabra en el sentido etimológico de ocupación o preocupación. Vivir consistiría en ocuparse o preocuparse de alguna forma de uno mismo y de aquello que está en derredor. Ese actitud de cuidado, sin embargo -o si se prefiere, la ocupación a la que debemos dedicar nuestra existencia- no deriva de nuestra elección individual. La heredamos en el lenguaje, en el sentido común, en lo que llamaríamos en un sentido amplio, cultura, la suma de interpretaciones que configuran nuestro mundo. En este sentido, cada época poseería un cierto temple o estado de ánimo que inundaría a quienes desenvuelven su existencia en ella. Ese temple, dice Heidegger, sería fruto de una cierta metafísica, una cierta manera de concebir lo existente.

Ahora bien, en la medida que la sociedad contemporánea concibe el mundo como un depósito de recursos y de cosas a disposición de la técnica y de sus posibilidades transformadoras, el temple o estado de ánimo del individuo contemporáneo sería el de alguien llamado a modificar incesantemente el mundo y a sí mismo. La nuestra sería, pues, una sociedad del rendimiento, una sociedad de la positividad, incapacitada de decir no, cuyos integrantes estarían sometidos a “la libre obligación de maximizar el rendimiento”. Frente a ella Byung-Chul Han sugiere lo que llama el cansancio del no: un cansancio que no es resultado de agotarse como consecuencia de esa actitud técnica ante el mundo, sino que es el fruto de poner en paréntesis esa actitud. Algo que se podría alcanzar al tomar conciencia de ella. El estado de ánimo es una actitud pre-reflexiva de la que no tenemos conciencia: al tomar conciencia de ella podemos suspenderla en ese cansancio que, por explicarlo de alguna forma, diría no al temple de la época y devolvería la capacidad de asombrarse frente al mundo.

Días perfectos de Wim Wenders – esa magnífica cinta en la que un hombre se maravilla ante la sombra de los árboles mientras transcurre su vida limpiando retretes- sería el paradigma de ese cansancio del no con que, según sugiere Byung-Chul Han, podríamos escapar de ese estado de ánimo que nos mueve a transformar el mundo, a trabajar y a producir de manera incesante hasta caer rendidos.

* Columnista de El Mercurio. Autor de Ideas de perfil (Taurus, 2021). Y de Humanidades. Lo visible y lo invisible, a aparecer por Random House en septiembre.

Diana Aurenque Stephan*:

Diagnóstico certero y valiente

Una de las cuestiones más importantes del libro fue establecer que gran parte de la crisis de las sociedades del siglo XXI no radican en la explotación ejercida por poderes o mecanismos externos (clase dominante, gobiernos y/o otros dispositivos de dominación y/o disciplinamiento como señalaban por ej., Foucault o antes Marx), sino por el propio individuo.

Han explica que nuestra sociedad se caracteriza por articularse en torno al “rendimiento”, la “productividad”, la “utilidad” y la “actividad” permanentes, como mandatos asumidos internamente, en la moralidad íntima y el psiquismo de los ciudadanos, y bajo la máscara de una presunta libertad y autoafirmación. La maravilla del análisis de Han es que nos invita a notar y criticar la evolución del capitalismo del siglo XXI, no desde una lectura marxista o ideológica, sino desde una mirada sobre los efectos indeseados en el ámbito de la salud mental, hasta esos momentos escasamente atendidos, que perjudican al “sujeto del rendimiento”- nosotros. El aislamiento y el agotamiento, la falta de tiempos de ocio, de descanso y de contemplación, es decir, de disfrute y goce de la vida, más allá de lo valorado en términos de precios, bienes y cuantificaciones, son el costo que asumen silenciosamente las personas.

Este diagnóstico se demuestra cada vez más certero y valiente, al exponer, finalmente, que la patologización constante de la vida actual –depresión, burnout, etc.-responde a como los individuos han ajustado sus creencias y formas de vida en torno al “rendimiento” bajo una promesa de felicidad y bienestar en torno al consumo que, paradójicamente, se sostiene precisamente incumpliendo dicha promesa.

Este libro, al igual que otros, son notables porque el filósofo logra precisamente demostrar de lo que se trata la mirada filosófica: un abordaje atento a los procesos históricos y sociales en los que nos hayamos concretamente, pero que son analizados desde una perspectiva amplia, capaz de incorporar recursos tanto de la historia de la filosofía como de otras disciplinas como la medicina, la psicología, la sociología, la historia, entre otras. Asimismo, es uno de los pocos filósofos en Alemania (además de Peter Sloterdijk), que toma elementos fundamentales de la tradición de la filosofía alemana (en especial Nietzsche y Heidegger), además de los análisis de Marx, Freud o Foucault, para presentar un diagnóstico social y un análisis del poder, vinculado con una reflexión sobre el cuidado de sí, la responsabilidad y el bienestar en clave psico-médica.

Adicionalmente, su virtud radica en que, a través de un estilo ensayístico, es capaz de presentar su diagnóstico no solo de forma clara, sin rodeos vanidosos ni tecnicismos disciplinares, sino también, de aplicar de forma pertinente nociones complejas y a veces de difícil acceso planteadas por otros filósofos, como lo son, por ej., la crítica a la técnica moderna y al “pensar calculante” de Heidegger, o el concepto de “inmunidad” como constitutivo del desarrollo de las sociedades planteado por Nietzsche o Sloterdijk. Han piensa el hoy acompañado del pensar de ayer, y propone un diagnóstico profundo y una reflexión necesaria de forma concreta y comprensible tanto para filósofos como para no filósofos.

Finalmente, y esto es uno de los logros más importantes a mi juicio, es que el filósofo tal como no critica al capitalismo desde simplismos anticapitalistas, tampoco hace una defensa “gremialista” ni elitista ni profesionalizante sobre el valor de la filosofía. Más bien, al recordarnos la necesidad de ocio y descanso, de tener tiempo para la contemplación y el detenerse –elementos cruciales de la filosofía-, Han la acerca como una necesidad y posibilidad humana que nos toca a todos –y que su carencia, empobrece dramáticamente, nuestras vidas.

*Filósofa, académica de la U. de Chile, autora de Animal ancestral.

Martín Hopenhayn, filosofo.

Martín Hopenhayn*:

Claridad y poder de síntesis

Creo que Han dio en el clavo parcialmente al plantearse ese tirano interno de la productividad, planteando que no era necesario el disciplinador externo. No es algo tan nuevo (pensemos en el libro de 1900 de Weber sobre los orígenes del capitalismo y el calvinismo para explicar la acumulación originaria; pensemos también en general en las críticas de la Escuela de Frankfurt al capitalismo, en tantas otras críticas al capitalismo tardío). Por otro lado, la explotación “desde fuera” sigue siendo moneda corriente en la mayor parte del planeta. Aun así, tiene Han el mérito de plantear de una manera novedosa el nexo entre la cultura neoliberal y la subjetividad (aunque ya en Foucault son hiperdocumentados estos procesos de subjetivación). Su otra virtud es el poder de síntesis, la claridad y la facilidad con que lleva al lector a explicarse sus propios trastornos a partir de un problema sistémico.

En fin, Han allí abrió una puerta para que el gran público se planteara estas relaciones, entendiera sus propios trastornos subjetivos desde una visión a la vez política y estructural, redefinió de modo atractivo la depresión desde el narcisismo actual, enriqueció la reflexión sobre la gestión del yo (self) como componente clave del neoliberalismo (concepto que utiliza de modo bastante personal, lejos del debate teórico sobre la doctrina neoliberal).

*Filósofo y académico, autor de Flaquear a gusto.

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