Por Sebastián EdwardsAxel Kaiser y el lenguaje

Conocí a Axel Kaiser hace unos 20 años, en una reunión de economistas que se realiza anualmente en Álamos, un pueblo colonial del estado de Sonora, en México. Cada febrero, unas 30 personas nos reunimos a conversar sobre economía, política y cultura, y a tomar tequila en un ambiente relajado y de amistad. Además del grupo estable, cada año hay invitados especiales, entre los que han figurado Milton Friedman, George Shultz y Francis Fukuyama.
No recuerdo quién llevó a Kaiser por primera vez. Sí recuerdo, en cambio, que era flaco y más bien tímido, aunque ya entonces era un acérrimo partidario de los economistas austríacos. Nosotros, los más avezados, no estábamos seguros de cuánto entendía realmente de los escritos de Von Mises y Hayek, pero nos hacía gracia el fervor con que defendía ideas extremas, como la abolición de los bancos centrales o la adopción de un sistema monetario basado en monedas emitidas por bancos privados.
Con el tiempo, Kaiser se transformó en un participante ocasional de nuestras reuniones mexicanas. Durante esos años fui testigo de cómo fue perdiendo la timidez y adoptando posiciones cada vez más alejadas de las de la gran mayoría de los economistas profesionales. En más de una ocasión le señalé que lo que estaba diciendo era erróneo o contradictorio. Él se defendía con tranquilidad y paciencia, sin levantar la voz ni recurrir jamás a malas palabras. En esos años exhibía una mente curiosa y ágil. La forma respetuosa en que defendía sus ideas auguraba que podría convertirse en un académico serio y admirado, en un intelectual público en la órbita de Carlos Peña o Eugenio Tironi.
En 2016, Kaiser me pidió que presentara su libro —escrito junto a Gloria Álvarez— El engaño populista. Se trataba de un texto interesante, bien escrito y razonado, que abordaba un tema sobre el cual yo mismo había trabajado con cierta intensidad en la década de 1990. Los autores advertían, con argumentos sólidos, sobre los peligros de las doctrinas populistas que por entonces se expandían como fuego en América Latina: AMLO, Ortega, Maduro, Correa, Evo, los Kirchner, Dilma. El libro fue un éxito de ventas y el nombre de Kaiser comenzó a circular como el de un defensor férreo de la economía de mercado y de lo que hoy se denominan ideas libertarias.
Hay similitudes y diferencias entre ese Axel Kaiser “histórico” y el Kaiser actual. El de hace 10 años era comedido y tenía buenos modales; era un intelectual prometedor. Escribía bien y había leído bastante. Aunque no era economista, tenía más intuiciones acertadas que equivocadas. Todo sugería que, con el tiempo, podría participar en conversaciones serias con académicos de fuste, como Claudio Véliz o Eduardo Engel, y que una universidad prestigiosa podría, algún día, contratarlo o invitarlo a dictar una clase magistral.
El Kaiser actual sigue escribiendo bien y sigue leyendo mucho. Su último libro, Nazi-Comunismo, plantea una pregunta interesante: cuán similares son esas dos doctrinas. El texto fluye con soltura y está escrito en clave intelectual; tiene casi 600 notas al pie de página y una bibliografía que bordea los 200 títulos. Además, como casi todo lo que escribe, ha sido un gran éxito de ventas: lleva semanas encabezando los rankings. (El libro tiene vacíos, pero ese es tema para otra columna o para un debate público).
Pero hasta ahí llegan las similitudes. El Kaiser actual —el de YouTube, el de la cuenta X prolífica, el de los debates públicos enconados— perdió las buenas maneras, perdió la templanza, perdió las correas. Se engolosinó con adjetivos que insultan, descalifican y desprecian a quienes no piensan como él.
No es exagerado decir que Axel Kaiser se transformó en un pendenciero. Un análisis rápido de su cuenta X durante los últimos seis días arroja, entre otros, los siguientes términos dirigidos a quienes piensan distinto: “Mente parasitada”, “economista progre hablando tonterías (Andrés Velasco)”, “qué zurdos más idiotas”, “traidor”, “zurdos ignorantes”, “zurdos tontos”, “siervos inútiles”, “gentes con patologías intelectuales”, “nivel intelectual mediocre (Patricio Navia)”.
Este lenguaje agresivo, insultante y polarizante —centrado en la descalificación personal y grupal, con rasgos de retórica ad hominem y patologización del adversario— no le hace bien a Chile. Tampoco le hace bien a Axel Kaiser. Mientras más lo utiliza, más deprecia sus libros, sus artículos y sus columnas. Hoy, y como consecuencia del uso sistemático de este lenguaje de demolición, casi no hay economistas respetados que lo tomen en serio.
Uno de los aspectos más destacables de las dos semanas posteriores a la segunda vuelta ha sido la tranquilidad, mesura y ponderación con que ha actuado y hablado el presidente electo, José Antonio Kast. Sus llamados a la unidad nacional y al trabajo conjunto han sido bien recibidos por la ciudadanía. El respeto con que se refirió a Jeannette Jara sorprendió a muchos, pero sin duda fue el enfoque correcto.
Para que Chile avance es necesario reducir la polarización. Hay que cuidar el lenguaje y dejar de ofender y humillar a quien piensa distinto. Esto no es algo que deba considerar solo Axel Kaiser, sino también otros políticos que aspiran a ocupar puestos de primer nivel en el nuevo gobierno. Defender ideas con vehemencia está muy bien. Pero hay una línea que, por el bien de la República, no se debe cruzar.
Por Sebastián Edwards, economista.
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