
Cuando los relatos matan los datos
En política abundan diagnósticos livianos sobre crisis sociales, anclados más en consignas que en evidencia. En 2019, la izquierda explicó el estallido social con la frase “no son 30 pesos, son 30 años”, apuntando al modelo de la Transición como generador de desigualdades. En 2025, desde la derecha se repite que “Chile se cae a pedazos”, atribuyendo al actual gobierno la inseguridad, el estancamiento económico y el deterioro social.
Ambos relatos parecen incompatibles, pero los datos muestran que comparten una misma base -algo que, en la lógica polarizadora dominante, poco importa-. Desde 2014 (no en este gobierno), la economía dejó de crecer como antes: mientras en los 90 el PIB aumentaba cerca de 7% anual y en los 2000 4,5%, entre 2015 y 2025 se ha movido en torno al 2%. El PIB per cápita, que durante dos décadas avanzó sin pausa, entró en una meseta. Al mismo tiempo, la tasa de desempleo, que en 2013 era de 6%, hoy bordea el 9%.
Datos duros que conviven con percepciones en la misma dirección: la proporción de chilenos que creía que el país progresaba cayó del 47% en 2013 al 14% en 2016 (CEP) y nunca volvió a recuperarse. En la CEP más reciente, Chile aparece estancado o en decadencia. Aún más, seis de cada diez califican la economía como “mala o muy mala”, y el desempleo figura entre los principales problemas.
Junto con el bajo crecimiento, la narrativa exitista de los “jaguares de América Latina” y la de la meritocracia tocaron fondo pese a 30 años de progreso material, en los que se redujo drásticamente la pobreza y floreció una clase media que accedió a bienes y consumo como nunca en la historia del país.
Sin embargo, hoy el imaginario de esa clase media —antes símbolo de logros— se volvió trágico: un espacio donde se concentran frustraciones y expectativas incumplidas, alimentadas por la izquierda o por la derecha según quién esté en el poder.
La izquierda en 2019 leyó el malestar como la factura pendiente de tres décadas de promesas incumplidas. La derecha lo interpreta hoy como un colapso nacional. Ambas narrativas son distintas, pero beben de la misma fuente: la sensación de estancamiento económico de un país con movilidad detenida y dificultades para proyectar futuro.
Aunque sugerentes y políticamente convenientes, estas narrativas no son inocuas. Conectan con emociones profundas y dan un marco comprensible al malestar, pero también alimentan rabia y frustraciones que, al no resolverse, derivan en más polarización y desafección con la democracia. Quienes reducen la realidad a blanco o negro terminan dejando al país atrapado en trincheras interpretativas que bloquean el diálogo, erosionan la confianza y dificultan tanto la recuperación del crecimiento como la legitimidad social que lo sostiene.
La pregunta de fondo de esta campaña presidencial no es si Chile se derrumba o no. Es si lograremos abrir un ciclo virtuoso que recupere confianza y crecimiento, o si persistiremos en uno vicioso de retóricas facilistas y narrativas adversariales.
Por Cristián Valdivieso, director de Criteria
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