Por Álvaro PezoaDel liderazgo al sondeo: la crisis de conducción política

El 2 de noviembre comenzó la veda de difusión pública de encuestas sobre las elecciones del 16. Sin embargo, esta restricción legal para el público no silencia las mediciones que reciben los comandos ni frenan las filtraciones vía redes sociales. En una sociedad hiperconectada, la prohibición es más simbólica que efectiva. Mientras tanto, la influencia de esos datos sobre las candidaturas —y los votantes más atentos— permanece intacta.
Esta paradoja invita a un cuestionamiento práctico: ¿de qué sirve callar las pesquisas si su poder de moldear expectativas, establecer temas y orientar decisiones de campaña no se detiene con el decreto? De paso, la veda hace patente la tensión entre transparencia democrática y control regulatorio. Y, todavía más, deja entrever un problema más profundo: el de una actividad política que se adapta a “lo que la ciudadanía siente” en lugar de guiarla.
La política experimenta actualmente una crisis de conducción, que se manifiesta en un giro radical en los roles políticos. Cuando los candidatos o partidos estructuran su contenido programático en torno a aquello que revelan las encuestas, y no en razón a un ideario o proyecto, la conducción se deteriora. El político se convierte en seguidor de una opinión pública “medida”, en vez de director de una visión de futuro.
El país necesita propuestas de planes de desarrollo, de líneas de acción que trasciendan la última foto de intención de voto. Cuando los comandos están constantemente leyendo sondeos y ajustando el discurso a sus hallazgos, la lógica se invierte: la campaña deja de ser la sugerencia de un proyecto al electorado y muta en un espejo de lo que éste percibe. ¿Dónde queda el genio político, el liderazgo, la capacidad de concebir el país en veinte años o más?
El mal de una política reactiva —más que propositiva— se agudiza cuando los incentivos de las campañas se centran largamente más en “posicionar” que en formular transformaciones; en “subir en las encuestas” en lugar de persuadir, educar y comprometer con un proyecto. Los sondeos ayudan a conocer las inclinaciones de los sufragantes, permiten calibrar estrategias y ajustar tácticas. Pero, si el horizonte de la política se reduce a maximizar resultados en encuestas, se olvida que la democracia es realmente valiosa cuando facilita el ingenio público, la deliberación abierta sobre fines —y medios— comunes, y la búsqueda conjunta de una mejor sociedad.
¿Se requieren candidatos que “reflejen” al electorado o que lo persuadan?, ¿gobernantes que “sigan” estudios de opinión o que anticipen el porvenir? ¿Se aspira a una política que se mimetice con el sentir público o que fortalezca la consecución del bien común? Los gobiernos deberían ser motores de futuro, no destellos del ánimo de ayer. La democracia vive cuando los ciudadanos no solo son “auscultados”, sino invitados a construir juntos el mañana.
Por Álvaro Pezoa, director Centro Ética y Sostenibilidad Empresarial, ESE Business School, U. de Los Andes
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