
El demonio marxista

"Llegó el demonio marxista, traigan al exorcista”. Así rimaban —entre risas y saltitos— Camila Vallejo y Daniela Serrano en la última campaña parlamentaria. Eran tiempos de superioridad moral, de revolución cool con filtro sepia, de comunismo con glitter. Pero lo que parecía un meme con bandera roja hoy es una amenaza real. El demonio marxista llegó. No con metralleta, sino gracias a la reforma previsional. No con uniforme verde olivo, sino con chaqueta beige. Y se llama Jeannette Jara.
Hoy, por primera vez en la historia de Chile, un Partido Comunista podría ganar la primaria y posicionarse hacia la elección presidencial. Sí, leyó bien. Después de 113 años de conspiraciones, exilios, fracasos, infiltraciones, lealtades inquebrantables y parasitismos exitosos, el PC está a punto de lograr lo que ni en sus sueños más utópicos imaginó: tomar el poder por la vía democrática, con el auspicio entusiasta de la centroizquierda y a través de una plataforma aparentemente técnica, envuelta en una sonrisa moderada que oculta hábilmente lo que hay detrás.
Esto no es solo mérito de Jara. Es la culminación de un proyecto que nunca se detuvo. Mientras otros partidos se consumían en pugnas, egos y derrotas, el PC seguía trabajando en silencio: infiltrando estructuras, disciplinando cuadros, colonizando el Estado, controlando la agenda, manejando la calle y administrando el gobierno. No filtran, no se sabotean, no improvisan. Se alinean. Funcionan como una máquina política perfecta y perversa.
Porque ellos entienden que el poder no se gana en una elección, sino en todas las capas del sistema. Están en los gremios, en los medios, las universidades, la cultura. Y hoy, en el corazón mismo del gobierno. Su último candidato presidencial está bajo arresto, pero sigue en pie y sin vergüenza. No lo expulsan. Lo esconden, lo silencian, pero no lo abandonan. Así opera el comunismo: con memoria, con método, con estrategia.
El Partido Comunista no lo esconde: quieren redefinir la democracia como herramienta de “liberación del pueblo”, reivindican el estallido y planifican nuevas movilizaciones. No compiten para gobernar, compiten para terminar lo que empezaron en 2019. Y ya anuncian, sin pudor, que buscarán un nuevo proceso constitucional. Siempre con un pie en la revuelta y otro en el gobierno. Usaron al Frente Amplio como esponja emocional y a la vieja Concertación como escalera de acceso al poder. Y cuando ya no les servían, los desecharon, como tontos útiles. Son parásitos profesionales y estrategas excepcionales.
Pero el drama de Chile no es solo ideológico. A los millones de ciudadanos que viven con miedo, que no llegan a fin de mes, que esperan años por atención médica, no les importa si quien soluciona sus problemas es comunista, liberal o conservador. Quieren orden, seguridad y esperanza. Punto.
En ese contexto, Jara no llega liviana. Carga la mochila del fracaso de Boric, del octubrismo arrogante, de la promesa de dignidad que terminó en desesperación. Se presenta como la cara amable de una gestión incapaz de controlar el crimen, la migración ilegal o la economía. Es la funcionaria del mes de un modelo absolutamente derrotado.
Y ahí es donde Jara puede fracasar. No porque sea del PC, sino porque no tiene nada nuevo que ofrecer. Más impuestos, más Estado, más burocracia. Ninguna solución frente al narco, al descontrol migratorio o al estancamiento económico. Ninguna respuesta para quienes se rompen el lomo todos los días.
Pero no todo está perdido. Porque entre la derrota moral del progresismo y la tibieza de ciertos sectores, hay un país que despierta. Desde las ferias, las poblaciones, las redes. Una voz que no le teme al marxismo ni le rinde pleitesía al progresismo o al amarillismo. Una fuerza que busca recuperar el orden, el progreso económico y, sobre todo, la libertad. Esa voz existe y está creciendo. Y no viene de los salones ni de los matinales, sino de abajo. Con calle. Con coraje. Con liderazgo real.
Si hoy triunfa Jara, no será solo por el amateurismo del Frente Amplio ni la docilidad de la centroizquierda. Será también por la complicidad de quienes permitieron que el PC se disfrazara de demócrata, negociando acuerdos a cualquier precio, resignando convicciones por conveniencia y cálculo electoral.
Hoy puede ser el comienzo de una pesadilla o el fin de una farsa. Porque si el comunismo llegó con votos, también puede ser derrotado con votos. Pero no por cualquiera. Solo por quienes estén dispuestos a dar la pelea sin miedo, sin culpa y sin complejos. Y quedan cinco meses para demostrarlo.
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