Por Valentina VerbalEl desafío liberal

No pocas veces en la historia, el liberalismo ha sufrido lo que se conoce como “la enfermedad de la victoria”. Esto último no solo supone la arrogancia de los vencedores, sino también la generación de un “sentido común” transversal que casi todos reconocen. La separación de los poderes, la garantía de los derechos y la democracia electoral, han llegado a ser elementos que, en principio, la mayoría de las fuerzas políticas aceptan como un marco compartido.
Por lo mismo, el desafío que el liberalismo ha solido enfrentar a lo largo de los tiempos —ya sea en su dimensión intelectual o partidista— podría resumirse en dos grandes preguntas: ¿Tiene algo qué decir el liberalismo en el momento actual? ¿Deben los liberales ofrecerle un proyecto específico al país? Quizás en estas dos preguntas se juega la vigencia del liberalismo.
¿Tiene algo qué decir el liberalismo en el momento actual? Probablemente, no, si creemos que todas las fuerzas políticas reconocen el liberalismo como un sentido común transversal. Pero esto no es así. Tanto por izquierdas como por derechas, hay actores que rechazan los principios y las reglas de la democracia liberal. Por izquierdas, la aceptación política de violencia, la deslegitimación moral del adversario, la valoración de dictaduras afines y la promoción de una democracia sustancial, con derechos diferenciados, son algunos ejemplos de ese rechazo. Por derechas, la pulsión autoritaria (por ejemplo, al vindicar a Portales), la llamada ‘batalla cultural’, la imposición de una macroidentidad, y el rechazo a la dimensión internacional de los derechos humanos, son también ejemplos del mismo rechazo. Frente a estas posturas, los liberales tienen mucho que decir.
¿Deben los liberales ofrecerle un proyecto específico al país? Aunque los liberales hagan alianza con los conservadores, no deberían renunciar a pensar en un proyecto de país con sello propio. El rechazo al autoritarismo y la defensa de la libertad pueden ser oportunidades para hacer valer un proyecto distintivo. Por lo mismo, su alianza con los conservadores no tendría por qué suponer un posicionamiento condescendiente con ellos. Toda alianza política se construye desde mínimos comunes y a partir de ciertas líneas rojas que los negociantes ponen sobre la mesa. No hacerlo podría redundar en la renuncia a la diferenciación y, de este modo, en la inviabilidad política del liberalismo, decretada —paradoja mediante— por los mismos liberales.
Por último, no hay que olvidar que los grandes liberales de la historia han sabido navegar en medio de la adversidad, a la espera de esos tiempos mejores que siempre vuelven después de la tormenta. ¿Estarán los liberales chilenos dispuestos a defender su proyecto en tiempos de adversidad? ¿Estarán ellos a la altura del desafío actual en el que se encuentran? Es muy pronto para saberlo. Tanto las dimensiones de la tormenta como la acción concreta de sus protagonistas conforman todavía una historia en desarrollo y cuyo final resulta aún desconocido.
Por Valentina Verbal, Horizontal
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