
El lobo y el perro

Estos años de gobierno del Frente Amplio revelaron un fenómeno digno de estudio en la sociología de la corrupción. Los escándalos ya no provocan indignación, sino que parecen diseñados para olvidarse unos con otros. Como en una coreografía de impunidad, cada nuevo caso -Democracia Viva, Convenios, Procultura y Fundaciones de amigos, casa de Allende, falsas licencias- se encarga de sepultar al anterior, diluyendo responsabilidades y erosionando la capacidad de asombro ciudadana. Ello va más allá de la antigua “teoría del empate” con casos que también golpean a la oposición. En el fondo el olvido se ha vuelto una estrategia. La saturación informativa anestesia mientras se asienta la impunidad de figuras emblemáticas de la coalición gobernante.
Esta estrategia tuvo sin embargo un giro en las últimas semanas. Ahora el foco se desplazó a un político ajeno al corazón de la coalición: Claudio Orrego, actual gobernador de la Región Metropolitana. El asunto no es menor. Orrego no proviene del Frente Amplio ni del Partido Comunista. Su historia política está anclada en la antigua Democracia Cristiana y su figura representa, en algún sentido, los resabios de la ex Concertación de Partidos por la Democracia. De allí el nuevo truco de un oficialismo acorralado por casos de corrupción. Nada más útil que una víctima expiatoria que no proviene de sus propias filas. Si el rostro de la corrupción termina siendo Orrego, y no uno de los suyos, podrán seguir esgrimiendo su falsa y cínica superioridad moral. En el fondo, la narrativa se invierte y la responsabilidad se disuelve. Los corruptos no serían los supuestos portadores del recambio ético que silenciosamente desaparecen de escena. Contribuye a ello, sin lugar a dudas, el que la oposición en su cada vez más habitual torpeza, haya caído en la trampa, centrando sus baterías en Orrego y facilitando el olvido de casos más graves y estructurales.
Por cierto, Orrego es también responsable. Con tal de avanzar en su carrera política, no dudó en acercarse al Frente Amplio y al Partido Comunista, convirtiéndose en un rostro útil, alguien con un pasado moderado que validaba un proyecto radical, pero que ahora, cual fusible, dejan caer. Como en la fábula clásica de Esopo, revisitada por La Fontaine, “El lobo y el perro”, el Frente Amplio fue aquel lobo hambriento que encontró en Orrego, el perro domesticado, una oportunidad de alimentarse y avanzar en su proyecto. Sin embargo, al advertir que el perro pese a lo bien cuidado, tenía un lastre al cual estaba encadenado, optaron por desecharlo. Orrego pacto con lobos y confió en un poder depredador que disfrazó su hambre de justicia social, pero que en realidad ha terminado devorando a sus coyunturales aliados, ahora que advierten que ya no les sirven.
Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho Penal, Facultad de Derecho, U. de Chile
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