Opinión

El Nobel de la libertad

Es mi primera vez en Oslo, una ciudad bellísima, desplegada sobre el frío, que he tenido el honor de ver rendida con afecto y admiración al liderazgo de María Corina Machado.

Todos los Nobel de la Paz transmiten una señal al mundo. La de 2025 es clara e irrevocable y mucho más que solo testimonial: es el reconocimiento a la persistente valentía de María Corina y a la de miles de héroes anónimos -a quienes reconocía su hija en la ceremonia de premiación- clamando por democracia, libertad, respeto a la dignidad de la persona humana en una Venezuela secuestrada por la dictadura. Es, además, un mensaje que trasciende en tiempo y lugar: sin libertad no hay paz; sin democracia no hay libertad; sin esperanza, no hay caminos para desafiar el miedo.

Que el mundo rinda honores a María Corina Machado tiene un significado particular para nuestra América Latina. Tantas veces golpeada por el autoritarismo, en la región su figura recuerda el poder insuperable de la resistencia cívica. Su voz es la de millones de hombres y mujeres en Cuba, Nicaragua, Venezuela y también en Chile, que no se resignan a ceder sus libertades y el derecho a decidir sus destinos.

Es un momento profundamente emotivo para nuestra familia. Mi padre y María Corina compartieron una amistad sincera, construida a partir de una convicción común: la defensa de la democracia en Venezuela y en cualquier rincón de nuestra región, en todo momento y circunstancia. El expresidente Sebastián Piñera admiraba su coraje, su claridad moral y la decisión para enfrentar la feroz persecución del régimen chavista. Hasta el último día de su vida: la mañana del 6 de febrero de 2024 organizaba al Grupo Libertad y Democracia para colaborar con la líder de la oposición venezolana.

Mientras nos abrazábamos, con una emoción que atesoraré en la memoria, horas después de su llegada a Oslo, y en la reunión privada que sostuvimos al día siguiente, María Corina recordó su apoyo incondicional. Mencionó su preocupación por la comunidad venezolana que reside en Chile, la fuerza que le transmitió mi padre en esa última conversación y su aliento para perseverar “hasta el final”. Este Premio Nobel habría sido para él una alegría de renovada esperanza, confirmando la trascendencia de sus principios y la huella indeleble de su respaldo a quienes defienden la democracia.

Por Magdalena Piñera Morel, presidenta Fundación Piñera Morel.

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