
Empleo en pausa: señales de alerta desde el mercado laboral
La evolución reciente del mercado laboral chileno plantea interrogantes profundas sobre la capacidad de la economía para generar empleos de calidad y en cantidad suficiente. En el último año, la ocupación creció apenas un 0,2%, su menor expansión en cuatro años, lo que sugiere que la recuperación postpandemia ha entrado en una preocupante fase de estancamiento. Lejos de ser un fenómeno aislado, los datos del trimestre marzo-mayo de 2025 entregados por el INE muestran un cuadro estructuralmente frágil: el desempleo nacional se elevó a 8,9% -el nivel más alto en 21 meses- y se acerca peligrosamente a los dos dígitos. Más alarmante aún es el desempleo femenino, que alcanzó un 10,1%, el mayor en cuatro años. En otras palabras, una de cada diez mujeres que busca empleo no lo encuentra.
La informalidad laboral es otro elemento de preocupación. El 26 % de quienes están ocupados lo hacen sin contrato, sin seguridad social, y, por tanto, expuestos a altos niveles de vulnerabilidad. La informalidad laboral golpea con más fuerza a las mujeres (27,6%) que a los hombres (24,7%), perpetuando brechas de género en un mercado laboral ya tensionado por rigideces estructurales.
A este panorama se suma un fenómeno menos visible, pero igualmente preocupante: el de las personas que, aunque disponibles para trabajar, han dejado de buscar empleo por la falta de expectativas reales. Esta “fuerza de trabajo potencial”, junto con quienes trabajan involuntariamente a tiempo parcial, eleva la tasa de subutilización laboral a un 21,5%. Dicho de otro modo, uno de cada cinco chilenos en edad de trabajar está subempleado o desempleado.
Las causas de este deterioro son múltiples, pero entre las más relevantes se cuentan el encarecimiento de los costos laborales-como resultado de un marco normativo cada vez más rígido- y una baja inversión persistente, que ha limitado la creación de nuevos puestos de trabajo, especialmente en sectores de mayor productividad. La reducción del dinamismo económico ha tenido un efecto directo sobre la capacidad de absorción laboral de la economía.
Frente a este escenario, el debate público no puede seguir anclado en diagnósticos parciales ni en soluciones de corto plazo. Se requiere una estrategia integral que apunte a reactivar la inversión en sectores intensivos en empleo formal, junto con una modernización del marco laboral que combine protección social con mayor flexibilidad contractual. Además, urge avanzar en la reducción de la informalidad, con incentivos claros a la formalización y políticas de capacitación que eleven la empleabilidad de los sectores más vulnerables.
La calidad del empleo es una variable decisiva para el desarrollo económico y social. Persistir en una senda de crecimiento bajo, informalidad alta y rigidez normativa no solo condena al país a la mediocridad, sino que erosiona la cohesión social. Chile no puede conformarse con tasas de empleo estancadas ni con parches temporales. Lo que está en juego es algo más profundo: la capacidad del país para ofrecer un horizonte de bienestar y seguridad laboral. Y en ese desafío, las cifras ya no permiten excusas.
*El autor de la columna es economista
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