
La agenda de Boric

Mientras miles de chilenos se acuestan cada noche con miedo a que los despierten a balazos, el Presidente Gabriel Boric duerme tranquilo, convencido de que su verdadera misión está en Medio Oriente o, más cercanamente, en una consulta obstétrica, donde un ser humano de 13 semanas —de esos que escasean por la crisis de natalidad— ya no podrá seguir luchando por su vida.
Porque esa es, en esencia, la agenda de Boric: una agenda ideológica, abstracta, ensimismada. Una agenda que vive de consignas y activismo, que se alimenta de la nostalgia de una juventud militante y universitaria, y que no tiene ningún vínculo con las necesidades concretas de quienes viven en carne propia el colapso del Estado en sus funciones más básicas.
¿De qué habla el Presidente? De feminismo radical, de memoria sesgada, de derechos sexuales y reproductivos. ¿De qué habla el país real? De portonazos, de narcos que dominan los barrios, de un sistema de salud desbordado, de listas de espera interminables, de sueldos que no alcanzan y de migración ilegal descontrolada que multiplica la inseguridad. El Presidente debe creer que el Barrio Yungay es un rincón bohemio de Bruselas o un condado progresista de Nueva York, desconectado por completo de lo que realmente discuten los chilenos en La Pintana, en Iquique o en Concepción. No, Presidente: la urgencia nacional no está en la Franja de Gaza. Está en San Pablo, en Cerro Chuño o en la Araucanía, donde un almacenero reza para no morir por una bala perdida.
Y las encuestas lo dicen sin ambigüedades: Chile no solo rechaza a quienes hoy nos gobiernan, sino también a quienes postulan desde el oficialismo a sucederlos. En los últimos diez estudios de opinión, la suma de los candidatos de oposición supera por más de 20 puntos a la izquierda. Ni Tohá, ni Jara, ni Winter, ni MEO —salvo un cataclismo electoral— tienen posibilidades reales de revertir ese escenario.
La lectura es clara. La ciudadanía no solo siente que Chile va por mal camino: sabe perfectamente quién lo conduce. Y frente a esa certeza, ya no quiere más poesía progresista ni cumbres ideológicas; quiere, necesita con urgencia, un cambio de rumbo radical. Un gobierno que ponga a los chilenos en el centro de la gestión pública, no en el margen como actores secundarios de una obra inútil.
En estos tres años, Boric no ha sido un Presidente. Ha sido un activista con banda presidencial. Su gobierno ha vivido diez pisos más arriba que la calle, priorizando el relato por sobre la gestión, la épica generacional sobre la solución concreta. Su agenda nunca ha sido la agenda de Chile. Es la agenda de una pandilla de políticos fracasados, que se encerraron en una burbuja ideológica creyéndose protagonistas de una historia épica que solo existe en sus cabezas. El problema no es que hayan mentido en campaña: es que han sido incapaces de gobernar con seriedad, con carácter y con resultados. La incompetencia y la sinvergüenzura se han vuelto políticas de Estado.
La oposición tiene una oportunidad histórica, pero también un deber moral: no dejarse arrastrar al pantano de distracciones que este gobierno promueve para disimular su fracaso. Porque si algo le acomoda a La Moneda, es generar ruido ideológico para que nadie hable de las listas de espera, de las víctimas del delito o del crecimiento que no llega. Hoy más que nunca, el foco debe estar en lo que de verdad importa.
Porque ningún país progresa con un gobierno que vive en una realidad paralela, que prioriza causas ajenas sobre dolores propios, que desprecia el sentido común y desoye el clamor ciudadano. Pero tampoco progresa si la oposición cae en la trampa del progresismo derrotado. Chile quiere orden, seguridad, salud, empleo y progreso. Quiere control de fronteras, calles libres de narcos y un Estado que funcione para la gente, no para los amigos del poder. No más diagnósticos. No más comisiones. No más slogans vacíos. Quiere soluciones. Quiere autoridad. Quiere resultados.
Y rápido, porque mientras el gobierno sigue discutiendo sobre pronombres y conflictos internacionales, Chile se desangra en sus calles, se estanca en su economía y se muere esperando una cirugía. Si esto no es una prioridad para el Presidente, entonces es hora de que lo sea para quienes sí quieren gobernar con los pies en la tierra y la mirada en la gente. No en la “dignidad” malentendida, sino en la realidad que para el actual gobierno es completamente desconocida.
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