Opinión

La Polarización: la nueva pandemia

¿Qué es la democracia sino una conversación? Es el arte de dialogar, de procesar nuestras diferencias para construir un futuro compartido. Sin embargo, esa conversación se está extinguiendo. El diálogo ha sido reemplazado por un ruido ensordecedor, un carnaval de estridencias que lo contamina todo. Hoy, para sobrevivir, los actores políticos se ven forzados a generar contenidos agresivos y conspirativos, capaces de capturar los anhelados “me gusta” y retuits, mientras las propuestas constructivas y de largo plazo son marginadas.

Debemos entender que no estamos frente a un deterioro accidental, sino ante una estrategia deliberada que amenaza los cimientos de nuestra sociedad. La estrategia es empujar la sociedades hacia los extremos, inoculando rabia e indignación, deteriorando la confianza y haciendo imposible la conversación y poniendo a las plataforma digitales y las redes sociales al servicio de la rabia contra las eritas. Esta nueva ecuación política, ira y algoritmos, persiguen desprestigiar a las democracias.

La polarización se ha convertido en el lucrativo modelo de negocio de la nueva economía de la atención, generando un poder incontrarrestable y billones en ganancias para unos pocos que se han transformado en los dueños de los nuevos imperios digitales. Ya no se trata de conectar, sino de dividir. Los algoritmos de las redes sociales están diseñados para amplificar la indignación, el miedo y la rabia. Su objetivo es capturar nuestra atención y nuestros datos —el poder del siglo XXI—, y en el proceso, fracturan el “nosotros” que sustenta a toda sociedad democrática.

La evidencia es clara. El informe del PNUD, “Atrapados: alta desigualdad y bajo crecimiento en América Latina y el Caribe”, muestra un dato devastador para Chile: el 80% de los chilenos cree que el país se gobierna solo para los poderosos. Cuando una mayoría tan abrumadora siente que las reglas no son justas y que las instituciones no la representan, el pacto social se quiebra. La desconfianza se convierte en el terreno fértil para el populismo y las soluciones autoritarias.

En este vacío de confianza, surgen narrativas que declaran la democracia como un sistema obsoleto, incapaz de enfrentar los desafíos de nuestra era. Se promueve la idea de que para competir en un mundo complejo se requieren modelos autoritarios, un “tecno-feudalismo” que promete orden y seguridad a cambio de libertad. Quienes promueven esta visión ya no son los revolucionarios del pasado. Paradójicamente, son corrientes ideológicas que canalizan la rabia de los excluidos para desmantelar el sistema que, con todas sus fallas, garantiza sus derechos.

En este nuevo tablero, las democracias liberales han asumido un rol conservador: buscan preservar la democracia, sus instituciones y un capitalismo reformado. Su adversario son los movimientos extremos que, bajo la narrativa de ser “nuevos revolucionarios”, buscan un nuevo orden. A diferencia de lo que ocurría en el pasado, hoy es la extrema derecha la que canaliza la rabia y la indignación de los que se sienten desposeídos y olvidados.

Chile ha enfrentado encrucijadas históricas antes y ha encontrado el camino a través de grandes acuerdos. Hoy, la tarea principal es defender la democracia no como un fin en sí mismo, sino como el único instrumento que tenemos para construir un futuro más justo. El primer paso es apagar el ruido y volver a escucharnos. La viabilidad de nuestro proyecto de país depende de ello.

Por Guido Girardi, vicepresidente ejecutivo Fundación Encuentros del Futuro.

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