
Meritocracia y abuso de poder

En 1958, el sociólogo británico Michael Young acuñó el término “meritocracia” en el libro “The Rise of the Meritocracy”. Ahí describía una sociedad distópica en la que la inteligencia (o el mérito) actuaba como el criterio por excelencia de estratificación social y de gobierno. El rol de cada persona era determinado por sus capacidades (o, más bien, por aquellos atributos que cuentan como capacidades valiosas en nuestras sociedades). Así, los inteligentes ocupaban posiciones de poder y gobernaban, mientras las actividades y posiciones de menor rango eran destinadas a los menos dotados intelectualmente. Estos devenían, por ese solo hecho, los gobernados.
Sobre la meritocracia se ha escrito mucho, tanto a favor como en contra. Hay quienes ven en ella la imagen de una sociedad ideal, promotora de la movilidad social y de la igualdad de oportunidades. Hay otros –como Rawls– que alertan sobre el peligro de confundir mérito con privilegio o riqueza; y muestran que esa confusión tiende a legitimar sociedades profundamente injustas. Sin embargo, uno de los aspectos más desconocidos y lúcidos del ensayo de Young, es otro: el nexo entre el ideal meritocrático y un gobierno abusivo. Young sugiere que si los ricos y poderosos son alentados por la cultura popular a creer que merecen todo lo que tienen o hacen, eso fomenta un ejercicio autorreferente y despiadado del poder. Con clarividencia casi escalofriante, Young anticipó algunos de los rasgos y problemas del liderazgo de Donald Trump. Su tendencia a atizar los conflictos, en lugar de ponerle paños fríos, es uno de los rasgos más característicos de su gobierno. También su arrogancia. Desde que era candidato, Trump ha denostado a sus rivales políticos llamándolos “imbéciles” o “idiotas”. También se ha jactado de tener una mayor habilidad intelectual que el promedio de la gente. Si en su caso no hay evidencia de su mentada superioridad intelectual, la destreza en este plano de Elon Musk (su otrora mejor amigo, con quien protagonizó una destemplada controversia mediática) está, en cambio, comprobada. Pero, suponiendo que su administración reúna personas consideradas, en general, talentosas o exitosas, ¿en qué se ha traducido el gobierno de ellas? A juzgar por los hechos, en nada bueno. El estilo narcisista y matonesco de Trump mantiene en vilo a la política y a la economía mundial. Trump ha declarado querer evitar “escenarios de la distopía del Tercer Mundo” en su país, pero –como observa el politólogo Steven Levitsky– “en varios sentidos, la democracia de EE.UU. empieza a parecerse mucho más que antes a muchos regímenes de América Latina”.
En el texto de Young hay un camino alternativo a esta clase de gobierno. Si tuviéramos que evaluar a las personas –dice su autor- ya no solo de acuerdo con su inteligencia, su educación o su poder, sino también de acuerdo con su amabilidad y su coraje, su imaginación y sensibilidad, su simpatía y generosidad; podríamos contar otra historia.
Por Yanira Zúñiga, profesora Instituto de Derecho Público, Universidad Austral de Chile
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