
¿Por quién va a votar Gumucio?

Hace unos años un amigo argentino me dijo que la ubicación de una familia en el tinglado social chileno se podía medir por cuál obra de Roberto Matta exhibían en el living de su casa: el ejecutivo joven tiene una o dos litografías (firmadas, naturalmente); el gerente un dibujo original o un pastel y el dueño de la empresa un óleo sobre tela. Después de unos segundos, agregó que solo las familias muy ricas y entendidas tenían una de las “morfologías psicológicas”, obras tempranas, escasas y carísimas. Lo escuché con atención, le dije que era un gran observador y que tenía un punto. Cuando llegué a mi departamento, me senté frente a mi grabado, comprado con mucho esfuerzo. Yo no era ni ejecutivo ni gerente ni empresario, pero como tanto compatriota tenía mi cuadrito del “pintor”.
Rafael Gumucio ha escrito un libro sobresaliente –publicado por la reconocida Ediciones UDP– sobre el artista chileno que, en el decir de mi transandino amigo, sigue pauteando a la burguesía nacional. Como casi todo lo que hace Gumucio, el libro es sensacional. Ameno, de rápida lectura, insolente a veces, atolondrado siempre. El título –“El Vértigo de Eros”– es el de uno de los cuadros más famosos de Roberto Sebastián y capta a la perfección la personalidad del artista. Vivió como un torbellino, al borde del vértigo y del escándalo, con un apetito erótico sin límites. Este libro debe ser leído por toda persona que quiera entender el mundo del arte, del más alto nivel, de mediados del siglo pasado y la genialidad creativa de uno de sus artistas más influyentes.
Nicanor Parra dijo: “Voy y Vuelvo”; el poeta Miguel Hernández: “Me voy, me voy, pero me quedo”. Roberto Sebastián se fue y solo volvió a Chile en visitas cortas, en las que su amor/odio por la angosta y larga franja de tierra se manifestaba como un volcán. Pero, a pesar de no haber regresado, Matta nunca pudo sacarse del todo al país de sus lloros. Lo llevaba en sus sueños y pesadillas, en sus rabietas, en su lenguaje; lo llevaba en sus miedos.
Gumucio cuenta la historia de Matta en Nueva York, entre 1939 y 1948. Pintó mucho, se enamoró varias veces, se casó y tuvo hijos. Jugó juegos de salón y de otro tipo, cultivó amistades y logró predisponer a las esposas de varios colegas, las que lo consideraban el máximo exponente del patriarcado, en su contra. Tuvo una enorme influencia sobre los cultores del llamado “expresionismo abstracto”, incluyendo Jackson Pollock y Robert Motherwell, artistas que terminaron siendo mucho más famosos que el propio Matta. Pero Roberto Sebastián no es el único personaje de esta historia. Su autor, Rafael Gumucio, también lo es. Nos cuenta sobre sus propias aventuras durante una larga estadía, en plena pandemia, en la gran manzana.
Como tanto chileno de clase alta (y también los no tan encumbrados), Matta aborrecía a Estados Unidos. Encontraba que era un país vulgar, repleto de personas ingenuas con poca educación, sin ninguna sofisticación. Llegó ahí de rebote, arrancando de los nazis que habían ocupado París, su ciudad favorita, donde viviría por años, deambulando entre su casa y su estudio, entre la Galerie du Dragon (en el número 19 de la calle del mismo nombre) y el taller de George Visat.
Gumucio también detesta a Estados Unidos. Quizás es lo que más une a autor y personaje. Preferirían estar en otra parte, pero regresan una y otra vez. Tienen hijo/as americanos y en el fondo de los fondos admiran lo que dicen abominar.
La palabra “comunista” aparece 17 veces en el libro. Este es un número altísimo en un texto que no es sobre política. La primera vez que aparece la palabreja, es cuando Matta habla sobre Neruda, a quien conoció en 1936 en Madrid, en la famosa casa de las flores: “Neruda empezaba a ser comunista, y la gente de sociedad huele al comunista inmediatamente como un enemigo personal.”
Eso es, desde luego, verdad. Pero, había excepciones. Si el comunista de marras era miembro de “la sociedad,” no se le consideraba ni hediondo ni un enemigo. Nadie canceló al documentalista Fernando Balmaceda ni al arquitecto Santiago Aguirre. Y, desde luego, a nadie se le ocurriría rechazar a Matta, quien, aunque nunca militó formalmente, siempre tuvo gran simpatía por “el partido”.
En el Mayo del 68, en París, Matta marchó hombro con hombro con el contingente obrero. Los prefirió a los estudiantes. Ese mismo año la revista “Punto Final” alabó la posición antiimperialista del artista y su solidaridad con el heroico pueblo de Vietnam. En una foto aparece con el periodista Manuel Cabieses y el resto de la plana mayor de la publicación. En la entrevista Matta dijo que su “guerrilla interior” le permitía “ascender a revolucionario”. También confesó que su mamá, la señora Echaurren, heredera de varios presidentes y obispos, hubiera querido que él se vinculara con la “cultura oficial”, que hubiera sido un “pituco de Zapallar”.
Pero, Roberto Sebastián no cedió, y siguió siendo un rebelde. A Zapallar iba, pero solo de visita. No cabe duda de que en las primarias recientes hubiera votado por Jeannette Jara y que votaría por ella en primera y segunda vuelta. Y si la salud lo acompañaba, saldría a pintar –como lo hizo en 1971 con la Brigada Ramona Parra– un mural celebrando a la candidata.
La pregunta que me queda flotando es, ¿por quién va a votar Gumucio?
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