
Preferiría no hacerlo

El 29 de julio de 2025, los dueños de la panadería “Los Tatas del Pan”, ubicada en Vitacura, comunicaron el cierre definitivo del local, tras cuatro años de un procedimiento kafkiano, que les impidió obtener la patente definitiva para operar en plena regularidad. El proyecto, por cierto, no era una inversión millonaria de aquellas que Greenpeace tiene en la mira, sino un pequeño negocio para complementar los ingresos de la jubilación de sus socios.
Las explicaciones, como tantas veces, agravan la falta. Desde la municipalidad de Vitacura se reconoció que hay una excesiva preocupación por la burocracia, pero que por una extensión legal igualmente podían operar con el permiso provisorio, lo que suena a excusa considerando que se habían dictado órdenes de clausura al local. La Dirección de Obras añadió que sólo faltaría demoler unas obras menores irregulares y obtener algunas certificaciones de servicios (que se habían presentado antes), para optar a una patente definitiva, en un par de meses. Después de cuatro años de trámite, estas expresiones son de una apatía solo igualada por Bartleby el escribiente, aquel genial personaje a quien -como refiriéndose a la burocracia misma- Melville describía como una figura “pálidamente pulcra, lamentablemente respetable, incurablemente solitaria”
La permisología -nombre nuevo para la vieja burocracia- no es solo un problema de grandes inversiones, impacto ambiental y participación de comunidades indígenas. Afecta a personas concretas y emprendimientos pequeños, como reflejo de una administración apabullante, descoordinada y alejada de su objetivo fundamental, que es servir a la ciudadanía a perseguir su mayor realización posible, en el marco del bien común. Las municipalidades, aquellos organismos de administración local que deberían estar más cerca de los ciudadanos y, por ende, ser más sensibles y abiertos a facilitar los proyectos de sus vecinos, se han transformado en ejemplo palmario de este laberinto procedimental que, más allá de cuestiones estructurales o legales, es fruto de problemas voluntad y gestión.
Burocracia proviene de la expresión francesa bureucratie (“poder del escritorio”). Se refiere a una forma administración que se ejerce desde una oficina, supuestamente racional, regular y eficiente en beneficio de los ciudadanos. Sin embargo, situaciones como esta y tantas otras, distorsionan ese ideal, pues parecen poner al centro a aquel sujeto que se sienta detrás del escritorio, que ejerce su poder con parsimoniosa abulia, en desmedro del ciudadano. Esta es la realidad que sufrieron “Los Tatas del Pan” y otros cientos de personas que buscan formalizar pequeños negocios o proyectos, quienes en lugar de obtener colaboración u orientación de la administración, que les permita cumplir -aunque sea gradualmente- con la regulación, se encuentran con una maraña administrativa que los enreda entre permisos, patentes y certificados.
Este caso ciertamente no es el único, y probablemente hay muchos otros más graves y con menos repercusión mediata; pero en tiempo de elecciones, bien sirve para recordar al gobierno, candidatos y gremios, que a veces perdemos el foco: aunque la reforma a la permisología está muy bien, sólo resuelve el problema de los grandes proyectos, mientras los Tatas y pequeños emprendedores siguen haciendo la fila del comprahuevos. Millones de ciudadanos que, cuando requieren la colaboración del Estado, reciben la misma respuesta pulcra e institucional de Bartleby: “preferiría no hacerlo”.
Por Diego Navarrete, abogado
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