
Ser madre

“Ser padre y ver lo que hace la naturaleza, el cuerpo humano, las mujeres, realmente es conmovedor; y primero mi profunda admiración a la Paula por este proceso que nunca había visto tan de cerca, realmente impresionante”. Así, un emocionado Boric se refería a su recién estrenada paternidad. Curiosamente, describió dicha experiencia a través de otra experiencia: la de ser madre. Tal retrato transitivo tiene, sin embargo, sentido. Nacer de una madre es la experiencia más compartida, significativa e irrepetible de los seres humanos. Ser madre (o maternar) no es solo engendrar –lo que también hace el padre–, ni parir. Es la síntesis de una capacidad procreativa y de una práctica cultural encarnada por las mujeres. Por eso, la figura de la madre no tiene par, y la paternidad se construye por reflejo.
Como nunca, la maternidad se ha vuelto una preocupación central de la actual carrera presidencial. Se han formulado distintas teorías sobre las decrecientes cifras de natalidad y sus soluciones. Las propuestas ultraconservadoras reclaman más valores familiares, glorifican a quienes se ocupan de sus hijos hasta desaparecer como individuos, promocionan la natalidad criminalizando el aborto y prometen bonos por hijos nacidos. Algunas ofertas progresistas apuestan, en cambio, a la universalización de los tratamientos de reproducción asistida. Otras candidaturas creen que la clave está en aligerar el costo económico de la crianza. Mientras las candidatas de la primaria oficialista postularon la necesidad de medidas estructurales. En suma, volver permeables los entornos laborales a la maternidad o llevar el trabajo remunerado a los hogares, vía medidas de conciliación, teletrabajo o redistribución equitativa al interior de las familias. Hay un amplio consenso (excluyendo a la ultraderecha) en que los servicios de cuidado deben desfamiliarizarse o externalizarse.
Varias de estas medidas pueden ser útiles, pero no hay algo así como una receta simple e infalible para motivar a las mujeres a ser madres, entre otras cosas, porque no hay una sola forma de maternidad. Hay mujeres que pueden controlar el momento y modo en que devienen madres; hay otras a quienes esa decisión les es despojada; unas viven su maternidad en entornos protectores, otras lo hacen en la cárcel, migrando o sumidas en la pobreza; algunas postergan la maternidad para priorizar sus carreras, otras no pueden concebir o sencillamente no quieren hacerlo. Además, la maternidad comprende dimensiones económicas y simbólicas, que no siempre se retroalimentan entre sí. Por ejemplo, pagar a las mujeres por cuidar puede dificultar que los hombres se impliquen en esta tarea.
¿Qué camino tomar? Más que un rumbo fijo, al parecer se requiere una brújula que apunte a un cierto horizonte. Uno en el que la energía reproductiva femenina surja libre y se entremezcle con una ética de la colaboración social (o del cuidado), en que los esfuerzos y cargas, como los reconocimientos de esta labor, se distribuyan justamente.
Por Yanira Zúñiga, profesora del Instituto de Derecho Público, Universidad Austral de Chile
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