
Sociología en el transporte público

Se aprende mucho en el Metro. Hace unos días, en una estación terminal, un joven encapuchado saltó el torniquete, desconozco si en ánimo de no pagar o como manifestación de rebeldía. Un contingente de al menos cuatro agentes de rojo, se lanzaron en su persecución. El huidizo bajó a la línea e inició una carrera por la oscuridad del túnel. Mientras, el carro quedó paralizado a media estación, y la aglomeración de gente reclamaba airadamente contra el solitario actor.
Se reanudó el viaje, y en la siguiente estación, la gente que subió compartió los videos que tomaron, mostrando la salida desde el túnel del joven, y su detención por los guardias. Llovieron los comentarios de desaprobación para el huidizo capturado.
El anonimato, si se hubiera logrado, tiene múltiples ventajas. Se evitan castigos, se incentiva la participación de otros, y se puede revestir de alguna causa.
¿Cómo es posible que, en tan corto tiempo, lo que fue considerado una manifestación de rebeldía y protesta contra el sistema se haya convertido en un eco de rechazo? ¿Por qué la Plaza Baquedano, donde antes ardían banderas y monumentos, es hoy un sitio tranquilo, incluso con césped? ¿Por qué se reconstruyen iglesias y nadie atenta contra ellas?
La destrucción de templos, mercados, plazas y el propio Metro, no son parte de una sumatoria de voluntades individuales, sino una manifestación de un colectivo confiado en el anonimato, la impunidad y la anomia. Es la conformación de la “masa” en el sentido fascista o marxista de la expresión la que da el sustento a una movilización donde resulta imposible distinguir si se está siendo agente de cambios político-sociales, o víctima de una manipulación concertada. El colectivo así movilizado es sensible a consignas breves, figuras mesiánicas, y a violencia que se contagia. Lo señala Ortega y Gasset: “Los individuos que integran estas muchedumbres preexistían, pero no como muchedumbre. Repartidos por el mundo en pequeños grupos, o solitarios, llevaban una vida, por lo visto, divergente, disociada, distante”.
Y en desmedro de la acción política establecida, Lenin sostenía: “la acción de las masas es siempre más importante que la acción parlamentaria, y no solo durante la revolución o en una situación revolucionaria”.
Hay en todo el mundo un movimiento hacia la acción de masas, sin distinción, en el abanico político. Ganan los extremos, la distorsión de la verdad, la ridiculización de los opositores y el miedo. El trayecto de esta deriva está predicho. Menos libertad, más dependencia a personajes cuyo afán fundamental es la conquista del poder, a cualquier costo y con cualquier disfraz.
Como la ortodoxia tantas veces proclamó, el infantilismo revolucionario, tan evidente en los dos procesos constitucionales, es una falla mortal que hace fracasar el esfuerzo de los líderes y la masa. Esa etapa quedó atrás.
Es posible que la próxima vez que el protagonista de esta historia real salte a la línea del Metro, ya no esté solo, sino que sea parte de “una causa”.
Por Jaime Mañalich, médico
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