
Teocracias de este mundo

Así como han existido autocracias, plutocracias, aristocracias y democracias, también han surgido teocracias: gobiernos en los que, supuestamente, rige una divinidad o sus representantes (me inclino a pensar en una deidad monoteísta, pues, dicho sea de paso, prefiero ignorar la complejidad de una teocracia politeísta o, peor aún, triestamental).
A lo largo de la historia, han existido teocracias diversas e incluso peculiares. El Papado, por ejemplo, es una de ellas, al igual que el Lama del Tíbet.
En el pasado, aparecieron bellas teocracias, como la de los cátaros en los siglos XII y XIII en el Languedoc, actual sur de Francia. Una de sus supervisoras, la hermosa Esclarmonde de Foix, señorita feudal de aquellos valles soleados, vio levantarse contra aquella una inmensa cruzada intraeuropea, predicada por el Papa Inocencio III, “el más brillante de la Edad Media”, según el historiador Daniel Rops.
También fue una teocracia la de los ciudadanos de Ginebra, liderados por Calvino, una especie de Vaticano helvético desde donde, con semblante de pocos amigos, el refinado teólogo impartió órdenes al mundo moderno. Asimismo, los mormones en el Estado de Utah, el más próspero y pacífico de EE.UU., con su presidente, profeta y vidente al mando, establecieron una forma de teocracia.
La limitación de las teocracias absolutas comenzó cuando el profeta Samuel cedió su poder temporal al rey Saúl, conservando únicamente el espiritual. Jesús de Nazaret confirmó esta tendencia al rechazar los reinos del mundo ofrecidos por Satanás. Cuando los fariseos le consultaron si una viuda pobre debía pagar impuestos, exigió dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César (¡ojo!, refiriéndose al Emperador, no a un restaurante). Finalmente, ante la pregunta de Poncio Pilato, sentenció: “Mi Reino no es de este mundo”. La Iglesia Católica siguió una línea similar a partir del siglo XV, y figuras como Dante Alighieri y Erasmo de Rotterdam y hasta líderes de la U argumentaron en el mismo sentido.
En ocasiones, jefes religiosos olvidan estas verdades milenarias y prefieren que la coacción estatal predique por ellos, llamando a las puertas no para llevar un mensaje de amor y esperanza, sino para imponerlo con la sonrisa dentada de la felicidad por decreto.
Así, las teocracias son la forma de gobierno más adecuada dentro de los recintos religiosos. Fuera de ellos, si bien no son la peor, son un modelo que contradice tanto la Biblia como los acuerdos que pusieron fin a las guerras religiosas del siglo XVII.
Este embrollo que en Occidente se creyó resuelto, resurgió combinado con sensibilidades totalitarias que confunden política y teología (versiones ateas o agnósticas mediante). La misma certeza incontrarrestable con que se quiso imponer la verdad revelada, se empleará para imprimir en la realidad su convicción científica, tecnológica, política, social, etc. Teocracias de este mundo.
Por Joaquín Trujillo, investigador CEP
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