
Todo por la renta

Mis pocos lectores (familia) y mis muchos críticos (el resto del mundo), me instaron a dejar por unos instantes las cifras y datos macroeconómicos e incursionar por una vez en la ficción… En el cumplimiento de este requerimiento, de la que seguro me arrepentiré, surgió un cuento de terror, titulado “Thriller fiscal”, donde el final siempre es más recaudación… y menos resultados:
En un país atrapado entre una elite política obsesionada por eliminar la desigualdad y otra preocupada por las cifras macro, una nueva reforma tributaria emerge como gran promesa de justicia. La llaman “estructural”, “progresiva”, “moderna” (incluso “autocontenida”). Promete equidad, justicia, paz social, desarrollo y estabilidad, pero detrás de las cámaras, de discursos técnicos, gráficos y PowerPoints, se esconde una historia mucho más sórdida…
Un pequeño grupo de asesores, movidos por convicción, ambición o cinismo, diseña un sistema de recaudación sin precedentes. El mensaje es claro: “no hay desarrollo sin impuestos”. Y aunque los ciudadanos ya contribuyen con lo que pueden (y cada vez más con lo que no pueden), se aprueban nuevos gravámenes, se endurecen las fiscalizaciones, y se activa una maquinaria despiadada donde cada peso cuenta. Para el Estado, obviamente no para la gente.
Pronto, las grietas comienzan a notarse donde una gran cantidad de programas sociales sin impacto real siguen recibiendo millones. Fundaciones creadas hace solo meses, sin ninguna experiencia comprobable, se benefician de convenios directos. Los informes de evaluación, el compliance y las auditorías internas, si es que existen, duermen en cajones cerrados. El crecimiento no llega, pero las alzas de impuestos sí. Todo se justifica con diagnósticos sofisticados y promesas poéticas a futuro. Si algo falla, se creará una comisión plurinacional, intercultural, ancestral, inclusiva y con perspectiva de género (elementos arcaicos y reaccionarios, como la habilidad o experiencia, no serán necesarios). Si algo se descubre, se redactará un comunicado o una minuta saldrá veloz y oportunamente de algún segundo piso. Nada cambiará, salvo el cada vez más escuálido bolsillo del contribuyente común. En medio del engranaje fiscal, alguien tropieza con una base de datos olvidada. Cruza cifras, verifica transferencias, conecta nombres. Lo que encuentra lo deja estupefacto: una red de recursos públicos desviados, disfrazados de “impacto-social-con-apoyo-a-los-más-vulnerables”.
Mientras tanto, la ciudadanía se agota. Los servicios como educación, salud, pensiones y vivienda siguen colapsados. Las promesas se renuevan cada cuatro años, pero los resultados siguen perdidos en alguna auditoría inconclusa. El sistema no colapsa porque nunca termina de construirse. Y el impuesto a la renta, lejos de ser una herramienta de desarrollo, se vuelve el símbolo de un Estado que recauda ávido sin corregir, que exige implacable sin evaluar, que inexorablemente cobra sin dar un mango.
Me despierto. Era solo un cuento ¿o no?
Por Macarena García, economista senior LyD
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