Opinión

Tohá o el triunfo del vacío

Foto: Andrés Pérez Andres Perez

Carolina Tohá era la política profesional mejor preparada para gobernar el país en competencia en las primarias de izquierda. ¿Por qué perdió tan brutalmente, entonces? ¿Y qué perdió?

El desastre comenzó a perfilarse en su coqueteo con las movilizaciones escolares del 2006, que se convirtió en un absurdo romance en 2011 con el movimiento estudiantil. Me he dado cuenta de que cada vez menos gente conoce el dicho “tratar de sacar las castañas con la mano del gato”. Tohá, junto a sus compañeros de generación, trataron de hacer exactamente eso: sacarle las castañas a la Concertación con la mano del gato frenteamplista. Querían que el trabajo sucio de jubilar a los viejos estandartes lo hicieran los jovencitos, para heredar ellos el poder.

Le protegieron cupos al gato, y lo invitaron a hacer y deshacer en el Ministerio de Educación. Tohá, por qué no, le presentó el libro “El otro modelo” al gurú frenteamplista que el felino llevaba siempre en la mochila, junto con su frasquito de angustia de privilegiado. Y esto dijo, sentada junto a Bachelet y Atria, en esa ocasión: “Esa movilización (la estudiantil de 2011) fue expresión de la saturación de los chilenos y chilenas ante la persistencia del neoliberalismo en la forma de organizar el país. Políticamente, socialmente y económicamente (…) La gobernabilidad desde el retorno a la democracia se ha basado en jugar dentro de la cancha heredada cuyo ADN es el neoliberalismo (…) Es una democracia que no está diseñada para representar sino para neutralizar (…) La democracia deliberativa no funciona. Sólo existe la democracia de los consensos (…) cuando no hay acuerdo, la minoría manda. Impone su veto (….) Eso es lo irritante y profundamente agresivo del sistema político chileno. Eso es lo que, en el fondo, ha llevado la furia a las calles”. Así operó la Nueva Mayoría, y luego de que todo saliera mal, igual prefirieron tirar a Ricardo Lagos Escobar bajo una micro y apoyar a un presentador de noticias sin brillo alguno.

Y cuando ya la Concertación estaba por fin muerta, le pidieron las castañas al gato. Pero este gato comía castañas, y, supimos después, langostas. Vinieron las furias de octubre, y la generación de la transición, en vez de defender la obra de sus mejores primaveras, salió a escupirle a las calles. No eran 30 pesos, ¡Eran treinta años! ¡Oh, neoliberalismo! Elizalde le cargaba la BIP a la Mesa de Unidad Social. Repetto se unió a los equipos técnicos de Boric, y luego salió en la franja electoral del Apruebo. Engel con Pardow, actual ministro de energía, se dedicaron a hacerle oposición pandémica al gobierno. Tohá fue vocera del apruebo. Y el gato se trepó al poder, y les designó un círculo externo como recompensa. No confiaba tanto en ellos, después de todo. Pero les dieron unas butacas en tercera fila, por las molestias tomadas.

Y luego, cuando todo salió mal de nuevo, le salvaron las castañas al gato. Le sostuvieron el gobierno. Y pensaron que, haciendo eso, la gente se daría cuenta por fin que era el momento de entregarles el poder a ellos. Que estaban listos para gobernar.

El problema es que ya no tenían en nombre de qué hacerlo. Ser continuidad de Boric era la receta perfecta para perder. Cosa de ver a Winter. Pero cómo iban a defender los treinta años ahora, luego de tanta crítica. Tohá, la mejor política de su generación, llegó a la elección completamente desarraigada. Sin raíces. Con una identidad política vaciada.

Y apareció Jara. Y fue marxista-lavinista, se desentendió del gobierno, de su partido y de la política en general. Ofreció gestos de honestidad, biografía popular y una supuesta capacidad de diálogo y acuerdos. Ofreció la simulación de todo lo que nuestra política actual no tiene. Y cuando Tohá dijo: miren detrás de ella, miren a Lautaro Carmona, a Juan Andrés Lagos, a Daniel Jadue, miren al partido estalinista y octubrista que tiene detrás, aunque fuera cierto, ya era tarde. ¿Desde dónde apuntaba ese dedo? Ya nadie sabía ¿Puede un dedo apuntar desde ningún lado? Y así a los jóvenes de la transición, convertidos en Sísifos desorientados que empujan una roca hacia no saben dónde, y tal como predijo Plan Z, les tocará continuar transiciendo.

Por Pablo Ortúzar, investigador del IES.

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