
Un veto de un siglo

Partamos con un toque de cautela: el resultado de las primarias es incierto. Rige el voto voluntario, en medio de la primera campaña presidencial con voto obligatorio, lo que puede confundir a algunos electores. No tenemos la menor idea de cuántos votarán, ni de cuál será su perfil. Con tantas incertidumbres, cualquier pronóstico está más cerca del mundo de la magia que de la ciencia.
Sí hay consenso en analistas y encuestadores en que Jeannette Jara ha subido como la espuma en el mes de campaña. Si gana la primaria, pondrá a la política chilena en territorio desconocido. Porque nunca en su centenaria historia una candidatura presidencial comunista ha liderado a la izquierda.
Ha sido una estrategia de un siglo. Los únicos momentos en que el PC levantó candidatos propios a La Moneda fueron en sus años formativos (Recabarren y Lafferte, con en torno al 1% en 1920, 1931 y 1932); y en su travesía por el desierto en la transición, cuando presentaron al cura Pizarro (5% en 1993) y a Gladys Marín (3% en 1999).
Antes y después, siempre el Partido Comunista prefirió el asiento trasero, en todo tipo de coaliciones progresistas. Trabajaron y votaron por candidatos radicales: Aguirre Cerda en 1938, Ríos en 1942, y González Videla en 1946. Por el socialista Allende, cuatro veces: 1952, 1958, 1964 y 1970. Aún proscritos, por el democratacristiano Aylwin, en 1989. Por el humanista Hirsch, en 2005. Por el exsocialista Arrate, en 2009. Por la socialista Bachelet, en 2013. Por el independiente Guillier, en 2017. Y por el frenteamplista Gabriel Boric en 2021.
Fue una estrategia deliberada que el partido utilizó incluso en sus momentos de mayor éxito electoral. En las parlamentarias de 1969 el Partido Comunista se convirtió en el más grande de la izquierda con un 17% de los votos. Sin embargo, se contentó con levantar una candidatura simbólica, la del poeta Pablo Neruda, que bajó en beneficio del sempiterno postulante socialista Salvador Allende.
Fue un veto implícito de un siglo. El Partido Comunista entendía que a una candidatura con su bandera le sería difícil congregar amplias mayorías.
La historia y el presente del PC chileno son singulares. Después del Radical, es el sobreviviente más antiguo de nuestra democracia. Eligió diputados por primera vez en la época de la república parlamentaria, en 1921, aún bajo el nombre de Partido Obrero Socialista. Formó el Frente Popular, gobernó junto a los presidentes radicales y tenía ministros y 15 parlamentarios antes de ser ilegalizado y perseguido por González Videla.
Volvió a la legalidad para ser otra vez un actor fundamental. Sostuvo al gobierno de Allende, y tenía 25 diputados y 9 senadores cuando la democracia chilena colapsó en 1973.
Tras la persecución de la dictadura, la lucha armada y la caída del muro, siguió participando en las elecciones. En 2009 rompió el binominal gracias a un pacto por omisión con la Concertación, y en 2013 regresó por la puerta ancha, con ministros y una nutrida presencia parlamentaria. Ha sido pieza crucial de los gobiernos Bachelet y Boric, y hoy cuenta con doce diputados, dos senadores, y tres ministros en carteras claves.
¿Qué pasaría si Jeannette Jara rompiera este veto de un siglo para convertir a una comunista, por primera vez en la historia, en la candidata de un amplio abanico de la izquierda, desde los liberales, el PPD y los radicales, pasando por los socialistas, hasta el PC y el Frente Amplio?
Algunos han planteado que una candidata comunista sería inaceptable para ciertos sectores de la exConcertación. Esa es una patudez. Porque durante los últimos 16 años, PPD y socialistas no han tenido problema alguno en aceptar votos comunistas para ganar elecciones, desde ese pacto por omisión de 2009, y con compartir con el PC la coalición de gobierno en ocho de los últimos doce años.
Pregunta distinta es si Jara es o no la mejor candidata del oficialismo para enfrentar a la derecha. El análisis geográfico en solo una dimensión (izquierda versus derecha), plantea que una candidatura de Jara cubre mal el centro político, y por lo tanto abre espacio para Evelyn Matthei, o para candidatos que apuesten a cubrir ese tramo, como Harold Mayne-Nicholls o Ximena Rincón.
Una candidatura de Carolina Tohá cerraría ese flanco, pero en cambio dejaría espacio a la izquierda, donde ya precalienta el gobernador de Valparaíso, Rodrigo Mundaca.
Pero la política no es unidimensional.
Jeannette Jara conecta con otros clivajes, como el de elitismo versus populismo. Su historia como oriunda de la población El Cortijo de Conchalí contrasta con las de sus rivales en la primaria. Carolina Tohá es hija de un exministro del Interior y wunderkind de la Concertación. Gonzalo Winter proviene del corazón de la élite. Y también con los contendores de primera vuelta: Evelyn Matthei, hija de un miembro de la Junta Militar, y José Antonio Kast, hermano de ministro, y tío de senador y de diputado.
Esa diferencia le abre espacio a Jara. También su carisma personal, y la gestión de políticas públicas valoradas por la ciudadanía, como el sueldo mínimo, las 40 horas y la reforma previsional.
Sus debilidades también son considerables, y no tienen que ver con su carnet de militante. Jara se ha mostrado hasta ahora como una candidata pobre en contenidos. Cuando debe salir de su zona de confort, el tema laboral, suele quedarse en generalidades y explicaciones vagas. No tiene un programa económico realista, su discurso en seguridad es frágil, y en materia internacional tampoco tiene respuestas más allá de descalificar las preguntas.
¿Tiene techo una candidata comunista? Es difícil saberlo. Pero el mayor problema de una Jara candidata no sería el anticomunismo, sino el antioficialismo. Su principal rompecabezas será el mismo que tendrían que enfrentar Tohá, Winter o Mulet: cómo diablos lograr que una ciudadanía que mayoritariamente rechaza al gobierno, y que ha votado contra sus posturas en el plebiscito de 2022, la elección de consejeros constitucionales de 2023 y las municipales y regionales de 2024, de pronto cambie radicalmente de opinión y le dé al oficialismo la oportunidad de seguir al frente por cuatro años más.
Es un desafío gigantesco, una misión casi imposible, sea quien sea el candidato que celebre este domingo.
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