
Volver la vista atrás

En la nóvela Volver la vista atrás, el escritor Juan Gabriel Vásquez narra la vida de Sergio Cabrera, cineasta colombiano, marcada por una infancia y juventud absorbidas por el fervor revolucionario de sus padres comunistas. Su historia es la de un niño obligado a crecer entre la Guardia Roja en la China de Mao y la guerrilla del Ejército Popular de Liberación (EPL) -expresión armada del Partido Comunista Colombiano Marxista Leninista- en la Colombia rural. Es también la historia de una familia sometida al sacrificio ideológico, donde todo —afectos, libertad, infancia— es secundario frente a una causa que no admite matices: la revolución.
Al leerla desde Chile en 2025, es imposible no preguntarse si acaso nosotros también necesitamos volver la vista atrás. Porque en momentos en que la política local coquetea con la posibilidad de instalar en La Moneda a una militante comunista, no como una anécdota, sino como una posibilidad cierta, conviene recordar lo que significan los proyectos que nacen de dogmas totalitarios. No se trata aquí de caricaturas ni fantasmas, sino del hecho real de que el Partido Comunista chileno sigue adhiriendo, en sus documentos y declaraciones, a una matriz marxista-leninista que desprecia las democracias liberales, justifica dictaduras como Cuba, Venezuela o Nicaragua y, más grave aún, naturaliza el conflicto y la violencia como forma de ordenar la sociedad.
La democracia, por definición, es pluralismo. Supone la convivencia entre quienes piensan distinto. Sin embargo, cuando se busca elevar a la Presidencia a alguien que proviene de una estructura que no cree en la democracia como principio sino como táctica, lo que está en juego no es solo una elección más, sino la arquitectura misma del pacto democrático. El neopopulismo que se disfraza de justicia social, que polariza con cálculo, recurre al resentimiento ciudadano y manipula la historia, ya ha mostrado su rostro autocrático en otras partes de América Latina. De hecho, la historia de Volver la vista atrás es precisamente la crónica de cómo estas promesas revolucionarias terminan por devorar a quienes las encarnan, y de cómo los hijos heredan no solo los sueños de los padres, sino también sus fracasos. Ello, nos recuerda los costos —humanos, sociales y políticos— que implica someterse a doctrinas totalitarias que, en nombre de la utopía, cancelan el disenso, la democracia y la libertad individual.
Hace sólo tres años, en el plebiscito constitucional del 4 de septiembre de 2022 Chile por una inmensa mayoría (62%) rechazó el proyecto refundacional que precisamente seguía ese camino. ¿Estamos dispuestos a repetir el ciclo? ¿O aprendimos a tiempo que no toda promesa de cambio es un avance y que hay ideologías que, si bien se alimentan del sistema democrático, arrastran consigo la sombra de la intolerancia y el autoritarismo?
La historia nos da pistas. La literatura también. Lo que no nos da es segundas oportunidades si decidimos ignorarlas.
Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho Penal, Facultad de Derecho U. de Chile
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