Por Andrés GómezDavid Altman, cientista político: “El clivaje estallido y Rechazo explica mejor el mapa político de hoy que el Sí y el No”
El académico de la UC afirma que el estallido social y el proceso de la Convención Constitucional provocaron una conmoción que alteró la geografía política. Más que un giro a la derecha, dice, emergió un nuevo clivaje entre restauración y refundación que desplazó al plebiscito del 88. La izquierda sobreestimó su fuerza, el centro quedó huérfano y la derecha capitalizó el trauma.

Los registros aéreos aún impresionan: la tarde del 25 de octubre de 2019 más de un millón de personas se reunió en torno a la Plaza Italia. Fue una gran manifestación ciudadana en el contexto del estallido social. Entre esa multitud se encontraba también el cientista político David Altman con su esposa y sus dos hijos. El gobierno de Sebastián Piñera, que estaba desconcertado, la llamó “el sueño de un nuevo Chile”. Pero progresivamente la imagen de esa expresión pacífica fue borroneada por los actos de violencia de los días que siguieron, las quemas de iglesias y los enfrentamientos entre la primera línea y Carabineros, que dejaron cientos de heridos. Uno de ellos, un estudiante de David Altman.
-El primer herido con balines que hubo en el Campus San Joaquín fue de ciencia política y yo era director del instituto en ese entonces. Fue algo muy traumatizante ver que se disparaba desde Vicuña Mackenna hacia el interior del campus -recuerda.
Con los días, “el estallido pasó de una sensación de gente demandando y protestando a ‘nos pasamos tres pueblos’. Y creo que sectores de izquierda se dejaron llevar por la emoción. Y eso lo estamos pagando ahora”, dice.
Doctor en Ciencia Política de la Universidad de Notre Dame y profesor de la UC, Altman regresa al estallido para explicar el cambio del mapa político del país. En su opinión, el estallido y el rechazo al proyecto constitucional de la Convención Constituyente marcan un nuevo eje que podría sustituir al histórico clivaje del Sí y el No del plebiscito de 1988.
A diferencia de muchos analistas, el académico chileno-uruguayo discrepa de la idea de que la sociedad se volcó a la derecha. En cambio, lo que ocurrió es que el centro no encontró expresión propia y la izquierda perdió los votos que le dieron el triunfo a Gabriel Boric en 2021.
-Creo que Kast hizo algo bien inteligente, que fue no meterse con todos los temas que le costaron la presidencia en el 21: aborto, matrimonio gay, esos temas más valóricos-normativos. Fue muy claro; él dijo: “Ustedes saben qué opino yo sobre estos temas, pero no voy a meterme con ellos, porque son materias legisladas, punto”. Y eso le permitió moverse al centro, con el peligro de tener una deserción por la derecha. Y fue lo que pasó con Kaiser.
¿Desapareció el centro político?
No, lo que desapareció es la oferta política de centro. Y el centro, al estar acorralado entre dos polos, o va por uno o va por otro: se parte. Así como en el 2021 el centro apoyó a Boric por el miedo y la urticaria que le producía Kast en estos temas más normativos, creo que ahora el oficialismo perdió a ese centro.
Creo que hay un nuevo clivaje floreciendo entre un polo que podríamos llamar “refundación” y otro “restauración”.
¿Por qué?
Por un montón de políticas que creo que fueron torpes. Empezando por el tema mapuche: lo de Izkia fue muy decidor. Las amnistías a la primera línea creo que fueron un costo bestial. El pegarse tan cercanamente al plebiscito de salida creo que fue un error importante, más otros errores administrativos: el caso Convenios y varios más. Esta obsesión de sacar del padrón electoral —cambiando las reglas del juego— a cientos de miles de personas que conviven con nosotros, simplemente porque se asume que votan por un color político, como el caso venezolano. Y son la mayoría del mundo inmigrante hoy en día en Chile. Son muchas cosas. A cada persona le pisa un dedito del pie en particular.
Usted sostiene que el tradicional clivaje del Sí y el No ya no basta para entender el mapa político. ¿Por qué?
Primero, porque hay un cambio demográfico sustancial en el electorado chileno. Aproximadamente el 60% del electorado no había nacido, era menor de edad o no vivía en Chile en el 88. Entonces es natural que ciertos eventos históricos pierdan peso o se diluyan. Y no digo que no sean importantes el Sí y el No, la disyuntiva democracia/dictadura, Pinochet/antipinochet; es fundamental para entender la historia de Chile. Pero el poder explicativo de ese clivaje sobre el comportamiento electoral de la mayoría de la ciudadanía es mucho menor en comparación con el poder explicativo que tiene el plebiscito de salida. En cierto sentido, creo que hay un nuevo clivaje floreciendo entre un polo que podríamos llamar “refundación” y otro “restauración”.
¿Cómo lo describiría?
El mundo refundacional está más cuadrado con el estallido como demanda legítima; hay críticas a cómo se llevó a cabo, pero se promueven reformas sustanciales sociales y económicas. El orden restaurador pone énfasis en la estabilidad institucional, en corregir errores del estallido, en la seguridad, y en una narrativa más crítica del proceso constituyente. También toma distancia de cambios estructurales o fundacionales. Creo que ese clivaje estallido y rechazo explica mejor que el anterior el mapa político actual, aunque el otro sigue existiendo. Esto lo digo por modelos estadísticos que estoy corriendo; me falta la segunda vuelta para completar la foto, pero creo que se ve de manera clara.

¿La gente que votó por el Rechazo se estaría alineando con los votos obtenidos por la derecha?
Sí, pero quizás buscan otra cosa. Yo reconozco esos dos polos que convergieron en el estallido y en el proceso constituyente. Las razones individuales que llevan a votar por oficialismo u oposición no son exactamente esas, pero si miro la geografía electoral hay mucho de eso. Hay una correlación altísima. Se explica mucho más con el voto del plebiscito de salida que con los anteriores. Y creo que aún no nos damos cuenta de lo tremendamente traumático que fue el estallido y todo ese ciclo 2019–2020.
¿Qué fue lo traumático? ¿La violencia?
Sí, la violencia dejó a mucha gente absolutamente impactada. Pero no solo eso: también las demandas del proceso constituyente. Muchas de ellas, mirándolas para atrás, pueden parecer graciosas, pero eran extremadamente complicadas. Y muchas de ellas eran también extremadamente conservadoras. Por ejemplo, la reelección presidencial sin reelección legislativa. O sistemas paralelos de justicia según origen étnico. Había un collage de ideas, muchas inconexas, que se percibieron como progresistas cuando no lo eran. Cada cambio del borrador pisaba los callos de algún grupito. Meter el aborto en el borrador fue, para mí, una torpeza táctica.
¿El aspecto performático de la Convención también influyó?
No solo importa qué haces, sino cómo lo haces. Hubo una piña táctica enorme con lo del Pelao Vade. Eso fue tremendo. No digo que sea responsable del fracaso, pero la performance de votar mientras se duchaban, cosas histriónicas, sumadas al nivel de violencia en la calle, fue demasiado. Chile dilapidó un momento de oro por ese exabrupto.

Los dueños de la pelota
¿Fue un error del gobierno de Boric creer que eran mayoría?
Fue un error de toda la izquierda. Yo se lo dije a muchos convencionales amigos de izquierda: nunca fueron el 80%. En el plebiscito de entrada fueron el 80% del 50% de los votantes, eso equivale al 40% del electorado. O sea, había un 20% que fue a decir No y el otro 50%, ausente. Si era verdad que hubo una enorme presencia del voto ñuñoíno, juvenil, hipster, animalista, eso venía a costa de otra gente. ¿Quiénes no participaron? Muchos abuelos con miedo a la violencia o al contagio, estábamos en pandemia; sectores rurales con dificultades para viajar. Si miras esos perfiles, eran personas conservadoras. Cuanto más maximalista era la Constitución, menos posibilidad había de que se aprobara.
Y, sin embargo, Boric ató su gobierno al proyecto de la Convención. ¿Qué significó esa derrota?
Algunos dicen que el 4 de septiembre se convirtió en un “pato cojo”, un presidente sin libreto. Para un gobierno que venía recibiendo varias piñas, Carolina Tohá y Mario Marcel fueron la tabla de salvación. El gobierno hace un giro con apoyo de la Concertación, el epítome de los 30 años: los que eran supuestamente responsables de los 30 años le salvan el asado. Ahora, ojo: si bien uno pone el estallido, creo que los problemas vienen de antes.
El punto de inflexión -dice Altman- fue el segundo gobierno de Michelle Bachelet, cuando “la presidenta lanza toda la carne a la parrilla: reforma laboral, reforma electoral, derechos reproductivos, reforma impositiva, reforma constitucional, todo simultáneo”. La intensidad de ese proceso “terminó siendo contraproducente”. “No causó el estallido, pero sí agitó el avispero y generó una sensación de cambio vertiginoso que no se condecía con la capacidad institucional para absorberlo”.
A mí me sorprende la cantidad de personas que cruzó el Rubicón, pensando explícitamente en Eduardo Frei.
¿Este nuevo clivaje es un eje fundante, de largo plazo, o circunstancial?
Los clivajes se caracterizan por tener larga vida, pero es imposible asegurarlo ahora. Requiere identidades, movimientos sociales, atracción social, cosas imposibles de percibir todavía. Podría cuajar y coexistir con el clivaje histórico de la transición. No olvidemos que hubo una dictadura terrible.
Y, sin embargo, el próximo presidente podría ser un defensor de la dictadura...
Sí, pero hay cosas más increíbles todavía. A mí me sorprende la cantidad de personas que cruzó el Rubicón, pensando explícitamente en Eduardo Frei. Su padre murió en circunstancias muy oscuras en la dictadura, y él apoya a Kast. Eso habla de que la lógica articuladora de la política hoy es otra. No creo que Frei esté gagá ni nada, es una persona inteligente, pero apoya a un candidato que dijo explícitamente que consideraría permitir que criminales presos por tortura o secuestro terminen sus días en casa por razones humanitarias. Y sí, Kast sería el primer presidente que reconoce haber votado por el Sí en el 88 en la historia postransición.
Era algo que parecía impensable hace unos años. De hecho, Sebastián Piñera resaltaba que votó por el No y para los 40 años del golpe elaboró la tesis de los cómplices pasivos.
Estamos viviendo un movimiento telúrico y recién empieza a temblar. Quizás estamos en esos primeros segundos en que se mueve un poquito. O quizás —rebatiéndome a mí mismo— es que desde 2009 venimos cambiando de color político sistemáticamente. Y quizás estoy sobrerrelevando este momento. Igualmente, creo que fue crítico el estallido social. Los eventos críticos, para convertirse en clivajes, deben tener aliento temporal; eso solo se puede decir en 10 o 15 años.
¿La derecha quedó traumatizada con el estallido?
Al principio, la derecha quedó K.O. Y de a poco comenzó a rearmarse y a buscar respuestas.
¿Fue un abono para la derecha radical, como dice Alfredo Joignant?
Habría que definir qué es derecha radical. Yo veo a José Antonio Kast defendiendo los mismos principios de siempre. De acuerdo al nuevo clivaje, la disputa derecha e izquierda ya no es suficiente. Por eso hablo del clivaje refundación y restauración.
Si el viejo clivaje perdió gravitación, ¿la izquierda tiene el desafío mayor?
Puedes tener personas totalmente pro-democracia y antidictadura, pero antiestallido y críticas del proceso constitucional. Hay un grupo grande ahí. La izquierda frenteamplista debería tener un proceso de introspección. Y ver la forma de hacer cambios respetando el orden y la institucionalidad democrática.
¿Ha visto en la izquierda alguna reflexión sobre el estallido?
Muy poca. Lo he visto más en ámbitos concertacionistas, pero eso implosionó. En el Frente Amplio y sectores afines, muy poca.
Después del Rechazo del 4 de septiembre, la explicación mayoritaria en el gobierno fueron las fake news. Incluso el Presidente dijo que los líderes a veces van más rápido que el pueblo...
La izquierda pecó de paternalismo: “Yo sé lo que es bueno para vos”. Eso pisa un principio democrático: no hay mejor juez de mis necesidades que yo. Y también esta idea de que nuestros principios democráticos son superiores a todos: ese fue un golpe fuerte, viniendo de personas cercanas al Presidente. Y después tuvieron que recurrir a quienes supuestamente eran inferiores: los responsables de los 30 años.
David Altman subraya el error de diagnóstico de la nueva izquierda:
-Yo creo que un gran error de la izquierda fue considerar al pueblo o a la ciudadanía progresista. La ciudadanía no es ni progresista ni conservadora; es una heterogeneidad gigantesca de grupos, de intereses, cada uno para un lado y para otro. Hablar de “pueblo” ya es un gravísimo error. Y creer que la ciudadanía “es una cosa” o “la otra” es otro gravísimo error de acá a Marte. Y por ahí creo que la izquierda chilena se desayunó que la ciudadanía es una amalgama de grupos e intereses, que se tensionan, que se apoyan, que se pelean, que se enojan. Y una de las gracias es que cada uno de nosotros pertenece a distintos grupos, con intereses muchas veces contradictorios.
En el escenario actual, ¿la derecha corre el mismo riesgo de creer que el país es mayoritariamente de derecha?
En las elecciones, las segundas vueltas son estratégicas; las primeras vueltas son sinceras. El error de los ganadores de las segundas vueltas es creer que son mayoría y olvidar que ganaron con votos prestados. Si uno suma los votos de los candidatos de la derecha, tienen una ligera mayoría. Pero las cosas pueden cambiar el 14 de diciembre. Como sea el resultado, sería un error de la derecha creer que son dueños de la pelota.
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