
El futuro tiene canas

¿Le ha pasado que una mañana, al mirarse al espejo, se sorprende por lo rápido que ha pasado el tiempo? Chile está empezando a vivir ese momento. Si hoy se detuviera a observar su reflejo, vería las señales de un país que envejece aceleradamente. En apenas 30 o 40 años, Chile habrá triplicado su población de adultos mayores. Lo que a Francia le tomó más de 140 años y a España más de 120, a nuestro país le habrá tomado un tercio de ese tiempo.
Esta transformación no es casual. En los últimos 50 años, hemos experimentado un incremento sostenido de la esperanza de vida junto con una marcada reducción de la natalidad. Ello explica las cifras del último Censo que muestran que un 14% de la población tiene 65 años o más, el doble que en 1992 cuando era el 6,6%. En paralelo, la proporción de menores de 14 años cayó del 29,4% al 17,7%. Estos cambios reflejan un giro profundo en la estructura demográfica del país y el índice de envejecimiento lo confirma. Si en 1992 había 22 personas mayores de 65 años por cada 100 menores de 14 años, hoy esa relación es de 79 a 100.
Y si el espejo demográfico ya muestra un país más longevo, el reflejo cultural sigue desenfocado. Porque no solo estamos envejeciendo, también estamos malentendiendo la vejez. La Séptima Encuesta Nacional de Calidad de Vida en la Vejez (Senama, 2023) muestra que el 58,3% de los encuestados cree que las personas mayores no pueden valerse por sí mismas. Pero según la Encuesta Nacional de Discapacidad y Dependencia (Endide, 2022), el 77,8% de las personas mayores se declara autovalente.
Esta brecha de percepción podría explicar por qué las empresas aún no incorporan el envejecimiento en su gestión. El Diagnóstico Empresarial sobre Longevidad y Economía Plateada (Sello Mayor–Icare) muestra que un 41% no tiene políticas de sostenibilidad con foco en personas mayores, y un 73% ni siquiera las considera en su planificación estratégica.
A nivel internacional, esta transformación demográfica ha sido abordada como una oportunidad bajo el concepto de economía plateada: una forma de mirar el desarrollo económico reconociendo el aporte de las personas mayores como consumidores, trabajadores, emprendedores y cuidadores.
Para avanzar en esa dirección, propongo que hablemos de inclusión plateada. No como una categoría más dentro de la diversidad, sino como una manera de repensar el vínculo entre longevidad y desarrollo. Incluir a las personas mayores no es solo permitir que sigan trabajando o diseñar productos especializados. Es ir más allá: es considerarlas en la formulación de políticas, en el diseño de ciudades, en la cultura organizacional y en las conversaciones de futuro. Es pasar de verlas como grupo vulnerable a reconocerlas como actores del desarrollo económico.
De hecho, si hablamos de aporte, los números lo validan. Según estimaciones del BID, si se agrupa toda la actividad económica vinculada a las personas mayores -consumo, trabajo, ahorro, inversión y cuidados-, estaríamos frente a un ecosistema que generaría alrededor de US$ 22 billones al año. Es decir, si las personas mayores de 50 años fueran un país, serían la segunda economía más grande del mundo, solo por detrás de Estados Unidos y antes que China.
Hay muchas experiencias internacionales que podemos observar. Uruguay avanza con un proyecto de ley que impulsa el emprendimiento senior y establece una institucionalidad para abordar el envejecimiento como política de Estado. En Francia, desde 2013 existe un Silver Economy Plan que articula al sector público y privado; y en Japón, se ha implementado un modelo de retiro progresivo, que permite a los trabajadores mayores mantenerse activos con horarios flexibles y nuevas funciones. Son países distintos, pero con algo en común: han decidido planificar la longevidad, no improvisarla.
Nuestro país aún no tiene una estrategia de ese tipo, pero sí enfrenta la urgencia de contar con una. El proyecto de ley que promueve el envejecimiento positivo —ya en su tercer trámite legislativo en el Senado— es un buen punto de partida. Pero será insuficiente si no logramos que todos los sectores comprendan que la longevidad es una oportunidad, no una carga.
Así, quizás el reflejo que Chile vea en el espejo en veinte años no sea el de un país cansado, sino el de una sociedad que supo hacerse cargo de su envejecimiento con inteligencia y propósito.
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