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La tercera C: compensación

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En las dos columnas anteriores revisamos las primeras dos de las “cuatro C” de una estrategia de desarrollo: comprensión y contribución. La tercera “C” es la compensación: la población de un país, además de entender de qué se trata la estrategia de desarrollo y comprender cuál es la contribución que se le pide, necesita entender qué ganará.

Para decirlo en buen chileno, necesitan entender el viejo y querido “CVA”, el “cómo voy ahí”.

Durante los años de crecimiento acelerado de Chile, las compensaciones estuvieron muy claras. Muchas se cumplieron, una en particular no tanto.

La principal compensación era salir de la pobreza crónica y de la vulnerabilidad económica y social. Hacia finales de los años ochenta, entre 35%-45% de la población vivía en condiciones de pobreza dependiendo de cómo se mida. A esto había que añadir otro 10%-20% que vivía en vulnerabilidad, esto es, cerca de la línea de pobreza y expuestos a caer debajo de ella ante un shock. De hecho, debido a la crisis bancaria de los ochenta, el porcentaje de la población en condición de pobreza llegó al rango 45%-55%. Al finalizar los famosos treinta años, en la Casen de 2020, en plena pandemia, la medida comparable mostraba un 10% de pobreza a lo que probablemente hay que añadir otro 5%-10% vulnerable. Por cierto, si se adoptan métricas multidimensionales de pobreza o estándares monetarios más exigentes para la pobreza, sube el porcentaje… el de hoy, pero también el de antes.

La salida de porcentajes significativos de nuestra población de la situación de pobreza y vulnerabilidad, como resultado del acelerado crecimiento económico, creó la sociedad predominantemente de clase media que es el Chile de hoy. Esto se expresó en indicadores concretos de bienestar: acceso a electricidad, conectividad, agua potable, vivienda y consumo, universalización de la educación media y masificación de la educación superior. Desde fines de los años noventa en adelante, escuelas universitarias como la FEN, donde yo trabajo y otras (privadas y públicas) veían un incremento significativo en estudiantes que eran la primera generación de su familia en acceder a la universidad. Teníamos primeras generaciones en acceder a la propiedad de un auto, a viajar en avión, a tener vacaciones en el exterior… etc.

La gran promesa no cumplida, por cierto, fue la velocidad en el avance de la equidad. Hay dos cosas que son ciertas al mismo tiempo: que Chile avanzó en equidad durante los años de la Concertación y que al final de ese camino seguíamos teniendo indicadores de desigualdad que excedían por mucho las expectativas. Cuando terminó la dictadura, Chile efectivamente tenía los niveles de desigualdad de los más altos del mundo, tasas que solo se ven, hoy, en países africanos. Eso fue cayendo. Chile ya no es el país con peores niveles de desigualdad de la región, ese triste título lo llevan Colombia y Brasil, pero Chile está un poquito más abajo, nomás, con niveles parecidos a los de Ecuador, Panamá y Costa Rica, muy lejos del promedio de los países de la OCDE y de la realidad de los países capitalistas más avanzados.

Pero además, hubo otra expectativa de equidad (y por sobre todo, de justicia) que no se cumplió. Era la de que transitaríamos hacia una economía moderna, meritocrática, en que el acceso a la educación y la competencia diluirían los privilegios del sistema de clases sociales pre-capitalistas de nuestro país. Eso claramente no se logró.

Y este fue el talón de Aquiles de esa estrategia de desarrollo.

Por ahí fue donde se venció la estrategia de desarrollo de la Concertación, por la “tercera C”. Para ser justo, igual duró bastante tiempo y tuvo logros muy significativos. Nada es perfecto ni dura para siempre. Pero es importante entender que la Concertación duró cuatro gobiernos porque, durante mucho tiempo, se hizo el delivery de buena parte de la compensación esperada y prometida.

Estamos transitando hacia un nuevo ciclo político. Las opiniones del autor de esta columna sobre las opciones disponibles son conocidas. No se vislumbra nada que se parezca a una nueva estrategia de desarrollo para Chile, más bien listados de políticas públicas sazonadas con mucha nostalgia y “wishful thinking”.

Así como están las cosas, es probable que tengamos un gobierno de derecha. ¿Entenderán las personas a cargo el poco tiempo que tienen para hacer el delivery de lo que prometieron? En seguridad ciudadana, por cierto; pero también en crecimiento. Hasta el momento, la propuesta es someter a Chile a un tratamiento de shock contractivo de la demanda a la Milei, apostando a una reactivación acelerada de la oferta en base a la desbordante felicidad que generaría en el sector empresarial el resultado electoral y una reforma tributaria que, se nos dice, va a pasar rauda por el Parlamento. La verdad es que a Argentina no le quedaba otra que hacer alguna versión del ajuste que está haciendo. Pero aplicar eso en Chile es como decir que si la quimioterapia le sirvió a un enfermo de cáncer, quizás es una buena idea aplicarla a un diabético.

Yo haría otra cosa: se llama “big push” y lo discutimos en la columna de junio. La prioridad es la reactivación acelerada de la economía, no apuestas ideológicas que, si es que rinden, lo harán en plazos que no tienen. Si no entienden esto, descubrirán, para su desgracia, que buena parte del apoyo político que obtendrán en segunda vuelta puede terminar siendo un espejismo.

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