Opinión: “La verdadera sostenibilidad”
El 69% de las personas espera que los CEO se involucren activamente en temas sociales y económicos (Edelman Trust Barometer, 2024). En este escenario, la sostenibilidad no se construye desde trincheras ideológicas, sino desde el liderazgo y una visión común que concilie crecimiento económico, cohesión social y responsabilidad ambiental.

En los últimos años, el concepto de sostenibilidad se ha expandido con fuerza en el discurso público, empresarial y político. Sin embargo, su aplicación muchas veces se ha visto reducida a un conjunto de prácticas ambientales y sociales, dejando en un segundo plano —cuando no excluyendo por completo— el pilar económico. Esta omisión es crítica. La sostenibilidad, si aspira a ser verdadera, debe sostenerse en un equilibrio virtuoso entre lo económico, lo social y lo ambiental. No hay sostenibilidad sin viabilidad. Y no hay desarrollo posible si las empresas no pueden crecer, invertir, innovar y crear empleos de calidad.
La evidencia es contundente, las empresas que integran efectivamente la sostenibilidad en su estrategia y operación no solo fortalecen su legitimidad, sino también su desempeño. Según McKinsey, las llamadas “triple outperformers” —con alto rendimiento en crecimiento, rentabilidad y sostenibilidad— presentan un crecimiento anual promedio de ingresos del 11% y un retorno al accionista 2,5 puntos porcentuales superior a las que no lo hacen. En otras palabras, sostenibilidad y competitividad no son opuestos; son complementarios.
Hoy más que nunca, en medio de una sociedad expectante y fragmentada, urge recuperar una visión integral de la sostenibilidad. No se trata de imponer un modelo único ni de replicar recetas genéricas. Cada empresa, cada industria, tiene una especificidad que debe ser considerada. La sostenibilidad debe construirse desde el entendimiento profundo del rol que cada actor cumple en su ecosistema particular. Esa construcción requiere también una apertura real hacia los grupos de interés, escucharlos no como una exigencia regulatoria, sino como una oportunidad para conectar el propósito empresarial con las expectativas de la ciudadanía.
Veamos a nuestro país, donde sectores como la minería han logrado avanzar en legitimidad y gestión territorial. Hoy, otras industrias —como la salmonicultura— comienzan a transitar esa misma ruta, enfrentando exigencias crecientes en trazabilidad, participación y regulación socioambiental.
Ya es un hecho que la dimensión ambiental y social no puede quedar fuera del análisis económico. En Chile, el 77% de los proyectos en evaluación ambiental se judicializa y en un 40% de los casos por problemas en participación ciudadana, lo que evidencia que operar sin legitimidad tiene consecuencias económicas y reputacionales concretas. Este dato refleja que los riesgos socioambientales ya no son externos al negocio, sino variables críticas que determinan su viabilidad financiera.
A este enfoque integral se suma otro aspecto que consideramos central: la ética. No en su versión decorativa o instrumental, sino como la base del actuar empresarial en cada decisión. En tiempos en que la confianza en las instituciones está en entredicho, el comportamiento ético no es una ventaja competitiva, sino una condición para sostener cualquier forma de legitimidad. Y es esa legitimidad la que permitirá que las empresas puedan seguir siendo motores de bienestar, sin renunciar a su función esencial de crear valor.
El Trust Barometer 2024 de Edelman muestra que un 63% de las personas a nivel global espera que las empresas sean “una fuerza que una, no que divida”, mientras que un 69% cree que los CEO deben involucrarse activamente en temas sociales y económicos. En Chile, un 62% de la ciudadanía considera que las empresas deben contribuir activamente a resolver los problemas del país. Esa legitimidad no se compra ni se impone, se construye con coherencia y visión de largo plazo.
En un año electoral, estas reflexiones se vuelven más urgentes. Aparecen voces que, con igual pasión, proponen derrocar el modelo neoliberal o profundizarlo sin matices. Ambas posturas extremas carecen de visión de largo plazo. La verdadera sostenibilidad —económica, política y social— no se construye desde trincheras ideológicas, sino desde el diálogo, la responsabilidad y la colaboración. Necesitamos una narrativa compartida que permita reconciliar crecimiento económico con justicia social y cuidado ambiental. Y en esa tarea, las empresas tienen un rol protagónico que ya no pueden eludir.
Las empresas deben atreverse a liderar. No desde la autosuficiencia ni desde el afán de protagonismo, sino desde la convicción de que tienen mucho que aportar para construir las condiciones estructurales que hagan posible una sostenibilidad genuina. Eso implica asumir el desafío de crear valor más allá de sus fronteras inmediatas, de contribuir al desarrollo del país con mirada sistémica, de comprometerse con un progreso que no deje a nadie atrás. Porque solo así la sostenibilidad dejará de ser un eslogan aspiracional, para convertirse en una realidad que transforma.
Por Juan Pedro Pinochet, socio fundador de Gestión Social
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