Opinión

Más soledad, pero nunca solos

Más soledad, pero nunca solos

En un estudio reciente del Observatorio de Envejecimiento UC se señala que un 49,2% de los adultos mayores en Chile viven una soledad no deseada, lo que constituye una mala noticia para la salud pública. Pero la soledad como problema no es exclusiva de este grupo etario, sino que ha sido detectado también en otros segmentos. Los indicadores del Observatorio de Derechos de la Defensoría de la Niñez de este año señalaron que los y las adolescentes viven escenarios “más complejo de socialización, menor sensación de felicidad y mayor abandono”. Y los resultados del último Termómetro de Salud Mental ACHS-UC detectó que un 19% de los chilenos se sienten solos y/o aislados, y que además uno de cada cuatro chilenos de entre 30 y 39 años sufren de depresión, estrés y soledad. ¿Es la soledad una nueva “patología social”?

Pese a que contamos con múltiples plataformas y recursos digitales que nos conectan y comunican en directo e incluso con personas antes inalcanzables, la sensación de soledad y aislamiento aumenta en todo el planeta. ¿Cómo entender la paradoja? Quizás con más filosofía. Pues, la soledad del sujeto moderno no es un problema particular ni local, ni solamente médico o etario. Más bien es el resultado de una genuina reducción técnica del mundo en el que elementos constitutivos y evolutivos del ser humano, como su afectividad y corporalidad, han sido sistemáticamente desatendidos.

Que el frágil animal humano se convirtiera en el mamífero más exitoso en el arte de la subsistencia, se logró mediante el desarrollo de una serie de medidas cooperativas y compensatorias en las que lo ético y lo técnico se intrincaron. Desde desarrollar apegos afectivos hasta establecer deberes éticos universalistas han sido modos en los que el animal humano ha generado ordenamientos sociales (dispositivos) que lo han cobijado existencial y materialmente. Pero hoy, cuando las generaciones apenas dialogan entre sí, las brechas entre los géneros se amplían, cuando los hijos no les perdonan a sus padres haber nacido, cuando los padres aceptan esa culpa o no inspiran a sus hijos en propósitos menos egóticos y más altruistas, o cuando todo lo que parece valer es solo cuanto tiene un precio, ¿cómo no ser solo islas?

Olvidamos lo que el gran poeta metafísico John Donne decía en su Meditación XVII “(n)ingún hombre es una isla entera por sí mismo”. Donne no sólo aludía a lo que con Aristóteles podemos interpretar como la condición social o política del ser humano, pues la reflexión sigue así: “la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”. La reflexión es potente. Que “las campanas doblan por ti” significa que toda muerte, en principio, es una muerte que puede ser sentida y compartida en ese dolor, si ha existido alguna vez un dolor que exponga la fractura que ya éramos: que amamos, nos atamos al mundo y a los animales humanos, y aunque mueran, no nos dejan, no hay nunca más soledad.

Por Diana Aurenque, directora Centro de Estudios de Ética Aplicada , Universidad de Chile

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