Más allá del ingreso: las carencias que definen a la niñez en situación de pobreza
En Chile, uno de cada cuatro niñas y niños vive en hogares con pobreza multidimensional. La cifra (26%) no habla solo de ingresos, sino de carencias que se acumulan en la vida cotidiana: aprendizajes que no se logran, cuidados que no alcanzan, barrios inseguros y una salud que no siempre se previene.

Mateo espera la micro con la mochila puesta y uno de sus cuadernos en las manos. Está tratando de repasar para su prueba de Lenguaje, pero se le cierran los ojos. Sus vecinos, nuevamente, estuvieron peleando entre gritos toda la noche. El paradero está lleno de adultos, pero ninguno va con él. Tiene diez años y, como cada día, va solo al colegio.
La rutina de Mateo la comparten miles de niñas y niños en todo Chile. Situaciones cotidianas que durante años quedaron fuera de la forma en que el sistema miraba la pobreza. No porque no existieran, sino porque no siempre eran consideradas al momento de medirla.
En Chile, una de las formas oficiales de medir pobreza es a partir de los ingresos. Bajo esa mirada, basta con que un hogar supere cierto umbral de dinero para dejar de ser considerado pobre. Sin embargo, esa forma no alcanza a explicar historias como la de Mateo. Desde hace más de una década se calcula también la pobreza multidimensional, ampliando la mirada: no solo considera cuánto dinero entra al hogar, sino que esta medición complementaria también evalúa las condiciones reales en que se vive y las carencias que afectan el día a día.
“La pobreza multidimensional reconoce que, aunque haya ingresos en el hogar, pueden faltar condiciones esenciales para que niñas y niños se desarrollen”, explica Amanda Telias, oficial de Políticas Sociales de UNICEF Chile. “Alimentación adecuada, vivienda digna, acceso efectivo a salud, aprendizajes de calidad. Si esas condiciones no están, el desarrollo se ve afectado, incluso cuando el ingreso alcanza”.
Este año, el Ministerio de Desarrollo Social y Familia actualizó la forma de medir la pobreza multidimensional para ajustarla a las necesidades actuales. Al aplicar esta nueva vara a los datos de la CASEN 2022, el Observatorio Niñez Colunga, centro que recopila, sistematiza y analiza data de infancias en Chile, estima que el 26% de la niñez en Chile vivía en hogares con pobreza multidimensional, frente al 18% que arrojaba el indicador anterior.
“No es que estén peor, sino que ahora estamos viendo mejor la situación en que se encuentra la niñez”, explica Paloma Del Villar, directora del Observatorio Niñez Colunga. “La pobreza multidimensional permite visibilizar carencias que dejan huellas profundas en la trayectoria de cada niña y niño”, agrega.
Observatorio Niñez Colunga acaba de publicar su Boletín N°2, Nueva medición de pobreza Multidimensional: qué cambia para la niñez, donde analizan en detalle la situación de las infancias.
Educación: cuando ir al colegio no basta
En la sala de clases, Mateo se sienta en una de las primeras filas y su profesora le entrega la prueba. Trata de seguir la lectura, pero se pierde. Las palabras se mezclan y las preguntas le parecen difíciles. No es el único. En su curso, varios compañeros arrastran las mismas dificultades. Van al colegio todos los días, pero el aprendizaje no es el esperado.
Durante años, se consideraba como una carencia en la educación únicamente la asistencia. Hoy, la medición de pobreza multidimensional amplía ese foco y pone atención en algo que antes no se medía: la calidad del aprendizaje. No basta con estar en la sala, importa qué y cuánto se aprende.
Con la nueva metodología, un hogar es considerado carente en educación cuando uno de sus integrantes asiste a un establecimiento donde más del 55% de los estudiantes no alcanza los aprendizajes mínimos en lenguaje y matemática. Bajo este criterio, cerca de 750 mil niñas y niños en Chile viven en hogares con esta carencia, según estimaciones del Observatorio Niñez Colunga a partir de la CASEN 2022.
“Si un niño asiste, pero no logra comprensión lectora o habilidades matemáticas básicas, empieza a acumular desventajas”, explica Amanda Telias. “Eso se traduce en repitencia, desmotivación, menos acceso a educación superior o empleo y un mayor riesgo de exclusión a lo largo de toda su trayectoria”.
Para niños como Mateo, estas brechas no aparecen de un día para otro. Se van acumulando con el tiempo y condicionan el resto del camino.
Cuidados: cuando volver a casa también es estar solo
Cuando termina la jornada, Mateo vuelve a casa por su cuenta. Su mamá está ahí. Siempre está. Lo abraza y le pregunta por su prueba mientras se mueve de un lado a otro ordenando. No trabaja fuera del hogar: dejó su empleo para poder cuidar de él y de su hija de tres años.
Por las mañanas, Mateo sale solo, no porque su mamá no quiera acompañarlo, sino porque no puede dejar a su hermana sola en casa. Cuidar a otros se volvió su trabajo, uno que no tiene contrato, sueldo ni horarios, pero que ordena toda la vida familiar.
En muchos hogares, la falta de redes de cuidado obliga a tomar decisiones difíciles. Alguien tiene que trabajar, alguien tiene que cuidar. Y cuando no existen apoyos suficientes, esas funciones se vuelven incompatibles. La pobreza multidimensional incorpora esta realidad al observar no solo si hay empleo, sino también la carga de cuidados no remunerados que sostienen la vida cotidiana. El 26% de las niñas y niños vive en hogares donde un adulto debió dejar de trabajar por cuidar a un miembro de la familia.
“Cuando un adulto deja de trabajar para cuidar, porque no hay redes ni servicios disponibles, cae el ingreso del hogar y aumenta la sobrecarga”, dice Telias. “Esa carga recae con mayor frecuencia en mujeres y termina afectando también el bienestar de niñas y niños”.
Según los datos de Observatorio Niñez, el 34% de las niñas y niños vive en hogares en donde al menos un mayor de 15 años tiene una ocupación informal. “Son hogares con mayor riesgo de inestabilidad económica. La informalidad no solo afecta los ingresos, también suele implicar jornadas más largas y menos tiempo disponible, lo que termina impactando directamente en las relaciones de cuidado entre niñas, niños y quienes los cuidan”, explica Del Villar
En la práctica, esto se traduce en hogares donde hay presencia, pero no acompañamiento, donde el tiempo alcanza para sostener lo básico, pero no siempre para acompañar en lo cotidiano, el juego o la educación. Para Mateo, eso explica por qué va solo, incluso cuando su mamá está en casa.
Salud y alimentación: cuando comer no siempre es suficiente
Al llegar la hora de comer, en la casa de Mateo no siempre hay certezas. La comida alcanza, pero no siempre es variada ni nutritiva. Algunas semanas hay que ajustar, estirar, priorizar. Mateo no pasa hambre extrema ni presenta bajo peso, pero su alimentación depende de equilibrios frágiles que pueden romperse fácilmente.
Durante años, la pobreza en salud se asoció casi exclusivamente a la desnutrición infantil. Hoy, la medición de pobreza multidimensional amplía esa mirada y pone el foco en dos aspectos clave: la seguridad alimentaria y el acceso efectivo a la salud preventiva. No se trata solo de comer, sino de comer bien; no solo de atenderse cuando hay una urgencia, sino de poder prevenir.
Los datos muestran la magnitud del problema. Un tercio de la niñez vive en hogares donde al menos una niña o niño menor de nueve años no ha asistido a un control de salud preventivo en el último año. No siempre por descuido, sino por barreras que se repiten: falta de tiempo, listas de espera, dificultades para conseguir hora o compatibilizar cuidados con traslados.
“Este dato muestra cómo la pobreza en salud no se expresa solo en situaciones extremas, sino en ausencias que parecen pequeñas, pero que son fundamentales para el desarrollo”, explica Paloma Del Villar. “Cuando la prevención falla, las brechas se acumulan temprano y condicionan toda la trayectoria de niñas y niños”.
Esta dimensión es una de las que más peso tiene en la nueva medición de pobreza multidimensional en hogares con niñas y niños, precisamente porque permite identificar carencias que antes quedaban fuera del radar.
Entorno e inseguridad: cuando el barrio también pesa
Ya es de noche, Mateo vuelve a meterse en la cama sin saber si podrá dormir bien. Afuera, los ruidos del pasaje se cuelan por la ventana: discusiones, portazos, pasos apurados. No siempre pasa algo grave, pero pasa lo suficiente como para estar alerta. Al día siguiente, el cansancio vuelve a acompañarlo al colegio.
La nueva medición de pobreza multidimensional incorpora con mayor fuerza la inseguridad del entorno, reconociendo que el bienestar de niñas y niños no depende solo de lo que ocurre dentro del hogar. El barrio, los trayectos cotidianos y los espacios públicos también importan.
“La inseguridad condiciona lo cotidiano: jugar afuera, ir a la escuela, usar espacios públicos, dormir bien”, explica Telias. “Afecta la salud mental, las relaciones, el rendimiento escolar y la vida comunitaria. Medirlo reconoce que el bienestar infantil depende también de condiciones externas al hogar”.
Para niños como Mateo, crecer en un entorno inseguro implica aprender temprano a cuidarse solos, restringir el juego y normalizar el miedo. No es un rasgo individual ni una elección familiar: es una condición estructural que limita oportunidades y que, hasta ahora, no siempre fue visible al momento de hablar de pobreza.
Donde la pobreza se vuelve trayectoria
Aunque el foco del Boletín N°2 del Observatorio Niñez está puesto en la infancia, la pobreza multidimensional no mide a niños y niñas de manera individual, sino a los hogares en los que viven. Allí es donde se encuentra gran parte de las condiciones que definen la pobreza: se toman decisiones, se distribuyen los recursos y se sostienen, o no, las posibilidades de cuidado y desarrollo.
Sin embargo, esta forma de mirar también tiene límites. “Analizar la pobreza solo a nivel del hogar puede ocultar privaciones que viven niñas y niños de manera individual. Incluso en hogares que no son clasificados como pobres, las necesidades de niños, niñas y adolescentes pueden quedar insatisfechas”, advierte el Informe de la Comisión Asesora Presidencial para la Medición de la Pobreza Infantil.
Por eso, cuando se habla de pobreza infantil, en rigor, se está hablando de condiciones estructurales que rodean la vida cotidiana de niñas y niños, y que se acumulan a lo largo del tiempo. “La pobreza multidimensional permite visibilizar carencias que dejan huellas profundas en la trayectoria de cada niña y niño”, señala Del Villar.
“La pobreza infantil se trata de condiciones reales de vida y desarrollo”, coincide Telias. “Medirla bien exige al Estado coordinar respuestas en protección social, salud, educación, cuidados, vivienda y seguridad, y a la sociedad sostener acuerdos que aseguren oportunidades equivalentes desde la infancia”.
UNICEF ha insistido en la necesidad de avanzar hacia mediciones más específicas del bienestar infantil, incorporando dimensiones directamente vinculadas a la experiencia de niños y niñas. Mientras esas variables no se recojan de forma sistemática en los instrumentos oficiales, la medición de los hogares sigue siendo la aproximación más robusta para comprender el contexto en que crecen.
Al día siguiente, Mateo vuelve a levantarse temprano. Se pone el uniforme, guarda sus cuadernos en la mochila y sale de la casa. Nada en su rutina parece extraordinario. Y, sin embargo, en ese recorrido cotidiano se cruzan muchas de las carencias que hoy la pobreza multidimensional permite ver con mayor nitidez.
La actualización de la medición no inventa nuevas carencias: las hace visibles. En enero se conocerán los resultados de la CASEN 2024, que incorporan esta metodología actualizada. Hasta entonces, estas cifras funcionan como una referencia clave para anticipar un diagnóstico más completo y recordar que garantizar el bienestar de la niñez no es solo asegurar ingresos, sino que crecer no dependa del azar del lugar donde se nace.
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